jueves, 12 de agosto de 2021

Un año sin Pedro

Tumba de Pedro Casaldáliga junto al río Araguaia (São Félix do Araguaia)

El pasado domingo 8 de agosto se cumplió un año de la muerte del obispo claretiano Pedro Casaldáliga. Visitando el día anterior las excavaciones de la necrópolis vaticana donde estuvo enterrado el primer Pedro de nuestra historia cristiana, recordé las palabras que Pablo VI pronunció cuando el gobierno brasileño quería desterrar al obispo Casaldáliga por su defensa de los indígenas y campesinos del Mato Grosso frente a los latifundistas. Son palabras que han pasado a la historia: “Quien toca a Pedro (Casaldáliga), toca a Pedro (el Papa)”. Dos grandes hombres de distinta edad, formación y sensibilidad, unidos por la misma fe. Uno (Pablo VI) ha sido ya canonizado. El otro (Pedro Casaldáliga) es posible que lo sea algún día. Ambos tuvieron que vivir tiempos difíciles. Ambos abordaron situaciones controvertidas. Ambos son hijos del cambiante y dramático siglo XX y testigos del Concilio Vaticano II. Ambos fueron fieles testigos de Jesucristo en nuestro tiempo

Funeral de Pedro Casaldáliga en el Centro Claretiano de Batatais (Brasil)

En los últimos días se han multiplicando los artículos y actos de recuerdo de Pedro Casaldáliga. Es posible que con el paso del tiempo su figura se diluya hasta que volvamos a entenderla en toda su complejidad. Yo me pasé más de dos horas pegado a la televisión el domingo por la tarde. En compañía de un amigo, volví a ver los dos capítulos de la miniserie Descalzo sobre tierra roja. Reconozco que, a pesar de algunas observaciones críticas, la serie logró emocionarme. Creo que en más de un momento se me escapó alguna lagrimilla. ¿Cómo no emocionarse viendo la vida de un hombre pobre, sensible, terco y arriesgado? Los 50 años que Pedro pasó en el Mato Grosso brasileño son todo un curso de cristología y de eclesiología encarnadas. Una vez que comprendió en su carne que Dios se había hecho carne, no cejó en su empeño de encarnarse en la realidad de los más pobres. Las modas no pudieron con él, ni siquiera la moda de ser un obispo izquierdista y revolucionario.

Estoy convencido −como escribí con motivo de su 90 cumpleaños de que hay pocos así. Y no me refiero solo a los obispos, sino a los cristianos en general. O quizá los hay, pero no han logrado la notoriedad y el impacto que él logró. Después de haber recordado ayer la historia de Clara de Asís, hoy me pregunto si somos capaces de vivir una fe tan comprometida como la de Pedro Casaldáliga. Cuando les digo a mis amigos que, desde que viajó a Brasil en 1968, nunca más volvió a España, se quedan perplejos. No pueden entender una opción tan radical. Les parece incluso un poco inhumana. ¿De verdad es necesario ese desprendimiento? 

Y, sin embargo, necesitamos testimonios exagerados, hiperbólicos, para que el Evangelio no vaya perdiendo su fuerza. En Europa, en general, vivimos un cristianismo acomodaticio. Hemos logrado combinar la fe en Jesús casi con cualquier estilo de vida. No nos cuesta demasiado ser cristianos. Liberados de algunas obsesiones del pasado, ya nos hemos olvidado que todo cristiano es un mártir, un testigo vivo de Alguien que ha dado la vida por nosotros. Pedro Casaldáliga lo entendió muy bien. Por eso no tuvo reparo en dar la suya. Faltó poco para que fuera asesinado por los sicarios de algunos terratenientes corruptos. No derramó su sangre, como tantos otros campesinos asesinados, pero derramó su vida a borbotones. Y supo contarla con la profundidad del místico y la belleza del poeta. No es fácil encontrar obispos con ambas vocaciones fusionadas. 

Os dejo con dos sonetos suyos. El primero, titulado “Él se hizo uno de tantos”, canta el misterio de la Encarnación. Jesús es para Pedro la “versión de Dios en pequeñez humana”.

En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.

El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la gloria y el amor explana;

Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!

El segundo lleva por título “Aviso previo a unos muchachos que aspiran a ser célibes”. Lo escribió en vísperas de la ordenación de unos jóvenes aspirantes al sacerdocio. Os dejo con la letra y luego con el vídeo del jesuita chileno Cristóbal Fones. Creo que la música hace justicia a ese canto a la castidad entendida como “paz armada”.

Será una paz armada, compañeros,
será toda la vida esta batalla;
que el cráter de la carne sólo calla
cuando la muerte acalla sus braseros.

Sin lumbre en el hogar y el sueño mudo,
sin hijos las rodillas y la boca,
a veces sentiréis que el hielo os toca,
la soledad os besará a menudo.

No es que dejéis el corazón sin bodas.
Habréis de amarlo todo, todos, todas,
discípulos de Aquel que amó primero.

Perdida por el Reino y conquistada,
será una paz tan libre como armada,
será el Amor amado a cuerpo entero.


 

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