miércoles, 10 de octubre de 2018

Encontrar la clave

Son las seis de la mañana. Aquí, en la Villa Santa Tecla, reina un silencio absoluto. Parece que el tiempo discurre de otra manera. A esta misma hora en Roma bulle el tráfico. Aquí nada se mueve. No se vive igual en el silencio del campo que contaminados por el ruido de las ciudades. El ruido nos carga de tensión, aunque a menudo no nos demos cuenta de ello. El silencio aquieta nuestro mundo interior. Quizá la mejor fórmula para vivir tensos y aquietados sea una sabia, y no siempre posible, combinación de ambos. La ciudad nos abre al mundo variopinto de las creaciones humanas, nos hace ver que somos historia. El campo nos recuerda que somos naturaleza. Ambas vías pueden conducirnos a la experiencia de Dios. El filósofo vasco Xavier Zubiri recopiló algunos de sus primeros ensayos en la obra Naturaleza, Historia, Dios  (1944). Pertenece a esa categoría de libros que ya no se leen, pero que nos ayudan a pensar las cosas “de otra manera”, que nos ayudan a relacionar lo que nosotros solemos descoyuntar.

Durante estos días estoy reunido en este silencioso lugar con mis compañeros del gobierno general. Cada medio año tenemos una convivencia de cuatro días para compartir cómo estamos y preparar juntos la agenda de los consejos intensivos. Se amontonan muchos asuntos sobre la mesa. Antes de abordarlos uno a uno, como si fueran notas en el pentagrama de nuestra vida misionera, es necesario colocar la clave. De lo contrario, podemos despacharlos sin percibir su alcance y su significado. Huimos del ruido y nos venimos al silencio. Es la única manera de encontrar la clave. Dentro de unas horas tendremos un tiempo de retiro en el Eremo delle Carceri, un precioso lugar donado por los benedictinos a san Francisco de Asís para que pudiera “encarcelarse”; es decir, retirarse a orar y hacer penitencia para no perder la clave de su vida. Mañana tendré oportunidad de contar algo de la experiencia. Todas las veces que lo he visitado he sentido muy de cerca la comunión con la naturaleza, con la historia y con Dios. Es uno de esos lugares sacramentales que, si es posible, conviene visitar alguna vez. A mí me habla más que un museo o una discoteca.

Encontrar la clave de nuestro pentagrama personal: este es un desafío que todos tenemos en las diversas etapas de nuestra vida. Nuestro pentagrama está salpicado de notas. Cada una de ellas representa las diversas experiencias que vamos acumulando: encuentros con personas, trabajos, viajes, enfermedades, fracasos, alegrías, incomprensiones, éxitos… A menudo no sabemos qué sentido tiene todo, cómo suena la melodía de nuestra vida, porque nos falta la clave al comienzo del pentagrama. No “suena” igual una enfermedad desde la clave de la fe en Cristo muerto y resucitado que desde la clave del mero azar, el resentimiento o el absurdo. La mayoría de nosotros vivimos experiencias muy parecidas. Lo que cambia el color de nuestra vida es la clave que cada uno ponemos. La misma experiencia que para uno es causa de sinsentido puede ser, para otro, un paso en su configuración con Cristo. Sin silencio es muy difícil encontrar la clave y percibir el verdadero sonido de las notas. Por eso, es tan necesario alejarse de vez en cuando del “mundanal ruido” para re-escribir la partitura de nuestra vida. El ruido nos aturde y nos va asemejando a las máquinas. El silencio nos ayuda a recobrar nuestra humanidad.

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