jueves, 18 de marzo de 2021

Yo confieso

El acto penitencial forma parte de los Ritos Iniciales de la misa. En él solemos recitar el Confiteor (Yo confieso), aunque el misal prevé fórmulas alternativas para acogernos a la misericordia de Dios. En la historia de los últimos siglos son frecuentes los “Yo acuso” (pensemos en el famoso J'accuse de Emile Zola), pero no tanto los  “Yo confieso”.  Es más fácil acusar a otros que reconocer nuestras culpas. La fe cristiana, desde el minuto uno de la misa, nos ayuda a asumir nuestras responsabilidades, a no diluir el mal del mundo en las estructuras (como se decía hace años) o en otros mecanismos impersonales. En cualquier caso, no se trata de una confesión autoexculpatoria y mucho menos patológica, sino de una disposición a aceptar la misericordia de Dios con verdad y humildad. 

¿Qué es lo que confesamos en esa oración? Confieso, en singular, “quia peccavi nimis cogitatione, verbo, opere et omissione” (que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra, y omisión). Siempre me ha llamado la atención esa cuádruple modalidad. Hoy quiero detenerme en ella porque nos ayuda a entender cómo actuamos los seres humanos y, por tanto, cómo podemos progresar en nuestro camino espiritual.

Pecamos, en primer lugar, de pensamiento cuando nos empeñamos en ver las cosas de tejas abajo, no como las ve Dios. Quizá no pueda ser de otra forma, dada nuestra condición humana limitada, pero es bueno tomar conciencia de que como nos recuerda Isaías “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55,8-9). No se trata solo de los pensamientos “impuros” que tienen que ver con la sexualidad (como se insistía en el pasado), sino, sobre todo, de los pensamientos que denigran a los demás porque nacen de la envidia, los celos, el resentimiento o el afán posesivo. “Piensa mal y acertarás” concluye el refranero. Aunque no estemos convencidos de que este es el camino correcto, de hecho, lo recorremos con frecuencia. Aprender a pensar bien es uno de esos aprendizajes que oxigena la vida y que nos ayuda a eliminar muchos virus mentales que nos hacen daño. Jesús se lo advirtió a Pedro: “Piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,23). Pensar como los hombres es buscar en todo el prestigio, el poder y el placer, no la entrega generosa. 

Pecamos con las palabras cuando las convertimos en dardos que “matan” a las personas a través de la maledicencia, la calumnia o la mentira. Un simple “te odio” puede ser más letal que un tiro. Pero, además de estas palabras cargadas de muerte, hay otros modos de destrucción masiva; por ejemplo, el abuso de la ironía, que lleva al escepticismo. Hay personas que no saben hablar si no es en este registro, de manera que los demás nunca saben lo que realmente piensan porque nada es lo que parece. Esquivado el pensamiento claro, se elude también el compromiso eficaz. Es un modo sutil de no mancharse las manos. Hay palabras de todos los colores. Abundan hoy las superficiales, que no vehiculan más que la pobreza de nuestro interior. Y está luego la verbosidad que multiplica las palabras sin ton ni son. Hablamos mucho para no decir nada. La carta de Santiago es muy explicita en relación con los peligros de la lengua: “Lo mismo pasa con la lengua: es un órgano pequeño, pero alardea de grandezas. Mirad, una chispa insignificante puede incendiar todo un bosque. También la lengua es fuego, un mundo de iniquidad; entre nuestros miembros, la lengua es la que contamina a la persona entera y va quemando el curso de la existencia, pero ella es quemada, a su vez, por la gehena” (Sant 2,5-6).

Pecamos de obra cuando hacemos a sabiendas algo que va contra el amor; es decir, contra Dios. No se trata de naufragar en un casuismo que solo sirve para acogotar la conciencia. No se trata tampoco de hacer un recuento de nuestras obras “malas” como quien hace balance de resultados al final de un ejercicio económico. La cosa es más sencilla y más profunda. Al final de cada jornada podemos preguntarnos: ¿Ha sido el amor a Dios y a los demás el motor de lo que he hecho hoy o, más bien, la búsqueda de mí mismo? Repasar las “diez palabras” (decálogo)puede ser un método útil para este examen de conciencia, pero conscientes de que todas ellas tienen como sustrato el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada y de toda la ley. Solemos citar con frecuencia la frase de san Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”. Lo que nos cuesta es traducir el amor en los gestos y compromisos de la vida cotidiana ante de llegar a ese examen último.

Quizá el territorio más difícil de explorar es el de nuestros pecados por omisión. Solemos advertir lo que hacemos mal, pero pasamos por alto el bien que dejamos de hacer. Creo que muchos de nosotros somos expertos en omitir muchas cosas. Omitimos saludos, sonrisas, favores, cargas familiares, pago de impuestos, celebraciones familiares y litúrgicas, ayuda a las personas necesitadas, apertura a las causas emergentes… Lo que hace de la fe cristiana una fuente de vida es reducir al mínimo el campo de las omisiones. Hay una pregunta que puede ayudarnos a crecer. Podemos formulárnosla alguna vez a lo largo del día: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. No se trata de inventarse compromisos por el prurito de ser personas “comprometidas”, sino de estar en una paciente actitud de disponibilidad. Los mejores servicios no son los que nosotros hacemos para satisfacer nuestra necesidad de ser serviciales, sino los que los demás nos piden porque los necesitan. Jesús nos dio una brújula para no naufragar en el mar de las omisiones: “Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,37-40). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.