Me parece que las tres palabras que figuran en el título de la entrada de hoy (santos, templos, perfectos) pueden resumir el mensaje que nos transmiten las lecturas de este VII Domingo del Tiempo Ordinario. Las tres son hermosas, pero las tres
pueden ser malinterpretadas. El libro del Levítico (primera lectura) nos habla
de ser santos: “Sed santos, porque yo, el
Señor, vuestro Dios, soy santo”. Por si entendemos la santidad como una
huida de nuestro compromiso con las personas que nos rodean, inmediatamente
aclara: “No odiarás de corazón a tu
hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado.
No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás
a tu prójimo como a ti mismo”. La santidad de Dios es su amor. En el salmo responsorial
de hoy (salmo 102) cantamos: “El Señor es
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata
como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”. Uno de
los rasgos más hermosos de la santidad, que refleja cómo es Dios, es la capacidad
de no guardar memoria del mal que nos han hecho. El perdón es el nombre
cristiano de la santidad. Leo que el adolescente italiano Carlo Acutis
será beatificado próximamente, una vez que el papa Francisco ha aprobado el
milagro requerido. Me alegro muchísimo. Es un santo de nuestros días. Murió con
15 años en 2006. Puede ser un excelente modelo para muchos jóvenes que buscan
una referencia. Él era apasionado de la informática, pero mucho más de
la Eucaristía. Él sí entendió la santidad como un ejercicio de amor y de perdón.
En la primera
carta de san Pablo a los Corintios (segunda lectura), el apóstol nos formula
una pregunta que nos obliga a caer en la cuenta de nuestra dignidad: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios
lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois
vosotros”. Ser templo de Dios significa que en la fragilidad de nuestra
condición humana albergamos la huella de la presencia divina. Es bueno y necesario
tener algunos espacios materiales en los que reunirnos como comunidad cristiana
para orar, alabar a Dios y celebrar los sacramentos, pero el gran templo somos
cada uno de nosotros. Ni el templo de Afrodita ni el de Poseidón, famosos en la variopinta Corinto del siglo I, se pueden comparar con el templo que es cada cristiano. Cuando caemos en la cuenta de que Dios puede manifestarse
a otros a través de nuestro cuerpo mortal, de nuestra persona, nos estremecemos. Si Dios ha querido
habitar en nosotros, la santidad se traduce en un enorme respeto al templo que
somos cada uno y al templo que son los demás. Los seres humanos no somos
objetos manipulables o vendibles, sino lugares del encuentro con Dios. Como decía
el filósofo francés Lévinas: “La dimensión
du divin s’ouvre à partir du visage humain” (La dimensión de lo divino se
abre desde el rostro humano).
El evangelio de
hoy es de los que nos dejan sin palabras. Yendo mucho más allá de lo que la ley
o las tradiciones judías mandaban, Jesús nos regala algunas pautas de vida: “No hagáis frente al que os agravia… amad a
vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. Todo su mensaje se
resume en la sentencia final: “Sed
perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Por si corremos el riesgo de entender
la “perfección” como mero cumplimento escrupuloso de la ley, el texto paralelo
de Lucas lo aclara así: “Sed misericordiosos
como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). La “perfección” a la que
somos llamados consiste en poder vencer el mal a fuerza de bien; en derrotar el
odio con el amor, la venganza con el perdón; la indiferencia con la oración por
quienes nos afretan y persiguen. Gandhi pensaba que esta es la cumbre ética a
la que puede aspirar un ser humano. Tanta “perfección” (es decir, tanto amor) solo
es posible unidos a Dios. Santos, templos y perfectos son, en definitiva, tres
modos de expresar nuestra vocación de signos del amor de Dios en nuestro mundo.
Donde hay un cristiano, hay siempre un reflejo de la misericordia divina. ¿No
es esta la más hermosa vocación que uno puede imaginar? Me parece que este domingo
es un día especial para dar gracias a Dios porque “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para
que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4).
Gracias por destacar EL PERDON ES EL NOMBRE CRISTIANO DE LA SANTIDAD...
ResponderEliminary la SANTIDAD DE DIOS ES SU AMOR.