La semana empieza con dos noticias del ámbito artístico: la película Parásitos del surcoreano Bong Joon-ho se ha hecho con el Oscar de este año y la canción “Fai rumore” del italiano Diodato ha ganado la 70ª edición del Festival de la Canción de San Remo. No he seguido en directo ninguno de los dos eventos. Ambos tienen un gran tirón popular. La ceremonia de los Oscars se sigue en todo el mundo. El festival de San Remo es, sobre todo, un acontecimiento italiano. Parece increíble que después de 70 años siga teniendo tanta aceptación. Forma ya parte de las mejores tradiciones italianas. Las familias se pegan al televisor cada noche como si estuviéramos en los años 60. La combinación de música, baile y humor sigue atrayendo, quizá porque en este mundo nuestro tan disperso necesitamos eventos que nos agreguen, que nos hagan sentir que formamos parte del mismo pueblo, casi de la misma familia. Algunos temas de San Remo –como Nel blu, dipinto di blu (1958) o Non ho l’età de la famosa Gigliola Cinquetti (1964) se convirtieron en himnos generacionales y traspasaron fronteras.
No he tenido la oportunidad de ver todavía la película Parásitos. Leo que es una película que combina drama y humor negro y que ha tenido una gran aceptación por parte del público y de la crítica. Procuraré verla cuanto antes. Sí he escuchado la canción de Diodato. Es de clara factura italiana. El estribillo dice así: “Ho capito che / Per quanto io fugga / Torno sempre a te / Che fai rumore qui, / E non lo so se mi fa bene, / Se il tuo rumore mi conviene, / Ma fai rumore sì, / Che non lo posso sopportare / Questo silenzio innaturale / Tra me e te”. En román paladino, sonaría, más o menos, así: “Me di cuenta de que / Por mucho que huya / Siempre vuelvo a ti. / Estás haciendo ruido aquí, / Y no sé si es bueno para mí, / Si tu ruido me conviene, / Pero haces ruido, sí, / Que no puedo soportarlo / Este silencio antinatural / Entre tú y yo”. Frente a los silencios antinaturales, se reivindica el ruido –por inconveniente que pueda ser– como una forma de presencia. Hacer ruido es la manera de confirmar la existencia de otra persona: “Haces ruido, luego existes”. No hay peor desprecio que no hacer aprecio, decimos en castellano. El ruido, aunque sea incómodo, es siempre preferible a la indiferencia homicida.
Me gusta siempre hacer de las obras de arte una parábola para entender el misterio de la vida. No busco moralejas sino símbolos. Tanto la película surcoreana como la canción italiana me los proporcionan. A veces tengo la impresión de que también hoy nos conducimos como parásitos; es decir, como seres que vivimos a costa de otros de distinta especie, alimentándonos de ellos y depauperándolos, pero sin llegar a matarlos. Vivir “a costa de otros” (parientes, amigos, Estado, instituciones, Iglesia, etc.) es una tentación recurrente. Acostumbrados a identificar “vivir” con “consumir”, nos pegamos a todo aquello que nos proporcione energía al menor costo posible, succionamos todo sin hacer el esfuerzo de ser creativos y productivos. Una sociedad parasitaria es, por ejemplo, la que espera casi todo de papá-Estado en vez de capacitar a sus ciudadanos para que maduren, tomen sus propias decisiones y construyan un proyecto de vida. Algo parecido podría decirse del “hacer ruido”. Cuando el silencio se nos hace insoportable y no tenemos nada que comunicar porque llevamos una vida inane, por lo menos buscamos un poco de ruido como sucedáneo de una verdadera comunicación. El ruido no sustituye a la palabra, pero indica que alguien existe, que algo existe, que la vida no ha detenido su curso. Me imagino a un ser extraño dirigiéndose a la humanidad desde un inmenso sistema de megafonía lanzando este mensaje maldito: “Haced ruido, parásitos, antes de que se pare la máquina del mundo”.
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