martes, 17 de enero de 2017

Aprovechar el momento

Estamos sobrevolando las Islas Canarias. Faltan menos de tres horas para llegar a Madrid. Aprovecho este tiempo de vuelo para escribir el post de hoy porque cuando lleguemos, ya entrada la noche, estaré muy cansado. Para colmo, mi vuelo a Roma es a las 7 de la mañana. Tendría que escribir algo sobre san Antonio abad, cuya fiesta celebramos hoypero no me siento muy inspirado, a pesar de que es un santo muy popular. Sigo con el asunto de mi viaje. Me sorprende la serenidad con que los pasajeros hemos aceptado el retraso de 15 horas. Una vez que nos convencimos de que no había nada que hacer, procuramos sacar partido hasta de las más de cinco horas de cola mientras reprogramaban nuestros vuelos. Quizá estamos aprendiendo a aprovechar todo lo que sucede más que a quejarnos de las cosas que no dependen de nosotros. En el mes de marzo escribí algo sobre la distinción que los ecólogos hacen entre complicado y complejo. El post se titulaba Un smartphone no es una rosa. Fue una reflexión rápida escrita en un aeropuerto. Me ha venido ahora a la mente porque lo vivido durante el fin de semana ha sido un evento complejo, no un hecho complicado. Nadie contaba con que el avión que estaba volando de Madrid a Lima iba a tener un percance serio (todavía inexplicado) y tendría que hacer un aterrizaje de emergencia en las islas Barbados. Nadie contaba con que la compañía tendría que enviar otro avión vacío desde Madrid para recoger a los pasajeros que se habían quedado tirados en la isla caribeña, trasladarlos a Lima y luego recogernos a nosotros que llevábamos más de 12 horas esperando nuestro vuelo a Madrid. Estas cosas no son objeto de programación: acontecen sin más. Y es mejor aceptarlas con calma, aunque nos causen serios contratiempos.

Lo vivido este fin de semana me ha recordado algo a lo que llevo dando muchas vueltas desde hace años. Frente a las realidades complicadas, programables, nuestra actitud suele ser el control. Queremos controlar la economía, las comunicaciones, los vehículos, los aviones, los ordenadores. Es lo que toca. Pero, ¿qué hacer ante las realidades complejas, inesperadas; es decir, ante las realidades humanas? Si las afrontamos con la misma mentalidad controladora experimentaremos una gran frustración porque lo complejo se resiste al control y la manipulación. Lo correcto es poner en marcha una actitud estratégica que aprenda a sacar partido de lo que sucede, a aprovechar al máximo el movimiento de la vida. Ponerse del lado de la vida: he aquí el reto. Esta actitud estratégica se basa en cinco puntos:

1. Aceptar la realidad como es, no como nos gustaría que fuese. Es el punto más difícil. Todos nosotros queremos modificar la realidad según nuestras expectativas, deseos, planes, temores, etc. Cuando ésta no se acomoda, nos sentimos inermes y desorientados. Lo lógico sería comenzar aceptando las cosas como son, tanto aquellas que hemos programado como las que suceden por sorpresa, tanto las que nos gustan como las que nos disgustan. Para ello no es necesario hacer un cursillo acelerado de budismo. Basta ejercitarse en el realismo que impone la experiencia. ¿De qué hubiera servido que este fin de semana hubiéramos organizado una algarada en el aeropuerto de Lima? A nadie (ni a los pasajeros ni a los directivos y empleados de la compañía área) le resultó plato de buen gusto el aterrizaje forzado en Barbados. Pero sucedió. Partamos del hecho bruto.

