domingo, 14 de septiembre de 2025

Las tres cruces


El título no es una ampliación del célebre bolero Dos cruces compuesto por Carmelo Larrea en 1952 e interpretado por numerosos artistas. Es una meditación sobre la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos hoy domingo en España, aunque en muchos países de Hispanoamérica celebran el XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Creo que, a lo largo de nuestra vida, vivimos nuestra relación con la cruz de Jesús de maneras diferentes. Tardamos mucho tiempo en comprender su verdadero significado redentor. Por eso se nos hacen incomprensibles muchas palabras de Jesús que nos invitan a cargar con la la cruz de cada día. Hay una cruz evitada, una cruz soportada y una cruz abrazada.


La cruz evitada

Cuando somos jóvenes experimentamos la vida en todo su esplendor. Aspiramos a disfrutarla y a compartirla. Huimos de todo lo que implique dolor o sufrimiento. Admiramos al Jesús que evangeliza y cura, pero tenemos problemas para aceptar y entender su trágico final. La muerte en la cruz nos parece innecesariamente cruel. Introduce una distorsión que no sabemos manejar. Por eso, aunque llevemos cruces al cuello y colgadas de las orejas, evitamos cualquier experiencia que nos suponga morir a nosotros mismos o cualquier sufrimiento que nos parezca inútil.

La cruz soportada

En la edad adulta hemos tenido ya suficientes experiencias de la vida como para darnos cuenta de que el sufrimiento es inevitable, de que la vida no es un camino de rosas, de que las espinas forman parte de la realidad. Hemos almacenado fracasos y sinsabores, frustraciones y esfuerzos. Sabemos que vivir es luchar. Vemos la cruz como un elemento inevitable, pero nos limitamos a soportarla del mejor modo posible. Convivimos con ella como quien convive con un defecto físico insuperable. Amortiguamos su peso con experiencias placenteras que equilibren la balanza de la vida. Empezamos a entender a Jesús, pero nos resistimos a imitarlo.

La cruz abrazada

A medida que nos acercamos a la ancianidad y vamos experimentando las “pérdidas” normales de la vida (salud, trabajos y responsabilidades, amigos y seguridad) nos acercamos a la cruz de Jesús como a nuestra tabla de salvación, nos identificamos con ella porque entendemos que el verdadero amor siempre implica la muerte a uno mismo. La cruz deja de ser un objeto de adorno o un símbolo de suplicio para convertirse en expresión suprema de entrega, en fuente de consuelo y esperanza. No huimos de ella, ni siquiera nos limitamos a soportarla pasivamente. Nos abrazamos a ella porque en ella encontramos al Jesús que muere por todos.


No es necesario que estas etapas coincidan con las edades de la vida. Se pueden dar en cualquier tiempo. Incluso admiten repeticiones. Lo que importa es que, conducidos por el Espíritu, aprendamos a descubrir que en la cruz de Jesús se transparenta lo que leemos en el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Hace falta mucha transformación interior para comprender el alcance de esta buena noticia.

1 comentario:

  1. Nos dices y tienes razón que “Hace falta mucha transformación interior para comprender el alcance de esta buena noticia.”
    Gracias Gonzalo por la reflexión que nos ofreces de las tres cruces… Un buen empuje para hacer pasos para ir caminando hacia esta transformación interior.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.