Hoy es un día de transición entre la jornada de ayer, cargada de acontecimientos, y la de
mañana, pródiga también de celebraciones. Ayer celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar
(especialmente sentida en Zaragoza, Aragón y España entera), la fiesta
nacional de España y –permítaseme aludir a ello– los 50 años de la
independencia de Guinea Ecuatorial, un país que he visitado en varias
ocasiones. No me olvido de que también ayer se realizó el vuelo comercial más largo del mundo entre Singapur y Nueva York, 16.700 kilómetros de un tirón. Mañana Roma se vestirá de fiesta para celebrar la canonización de
Pablo VI, monseñor Óscar Arnulfo Romero y otros
cinco beatos más, incluyendo el joven italiano de 19 años Nunzio
Sulprizio. El papa Francisco ha querido que este último fuera canonizado
coincidiendo con el Sínodo sobre los jóvenes para proponerlo como modelo de
santidad a las nuevas generaciones. Yo continúo mi trabajo ordinario, sin apenas tiempo para teclear estas notas diarias. Tengo que pensármelo dos veces, porque
cada vez resulta más arriesgado escribir un blog libre. Algunos pretenden que
sea una especie de tesis sobre los diversos temas. Exigen un rigor académico inoportuno. Eso mataría la frescura y espontaneidad
de un blog que no tiene más pretensiones que tomar el pulso –nunca sentar
cátedra– a lo que nos va sucediendo cada día para tratar de iluminarlo desde el
Evangelio.
Mientras suceden estas y otras muchas cosas de
las que dan cuenta los medios de comunicación, en cada uno de nosotros se va
produciendo una intrahistoria que no se puede contar. El soldado que participa
en el desfile de las Fuerzas Armadas por el paseo de la Castellana de Madrid es
el mismo que está preocupado porque tiene a una hija internada en el
hospital o está a punto de separarse de su esposa. Algunos de los jóvenes que
vibran en el encuentro con el Papa en la sala Pablo VI del Vaticano son los
mismos que están ansiosos porque no acaban de encontrar trabajo tras concluir
sus carreras. Sí, baten palmas cuando hace su aparición el Papa, pero saben que
todo será una experiencia efímera, que, al regreso a sus respectivos lugares de
origen, la vida continuará con la misma incertidumbre que antes. Muchos de los
que depositan flores ante el monumento de la Virgen del Pilar en Zaragoza, en la
soledad de su conciencia se preguntan si tienen verdadera devoción o todo es un
montaje tradicional que se ajusta a la costumbre y a las expectativas de la
gente. Entre la historia oficial que los periódicos describen y la intrahistoria que
cada uno vivimos hay, con frecuencia, una brecha infranqueable. A la postre, lo
que cuenta es lo que nos hace vibrar, sufrir y esperar a cada uno de nosotros.
No nos importa tanto hablar de lo que sucede fuera cuanto de lo que sentimos
dentro.
Entre los jóvenes
corre un dicho que ilustra esta contradicción. Cuando alguien te pregunta cómo
estás, se podría responder: “Bien, ¿o te lo cuento?”. La primera parte de la
respuesta (el “bien”) es la contestación que todo el mundo espera porque es la
dictada por la cortesía. La segunda parte (la pregunta “¿o te lo cuento?”) abre
la puerta a una respuesta menos convencional y más ajustada a la realidad de
cada uno. Las cosas no siempre van bien. Los problemas personales, familiares y
sociales se agazapan tras una sonrisa cortés o un apretón de manos. Lo que
sucede es que a menudo preferimos no superar el nivel de la cortesía para no tener
que adentrarnos en el terreno pantanoso de los problemas propios y ajenos. Si “todo
va bien” nos evitamos asumir compromisos. Si “las cosas no van bien” nos
complicamos la vida. ¿Cómo reacciona uno cuando alguien le dice que no todo va
bien en su vida: que ha perdido el trabajo, que tiene problemas con su pareja,
que le han diagnosticado un cáncer o una depresión, que está harto de la situación
política o que está a punto de tirar la toalla? Toda revelación de la intimidad
nos compromete. Cuando alguien nos abre la puerta de su corazón no podemos
permanecer indiferentes. La intrahistoria es, a la postre, más verdadera y
desafiante que la historia oficial. No siempre estamos preparados para asumirla. Preferimos la
crónica televisiva de un acontecimiento lejano antes que la historia de un
corazón roto a medio metro de nosotros.
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