Hay que reconocer que, en general, nos gusta lo que rompe la rutina. Una noticia suele ser algo que se
sale de lo normal; eso que se cuenta siempre: que un hombre muerda a un perro,
no que un perro muerda a un hombre. Los espectáculos de cualquier tipo buscan
siempre sorprender al espectador en una progresión que no parece tener final. En
el campo religioso, muchas personas se sienten atraídas por historias de
milagros y apariciones. Abundan quienes consultan el horóscopo, echan las
cartas o se internan en el campo de la magia. Es como si la vida diaria nos
resultara demasiado plana y todos necesitáramos experiencias vertiginosas,
exóticas, diferentes. Si algo me atrae cada vez más de Jesús y de su Evangelio
es que nos muestra que la experiencia de Dios se produce en la trama de la vida
cotidiana, que no es necesario buscar nada maravilloso, y mucho menos
espectacular, para descubrir los signos de su presencia entre nosotros. El amor
de Dios se manifiesta en el más maravilloso campo que uno pueda imaginar: la
vida misma, con toda su belleza y su miseria, con sus perplejidades y contradicciones.
Los seres humanos tampoco necesitamos cubrirnos de ceniza, hacer abluciones o
golpearnos la espalda con un cilicio para abrirnos a la experiencia de Dios.
Basta vivir cada
experiencia de la vida cotidiana con sentido y con amor. Lo cotidiano tiene
encanto, se convierte en expresión de gracia y lugar de encuentro, cuando:
- Nos levantamos cada mañana dando gracias a Dios por el milagro de superar la noche y estrenar un nuevo día.
- Bajo el chorro de la ducha, rememoramos nuestro bautismo y sentimos en la piel nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios.
- Saludamos con un buenos días a las personas queridas cargando cada palabra con la fuerza de la autenticidad y del cariño.
- Degustamos los alimentos con gratitud, pensando en las personas que los han preparado y en las que apenas disponen de ellos.
- Realizamos nuestro trabajo con puntualidad, competencia, honradez y sentido de equipo, conscientes de que, a través de él (por humilde que sea), estamos contribuyendo a hacer mejor nuestro mundo.
- No buscamos con avidez una ganancia exagerada o aprovecharnos de las personas más débiles para medrar.
- Decimos la verdad, aunque podríamos obtener algún beneficio propio si nos sirviéramos de algunas mentiras.
- Tratamos a las personas con respeto, con independencia de su color, condición social, edad o proveniencia.
- Practicamos las virtudes cívicas que hacen agradable la convivencia y evitamos todo aquello que pueda ponerla en riesgo.
- Admiramos la belleza de un paisaje, una obra de arte, una comida, una conversación o un paseo.
- Sabemos buscar tiempo de silencio para encontrarnos con nosotros mismos y entrar en comunión con Dios.
- Nos enojamos ante los atropellos que se cometen contra las personas más vulnerables y no nos quedamos con los brazos cruzados.
- Tomamos conciencia de nuestras debilidades antes de denunciar los errores de los demás.
- Al irnos a la cama cada noche le entregamos a Dios el peso de la jornada para que lo convierta en un canto de alabanza.
Menudo programa cotidiano. Ojalá todos los momentos del día estuviesen revestidos del espíritu que hoy nos propones. Gracias amigo por ayudarnos a hacer más cercano el ser una buena persona, agradecida y sonriente, a pesar de las dificultades. Un abrazo. Juan
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