2. Investigar las raíces de lo que sucede. Para saber cómo afrontar un contratiempo es preciso saber –hasta dónde sea posible– por qué y cómo se ha producido.  Puedo aceptar que un día estoy triste, pero si quiero afrontar la tristeza es bueno que me pregunte si hay alguna causa que la haya provocado. No es lo mismo estar triste por haber dormido mal que por haber recibido una mala noticia, porque ha salido un día lluvioso o porque nos sentimos responsables de alguna acción mala. La búsqueda de las raíces es especialmente necesaria cuando se trata de experiencias humanas que condicionan nuestra vida. ¿Por qué soy agresivo o celoso o suspicaz? Quienes se conocen bien suelen identificar con facilidad algunas causas de sus reacciones. En el caso del incidente aéreo del fin de semana, es probable que la compañía se pregunte si el avión había pasado todos los controles prescritos, si hubo agentes externos que provocaron el percance (una tormenta eléctrica, un objeto introducido en los motores, etc.).

3.  Preguntarse por el significado. Un mismo hecho puede tener significados diversos según las circunstancias externas y, sobre todo, las actitudes internas. Todos conocemos personas que ante una enfermedad, por ejemplo, reaccionan de modos diversos según el sentido que le otorgan. No es lo mismo considerarla un castigo, un reto o una forma de sufrimiento redentor. Enamorarse de una persona no significa lo mismo a los 15 años que a los 30 o a los 60. Para aprovechar al máximo un evento, es preciso situarlo en nuestra trayectoria vital, en un contexto. Solo así adquiere sentido y puede ayudarnos a crecer como seres humanos.

4. Reaprender cuando es posible. La mayoría de las cosas que nos suceden son fruto de los aprendizajes que hemos hecho. A menudo, ante una reacción violenta o egoísta, solemos escudarnos diciendo: “Yo soy así” cuando, en realidad, tendríamos que decir: “Yo he aprendido a ser así”. Hemos aprendido a ser egoístas, envidiosos, pasivos, huraños, agresivos… Pero también generosos, creativos, solidarios o simpáticos. El ser humano es extraordinariamente moldeable. Podemos reaprender muchas actitudes y conductas positivas si nos lo proponemos y seguimos un cierto método. Estoy seguro de que la compañía aérea, si logra identificar las causas del incidente y es una compañía seria, va a aprender cómo deben afrontarse ciertas situaciones y cómo se pueden mejorar las cosas.

5. Integrar la parte en el todo cuando el reaprendizaje no es posible. Lo ideal es reaprender todo aquello que ha sido aprendido mal. Cuanto más lo hagamos mejores seremos. Pero la experiencia nos dice que, por causas diversas (dotación genética, hábitos muy arraigados, trastornos psíquicos, contextos muy adversos), no siempre es posible reaprender. ¿Qué nos queda, entonces? Nos queda integrar la parte no sana en el todo, de manera que no fijemos nuestra atención en lo que no funciona bien sino en el conjunto de nuestra vida. Yo puedo tener un problema con el alcohol o un lenguaje un poco grosero, pero mi vida no se reduce a esos dos puntos. Cuanto más contemple el conjunto, más fácilmente integraré esas partes en él y, por tanto, haré que no absorban toda mi energía. No podemos respirar por nuestras heridas, absolutizándolas y contaminando a las personas que forman parte de nuestro entorno.


Mientras tecleo casi furtivamente estas notas, percibo que la adolescente peruana que está sentada a mi izquierda mira de soslayo la pantalla de mi portátil. Probablemente piense: “¿Qué estará escribiendo este tío cuando todos dormitan o escuchan música?”. Desde luego no es un cuento para niños, pero todo se andará. 

2 comentarios:

  1. BUENÍSIMO y más teniendo en cuenta las 15 horas y lo que te espera. No he podido calificarlo con las opciones q brinda la máquina. Siempre gracias por seguir. Te imagino ahora mismo en Barajas aterido de frío en contraste con el calor peruano y boliviano y medio dormido. Mucho ánimo, seguimos rezando para que nunca te abandone el Espíritu Santo y tú gran ánimo.

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  2. P. Gonzalo: muy lúcida su reflexión. A muchos nos cae muy bien. Un respetuoso y fraterno saludo.

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