
Los incendios que están asolando la parte occidental de la península ibérica están produciendo graves daños personales, materiales… y morales. En muchas personas está cundiendo un fuerte desánimo. Tras el golpe que supuso la pandemia hace cinco años, ahora los incendios añaden más carga emocional a una situación social que es muy tensa y que deja a las personas sin aliento. La rabia se expresa de mil maneras. Los campesinos y ganaderos culpan a los ecologistas de salón por no permitirles gestionar los bosques como siempre se ha hecho.
Los políticos se acusan mutuamente de negligencia e impericia. Los pirómanos e incendiarios se aprovechan de lo sucedido. Los equipos de extinción, por lo general mal pagados, están al borde de su resistencia. Los habitantes de los pueblos desalojados cuentan los días o las horas para volver a sus casas mientras hacen balance de los daños. Ver los telediarios de estos días es un ejercicio de resistencia. Se encadenan las noticias y reportajes sobre incendios y otras catástrofes. “¿Qué más nos puede pasar?”, se preguntan muchas personas.

Es muy fácil mantener la calma y prodigar palabras de ánimo cuando uno contempla estos desastres a través de la pantalla del televisor o del ordenador desde la seguridad y comodidad de su casa. Pero todo cambia cuando se padecen en carne propia, cuando las llamas devoran tu casa y el humo intenso hace dificultosa la respiración. Entonces es muy normal dejarse arrastrar por la rabia y la indignación, buscar responsables, imaginar soluciones mágicas, etc. Pocas personas conservan la calma cuando se ven sometidas a una presión física y emocional tan grande. Según los casos, los mensajes de ánimo y solidaridad pueden hasta resultar hirientes.
A veces, lo mejor es un silencio respetuoso y empático. Y, en la medida de lo posible, extraer lecciones eficaces para el futuro. Hay tragedias inevitables, pero otras se pueden soslayar con una gestión adecuada de los montes y del medio rural. Estos incendios de sexta generación tienen mucho que ver con la despoblación y el vaciamiento de algunas regiones de España y con el abandono “romántico” de los montes. En la naturaleza todo está conectado. La ecología, para que merezca tal nombre, debe ser integral; es decir, debe prestar atención a todos los factores (naturales y humanos) que intervienen en la conservación del medio ambiente.

Confieso que se me ha hecho muy difícil mantener el ánimo festivo de estos días en un contexto de desolación. Es como si sintiera que mi regocijo fuera un atentado contra las personas que están siendo víctimas de tantos desastres o contra quienes están dedicando jornadas de doce horas a trabajar sin descanso en la extinción de los incendios. Hay como un cierto pudor moral que nos lleva a moderar la alegría cuando otros cercanos están sufriendo.
Es verdad que este pudor no se puede llevar al extremo. De lo contrario, nunca podríamos disfrutar de nada en la vida porque siempre hay en algún lugar del mundo tragedias y sufrimientos incontables. Pero la proximidad es un criterio que nos ayuda a encontrar la actitud correcta. Lo que importa, en este contexto de tanta tensión, es ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Y, si esto no es fácilmente viable, al menos no echar más leña al fuego añadiendo críticas inoportunas, esparciendo bulos o prosiguiendo conductas irresponsables, como las de las personas que organizan barbacoas en lugares prohibidos.
Pues sí, vale la pena que no “echemos más leña al fuego”… Podemos intentar comprender lo que está sucediendo… Nuestra sociedad va enfermando. He leído que hay detenidas 27 personas como pirómanas. Y las que están “disfrutando” con ello y que nadie sabe, no lo exteriorizan. Cuesta mucho comprender una enfermedad mental de este calibre.
ResponderEliminarEs difícil reflexionar sobre lo que representa que, en pocos momentos, el fuego devora todas tus pertenencias… Toda propiedad convertida en cenizas… Cuando está ocurriendo, cuando se ven las llamas con esta fuerza de arrasar todo lo que encuentran… que difícil se hace la reflexión…
Gracias Gonzalo por transmitirnos un poco de serenidad.