jueves, 11 de septiembre de 2025

Aprender de la vida


Me sorprendió la humedad pegajosa de Roma en comparación con el calor seco de Madrid. De todos modos, el tiempo no fue obstáculo para compartir una intensa jornada formativa con los participantes en la asamblea intercapitular de los Misioneros Combonianos precisamente en el día en que celebraban la fiesta de su patrono san Pedro Claver, un jesuita español de los siglos XVI-XVII que dedicó casi cuarenta años de su vida a trabajar en favor de los esclavos negros que llegaban al puerto colombiano de Cartagena de Indias. 

Hace once años tuve la oportunidad de orar ante la tumba que conserva sus restos en la iglesia que lleva su nombre. Es admirable cómo un hombre que tuvo dificultades para ser ordenado sacerdote a causa de sus limitaciones intelectuales fue capaz de socorrer, evangelizar y bautizar a unos 300.000 africanos que llegaban en barcos negreros para ser vendidos y explotados. 

Figuras como estas redimen la mediocridad de muchos de nosotros. En toda época ha habido hombres y mujeres que se han tomado el Evangelio en serio, que no han buscado una vida cómoda, que se han desgastado por los demás porque tenían muy claro cuál era el propósito de su vida. Por eso mismo, en medio de innumerables dificultades, vivían con paz y alegría. Hoy disponemos de mejores condiciones para vivir, pero a menudo no sabemos bien por qué y para quién. Eso explica en parte la confusión y el hastío de muchas personas que no acaban de sentirse a gusto en su piel.


Ayer participé en la audiencia general de León XIV en la plaza de san Pedro. De vez en cuando caían unas gotas suaves sobre la marea multicolor de paraguas desplegados. El papa dedicó su catequesis a la muerte de Jesús. Había mucha gente en la plaza y en los alrededores. El año jubilar ha convocado a muchas personas de todo el mundo. 

Después de la audiencia, disfruté paseando solo por el centro de Roma. De vez en cuando abría mi pequeño paraguas para protegerme de una lluvia suave. Participé en la misa en inglés de un grupo de peregrinos estadounidenses en la iglesia de Santa María in Traspontina. Comí después con el prepósito general de los carmelitas descalzos y el joven obispo (48 años) de La Seu d’Urgell Josep-Lluís Serrano Pentinat

En el momento del café tuvimos una interesante conversación sobre la situación de la Iglesia y, en especial, de la vida consagrada. Es bueno contrastar opiniones con personas que tienen distintos puntos de vista. Terminé la jornada dando un largo paseo por el centro con el que hasta hace una semana fue párroco de mi pueblo natal y que ahora se encuentra en Roma para comenzar sus estudios de especialización. La lluvia nos dio un respiro, así que pudimos disfrutar de Piazza Navona y alrededores sin tener que refugiarnos bajo el paraguas. Un helado en Giolitti endulzó el recorrido.


Confieso que disfruto regresando a Roma de vez en cuando, pero no concibo mi vida en esta ciudad. Esa etapa ya pasó. Me da la impresión de que la vida eclesial se incuba hoy en otros muchos lugares del mundo sin el lastre de la historia. Tradición y vanguardia están siempre en tensión. Roma mantiene vivos los orígenes, pero el cristianismo no es solo “alfa”, sino “omega”. Mira al pasado, pero se deja atraer por el futuro. Esta es la tensión que nos mantiene vivos, fieles y creativos a un tiempo. 

Hay eclesiásticos que fanno fatica a comprender esta dinámica, pero quienes están muy cerca de las personas y comunidades la entienden muy bien porque la viven en carne propia. Los libros son buenos cuando ayuda a esclarecer la experiencia de la vida; sin ella, se convierten en manuales de idealismo o escepticismo, en GPS que te llevan por carreteras equivocadas. Se nota enseguida cuando alguien habla de modo libresco o desde la vida. En la fauna eclesiástica hay un poco de todo. Espero que abunden más las especies que aprenden y hablan desde la vida.

3 comentarios:

  1. Hola a los dos desde Vinuesa.

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  2. Muchas gracias Gonzalo por facilitarnos el enlace con el documento de la catequesis del Papa sobre la muerte de Jesús… No tiene desperdicio… Cada vez que la leo encuentro nuevas expresiones que van penetrando.
    De momento, me quedo con: “En ese grito Jesús clama al Padre porque cree en Él, porque lo ama y no ha perdido la esperanza. Así nos enseña, en nuestras noches oscuras, a ofrecerle nuestros gritos de dolor al Padre. Son gritos de esperanza en la hora de la prueba, que nos ayudan a confiar y a abrir el corazón al Dios que salva.”
    Gracias también por invitarnos a participar de tus tareas y visita a Roma.

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  3. Qué bien se os ve¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Un abrazo a los dos.

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