sábado, 13 de octubre de 2018

La historia interior

Hoy es un día de transición entre la jornada de ayer, cargada de acontecimientos, y la de mañana, pródiga también de celebraciones. Ayer celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar (especialmente sentida en Zaragoza, Aragón y España entera), la fiesta nacional de España y –permítaseme aludir a ello– los 50 años de la independencia de Guinea Ecuatorial, un país que he visitado en varias ocasiones. No me olvido de que también ayer se realizó el vuelo comercial más largo del mundo entre Singapur y Nueva York, 16.700 kilómetros de un tirón. Mañana Roma se vestirá de fiesta para celebrar la canonización de Pablo VI, monseñor Óscar Arnulfo Romero y otros cinco beatos más, incluyendo el joven italiano de 19 años Nunzio Sulprizio. El papa Francisco ha querido que este último fuera canonizado coincidiendo con el Sínodo sobre los jóvenes para proponerlo como modelo de santidad a las nuevas generaciones. Yo continúo mi trabajo ordinario, sin apenas tiempo para teclear estas notas diarias. Tengo que pensármelo dos veces, porque cada vez resulta más arriesgado escribir un blog libre. Algunos pretenden que sea una especie de tesis sobre los diversos temas. Exigen un rigor académico inoportuno. Eso mataría la frescura y espontaneidad de un blog que no tiene más pretensiones que tomar el pulso –nunca sentar cátedra– a lo que nos va sucediendo cada día para tratar de iluminarlo desde el Evangelio.

Mientras suceden estas y otras muchas cosas de las que dan cuenta los medios de comunicación, en cada uno de nosotros se va produciendo una intrahistoria que no se puede contar. El soldado que participa en el desfile de las Fuerzas Armadas por el paseo de la Castellana de Madrid es el mismo que está preocupado porque tiene a una hija internada en el hospital o está a punto de separarse de su esposa. Algunos de los jóvenes que vibran en el encuentro con el Papa en la sala Pablo VI del Vaticano son los mismos que están ansiosos porque no acaban de encontrar trabajo tras concluir sus carreras. Sí, baten palmas cuando hace su aparición el Papa, pero saben que todo será una experiencia efímera, que, al regreso a sus respectivos lugares de origen, la vida continuará con la misma incertidumbre que antes. Muchos de los que depositan flores ante el monumento de la Virgen del Pilar en Zaragoza, en la soledad de su conciencia se preguntan si tienen verdadera devoción o todo es un montaje tradicional que se ajusta a la costumbre y a las expectativas de la gente. Entre la historia oficial que los periódicos describen y la intrahistoria que cada uno vivimos hay, con frecuencia, una brecha infranqueable. A la postre, lo que cuenta es lo que nos hace vibrar, sufrir y esperar a cada uno de nosotros. No nos importa tanto hablar de lo que sucede fuera cuanto de lo que sentimos dentro.

Entre los jóvenes corre un dicho que ilustra esta contradicción. Cuando alguien te pregunta cómo estás, se podría responder: “Bien, ¿o te lo cuento?”. La primera parte de la respuesta (el “bien”) es la contestación que todo el mundo espera porque es la dictada por la cortesía. La segunda parte (la pregunta “¿o te lo cuento?”) abre la puerta a una respuesta menos convencional y más ajustada a la realidad de cada uno. Las cosas no siempre van bien. Los problemas personales, familiares y sociales se agazapan tras una sonrisa cortés o un apretón de manos. Lo que sucede es que a menudo preferimos no superar el nivel de la cortesía para no tener que adentrarnos en el terreno pantanoso de los problemas propios y ajenos. Si “todo va bien” nos evitamos asumir compromisos. Si “las cosas no van bien” nos complicamos la vida. ¿Cómo reacciona uno cuando alguien le dice que no todo va bien en su vida: que ha perdido el trabajo, que tiene problemas con su pareja, que le han diagnosticado un cáncer o una depresión, que está harto de la situación política o que está a punto de tirar la toalla? Toda revelación de la intimidad nos compromete. Cuando alguien nos abre la puerta de su corazón no podemos permanecer indiferentes. La intrahistoria es, a la postre, más verdadera y desafiante que la historia oficial. No siempre estamos preparados para asumirla. Preferimos la crónica televisiva de un acontecimiento lejano antes que la historia de un corazón roto a medio metro de nosotros.


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