
Ayer se vivió en Roma una eclosión de religiosidad popular con el Jubileo de las Cofradías. Me impresionó ver al sevillano Cristo del Cachorro, a la malagueña Virgen de la Esperanza y al leonés Nazareno desfilando ante la mole del Coliseo. Es como si los mártires de ayer y los testigos de hoy se abrazaran en una procesión de singular belleza.
Hoy la religiosidad popular ha cedido paso a la celebración litúrgica del inicio del ministerio petrino del papa León XIV en la plaza de san Pedro. He seguido la ceremonia por televisión. El rostro del Papa transmitía una mezcla de preocupación y emoción, como si no acabase de creerse que él era el elegido para suceder al apóstol Pedro.
Después de recibir el palio y el anillo del pescador, ha pronunciado una homilía breve y sustancial. Me parece que este es su estilo. No es necesario multiplicar las palabras para transmitir la esencia del Evangelio. Como era de esperar, ha puesto el centro en el amor. Este es precisamente el mensaje del V Domingo de Pascua. Las palabras de Jesús son claras: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).

Es verdad que la fe cristiana implica la aceptación de algunos dogmas, la práctica de algunos preceptos morales y la celebración de algunos ritos. Pero es más verdad todavía que el dogma, la moral, la liturgia y el derecho solo tienen sentido cuando son expresión del amor con el que Jesús nos ha amado. El mero cumplimiento no es suficiente para decirnos cristianos. Nadie se dará cuenta de que somos verdaderos discípulos de Jesús si no nos amamos unos a otros.
La homilía de León XIV ha acentuado esta centralidad del amor. El Papa se ha atrevido a soñar cómo sería el mundo si tomáramos en serio este “mandamiento nuevo” de Jesús. En realidad, más que una orden de Jesús es una revelación. Es como si Jesús nos dijera: “Os sentiréis tentados de entender la vida desde la riqueza, el placer y el poder. No os engañéis. Ninguno de esos caminos os va a hacer felices. Dejadme que os revele el secreto. Lo único que os va a ayudar a vivir en paz es el amor, porque es la única realidad que refleja el misterio de Dios”.

El inicio oficial del pontificado de León XIV coincide con una ola de violencia en varias partes del mundo y con un repunte de la carrera armamentística justificada por la excusa de “asegurar la paz preparándonos para la guerra” (si vis pacem, para bellum). No es de extrañar que, desde su saludo inicial hasta la homilía de hoy, el Papa haya subrayado tanto la necesidad de la paz. Incluso ha ofrecido el Vaticano como espacio físico para un encuentro entre Putin y Zelenski que ponga fin a la guerra de Ucrania.
Los cristianos no tenemos una varita mágica para eliminar la violencia, pero somos -como ha recordado León XIV en su homilía- levadura en medio de la masa del mundo: “En estos tiempos nuestros, todavía vemos demasiadas discordias, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a la diversidad, un paradigma económico que explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión, de fraternidad. Queremos decir al mundo, con humildad y con alegría: ¡Mirad a Cristo! ¡Acercaos a Él! ¡Recibid su Palabra que ilumina y consuela!”.
Con la fuerza del Evangelio podemos fermentar la sociedad. Igual que la violencia sale de nuestro interior y contamina las relaciones familiares, laborales, sociales, económicas y políticas, también el don de la paz puede propagarse desde el corazón de cada uno hasta el extremo del mundo.
¿Cómo podemos ser artífices de paz si no la llevamos dentro, si no nos dejamos pacificar por la fuerza Jesús, el “príncipe de la paz”? Aquí, como en otras esferas de la vida, nadie da lo que no tiene.

Gracias Gonzalo por transmitirnos la fuerza del Evangelio que, a través de diferentes testimonios, nos invita al amor… Que el Señor nos ayude a escuchar, a sus mensajeros y a descubrir nuestro entorno, para que podamos descubrir “la fuerza del amor”.
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