domingo, 1 de agosto de 2021

No más hambre ni sed

Comienza el mes de agosto con la celebración del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Mientras muchos lectores del hemisferio norte disfrutan ya de sus vacaciones estivales y otros muchos siguen con atención los Juegos Olímpicos de Tokio, la palabra de Dios nos invita a preguntarnos por qué creemos en Jesús, qué esperamos de él. Reconozco que estas preguntas suenan algo retóricas. Nos las hemos hecho muchas veces. No podemos estar continuamente reflexionando sobre el fundamento de nuestra vida si queremos evitar la sensación de hartazgo. Con todo, sin demasiada introspección, es muy probable que lo que esperemos de él es que nos saque las castañas del fuego; es decir, que nos ayude a resolver los problemas a los que nos enfrentamos cada día. Incluso las personas con una fe más depurada se dirigen a él esperando recibir algún consuelo o beneficio. 

En la primera parte del evangelio de este domingo (Jn 6,24-27) Jesús comienza por disipar la confusión que se ha creado en torno a él tras la multiplicación de los panes y los peces. Él como se muestra también en el episodio de las tentaciones en el desierto no ha venido a transformar con la varita mágica las piedras en pan, sino a enseñar que el amor compartido produce pan en abundancia. No solo eso. Acompaña a sus seguidores a seguir subiendo peldaños en la escala de la fe, a pasar de la admiración y gratitud por el pan recibido a la comprensión del mensaje profundo que contiene.


Según los exégetas, los cinco panes del relato simbolizan los cinco libros de la Torah (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y los dos peces los libros restantes: los Profetas y los otros Escritos. Después de hablar de los panes y los peces, estos últimos van desapareciendo del relato. Al final, lo que se recoge son solo las sobras del pan. Es un modo de decir que el verdadero pan que sacia nuestra vida es la palabra de Dios de la que Jesús es portavoz. En el fondo, el verdadero pan es “creer” en Jesús. Juan no utiliza el sustantivo “fe” (pistis) (como Pablo), sino el verbo “creer” (pisteuo). Lo que se nos pide a los discípulos es “creer” que Jesús es el Pan de vida. Todavía no se hace una referencia explícita a la Eucaristía, sino a la persona misma de Jesús.  

La gran obra que se nos pide, la única, es “creer”, poner toda nuestra confianza en Jesús, fiarnos de él, convertirlo en el centro de nuestra vida. Esto, que parece tan sencillo, sigue siendo nuestro caballo de batalla. Acostumbrados a hacer de la fe un asunto moral (“comportarnos bien para agradar a Dios”), se nos hace difícil comprender qué significa entregar la vida, aceptar que estamos sostenidos por un amor más grande, no buscar la seguridad en nuestra rectitud moral, sino en la gracia que nos renueva por dentro. Siempre estamos aprendiendo a creer porque siempre estamos tentados por la autosuficiencia y la desconfianza. ¡Qué difícil es amar gratuitamente!

Creo que también hoy necesitamos repetir como los discípulos: “Señor, danos siempre ese pan”. Es una súplica que se abre camino entre la selva de peticiones menores. A veces reviste casi la forma de un grito desesperado. En medio de frustraciones y sinsabores, tras haber experimentado muchos alimentos en nuestra vida, sentimos que solo el pan de Jesús puede saciarnos. Por eso lo pedimos con insistencia. La respuesta de Jesús es la misma que nos reporta el evangelio de Juan: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”. Ir a Jesús significa ir a ese final más allá del cual no cabe esperar nada más. 

A diferencia de otras metas en la vida, que siempre nos empujan a superarlas, el encuentro con Jesús es una experiencia anticipada del final. No porque podamos agotar su misterio, sino porque estamos seguros de que no hay alternativa posible, de que él es “lo último”, el alfa y la omega. A partir de ese momento, nuestra vida ya no se debate entre “Jesús sí” o “Jesús no”, sino entre serle fieles o traicionarlo. Creer en él significa que nuestra hambre y nuestra sed se apagan para entrar en una dinámica de amor y fidelidad que no tiene fin. Pasar de una fe que busca milagros a una fe entendida como relación de amor con Jesús nos lleva toda la vida. No estamos llamados a servirnos de él (o de las personas) para satisfacer nuestras necesidades, sino a amarlo como el centro de nuestra vida, como nuestro Amigo para siempre.

No sé si los calores de agosto permiten internarse en estas profundidades, pero siento que la palabra de Dios nos empuja a ello. Feliz domingo.



1 comentario:

  1. Reflexionando sobre la entrada del Blog de hoy, me doy cuenta de que hay una parte del camino recorrida y otra mucho más compleja que falta recorrer.
    En un primer momento, sí que, como dices, la relación con Jesús es la de esperar que nos resuelva los problemas y después de mucho recorrido continúa siéndolo, pero con algún cambio. Primero esperamos que la solución venga de Él, luego, con la experiencia, confiamos en su presencia en medio de toda la problemática de la vida y nos podemos sentir acompañados por Él a seguir subiendo peldaños en la escala de la fe.
    Me gusta el detalle que haces notar y es que “después de hablar de los panes y los peces, estos últimos van desapareciendo del relato. Al final, lo que se recoge son solo las sobras del pan”… “… En el fondo, el verdadero pan es “creer” en Jesús”…
    Intento resumir en alguna frase, lo que recojo hoy, como mensajes que resumen la reflexión.
    La gran obra que se nos pide, la única, es “creer”, poner toda nuestra confianza en Jesús, fiarnos de él, convertirlo en el centro de nuestra vida.
    Siempre estamos aprendiendo a creer
    Creer en Él significa que nuestra hambre y nuestra sed se apagan para entrar en una dinámica de amor y fidelidad que no tiene fin.
    Pasar de una fe que busca milagros a una fe entendida como relación de amor con Jesús nos lleva toda la vida.
    Gracias Gonzalo, nos estás ayudando a afirmar nuestra fe… a poder ir dándole un giro descubriendo así cuál es nuestro camino y sabernos sostenidos por un Amor más grande.

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