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jueves, 9 de junio de 2016

Yeshua, tu nombre me suena

Creía que sabía muchas cosas de él, pero ahora no estoy tan seguro. Algunas las aprendí de niño y se han quedado grabadas en mi disco duro. Los estudios posteriores apenas han modificado los rasgos esenciales. Otras me sorprenden cuando menos imaginaba. Su nombre latino, con el que es conocido en las lenguas occidentales, es Jesus. Pero, en realidad, en su lengua materna, debía de sonar como Yeshua. El arte occidental lo pinta de mil maneras, pero no sabemos cómo era. Ni siquiera el asunto de la barba y la melena tienen algún fundamento sólido. 

Era un campesino de una pequeña provincia del imperio romano llamada Palestina. Se movió, sobre todo, por su Galilea natal con algunas incursiones en Judea. Murió a las afueras de la ciudad santa, Jerusalén. 

Casi todo lo que sabemos de él nos viene a través de cuatro composiciones llamadas evangelios. Existe otra literatura apócrifa que en los últimos años se ha querido explotar, pero, en general, es pura bazofia. El intento no ha ido demasiado lejos por falta de rigor. Por más esfuerzos que se han hecho de reducirlo a un mito, a un producto de su contexto sociocultural o incluso a un extraterrestre, no se ha logrado erradicar su nombre o disminuir su influjo. 

Casi todas las religiones imaginan a Dios como un Ser fuera, lejos, arriba. Yeshua hablaba de Él como de alguien que está dentro, cerca, abajo. Lo expresó a través de historietas que la tradición llamó parábolas. Y también de unos cuantos gestos para aliviar un poco la vida de algunos leprosos, paralíticos, sordos, cojos, ciegos, mudos, enfermos psíquicos… No vino a predicar ningún método para maquillar el dolor o esconder el sufrimiento humano. Y mucho menos para pasar de puntillas sobre la tremenda y escandalosa paradoja de creer en un Dios bueno que permite el mal. Más bien, cargó con él, lo hizo suyo, se dejó derrotar. No abandonó en la cuneta a ningún desgraciado. Desde dentro, perforó el mal y su expresión suprema: la muerte.

Esta historia me suena, pero necesito escucharla una y otra vez, de múltiples maneras, para que la excesiva familiaridad no mate su fuerza.