sábado, 21 de enero de 2017

La felicidad de lo pequeño

El discurso que ayer pronunció “el hombre de la corbata roja” (sí, eligió la roja en vez de la azul) confirmó todo lo que muchos temíamos: una mezcla de populismo, proteccionismo y nacionalismo  que, dicho sea de paso, no suscitó mucho entusiasmo. Quizá el símbolo más elocuente fue la pobre y desangelada interpretación del himno nacional a cargo de la joven soprano Jackie Evancho. No percibí ninguna emoción en su voz. Daba la impresión de que cantaba porque no tenía más remedio. En cualquier caso, más que la inauguración de la presidencia de Trump, me conmueve la noticia de las varias personas rescatadas del hotel Rigopiano sepultado por un alud de nieve en Italia. Es casi un símbolo del rescate que Jesús hace de cada uno de nosotros, sepultados en el hotel de la vida por tanta miseria y contaminación. De todas maneras, hoy sábado me he fijado en una noticia que me ha llamado la atención. Meik Wiking, un treintañero danés, fundador del Instituto para la Investigación sobre la Felicidad, es considerado como “el hombre más feliz del mundo”. Ya se sabe que estas clasificaciones son absolutamente arbitrarias, pero llaman la atención. Ha viajado a Madrid para presentar la versión española de su libro Hygge, la felicidad de las pequeñas cosas. No he tenido oportunidad de leerlo todavía, pero, al parecer, trata de la “filosofía hygge”, una particular forma danesa de entender la vida.

El título del libro me ha recordado enseguida la célebre frase atribuida a Groucho Marx: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”. Bromas aparte, parece que el estilo hygge va en otra dirección. En su manifiesto presentan las cosas del siguiente modo: 
“Apaga luces (ambiente), apaga el móvil (presencia); café, chocolate, galletas, pasteles hygge... (placer). Nosotros por encima de yo (igualdad). Disfrútalo: este podría ser el mejor momento (gratitud). Te queremos tal cual eres, no hace falta que presumas de tus logros (armonía). Desconecta, ponte cómodo (comodidad). Nada de agobios, ya hablaremos de política otro día (tregua). Construye relaciones e historias (unión). Esta es tu tribu, este es tu remanso de paz y seguridad (refugio)”.
Las palabras clave son: ambiente, presencia, placer, igualdad, gratitud, armonía, comodidad, tregua, unión y refugio. Parece que el estilo de vida hygge privilegia una forma intimista en la que se pueda compartir con otros la conversación tranquila, el ritmo relajado y la armonía. Nada que ver con las formas ruidosas y callejeras típicas de los países mediterráneos o caribeños. Se prefiere el hogar a la calle, el silencio a la algarabía, las velas a la luz solar… Es una forma de vida nacida en Dinamarca, un país de largos inviernos y cortos veranos. Más allá de los condicionamientos meteorológicos y culturales, hay algo válido para todos. La felicidad está ligada a la armonía con uno mismo, los demás y el entorno. 

Comparto esta forma de entender la vida, pero me sabe a poco. Me falta una relación básica sin la cual no me encuentro a mí mismo: la relación con Dios. Él es el principio de la armonía porque “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Él es para los seres humanos el verdadero hogar. En Él nos encontramos siempre en casa. A diferencia de la filosofía hygge, el Dios de Jesús es solaz y armonía, pero no es un refugio. Del hogar nos lanza siempre a la calle. Es un Dios que sale al encuentro de todos sus hijos e hijas. No nos invita al intimismo sino al éxodo. Como en el caso de Jesús, tal como aparece en los primeros capítulos de evangelio de Marcos que la liturgia nos propone al comienzo del Tiempo Ordinario, los lugares de la felicidad cubren un itinerario que pasa por la sinagoga (formación), la casa (familia), la calle (encuentro), el monte (oración) y el camino (misión). Los pequeños detalles no se reducen solo al placer de compartir un café a la luz de las velas sobre un cojín de lana. La felicidad cristiana es un circuito en el que nos encontramos con nosotros, con los demás (sobre todo, los que necesitan cariño) y con Dios. 

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