martes, 12 de septiembre de 2023

Me cuesta entenderlo


Las redes sociales arden con fotos de todo tipo, desde las más anodinas hasta las más íntimas y provocativas. El verano se presta a la sobreexposición. Uno puede fotografiarse en la playa, haciendo el pino con la torre Eiffel al fondo o bebiendo una cerveza espumosa rodeado de amigos. Las redes (desde las antiguas Facebook y Twitter -hoy X- hasta las más juveniles Instagram y TikTok) son un escaparate para exhibirse. Si uno no quiere contar nada, solo espiar a los demás, es mejor que se borre para no convertirse en la odiosa “vieja del visillo” en versión digital. 

Comprendo que, de vez en cuando, colguemos alguna foto personal que pueda ilustrar lo que queremos decir y que sirva como tarjeta de presentación o como recuerdo agradecido de los lugares visitados. Me gustan las composiciones estéticas que muchos internautas hacen.  Lo que no entiendo es el postureo permanente, esa manía de colgar fotos personales haciéndose el interesante, como si todos fuéramos personajes frustrados de la revista Hola, celebrities en prácticas.  Reconozco que me cuesta entender esta forma de ser en la que la forma es el mensaje. La respeto y me esfuerzo por investigarla, pero es evidente que pertenezco a otra generación. He sido educado en otras claves.

¿Qué interés puede tener para otros colgar fotografías en las que dos novios se besan apasionadamente en un acantilado, una mamá pone protector solar en la espalda de su bebé o un joven explica desde su dormitorio cómo es su outfit (palabra inglesa que ha hecho fortuna y que yo odio cordialmente) y cuánto le ha costado comprarlo en Zara o en Pull & Bear? 

Hay adolescentes, jóvenes y adultos que nos cuentan con pelos y señales cómo se levantan de la cama, cómo se duchan, se cepillan los dientes, hacen pesas en el gimnasio, desayunan cereales con frutas, estrenan una camiseta de diseño, se tumban en la arena de la playa, bailotean en un concierto, hacen posturitas a bordo de un velero y se inflan a patatas fritas con Coca-Cola. Ser es comunicar. Su obsesión es contar el número de visualizaciones, como si ese parámetro fuera el verdadero medidor de su autoestima. ¿De verdad puede interesar a alguien esta impúdica y permanente exhibición de la propia intimidad? ¿Tiene que ser siempre así? ¿Estamos condenados al postureo constante o acabaremos agotándonos como ya está sucediendo con la telebasura?


Cada vez me convenzo más de que hemos pasado de la metafísica a la ética, de la ética a la estética, y de la estética a la dietética. Ahora importa más el famoso six pack forjado trabajosamente en el gimnasio que un empleo honrado o una buena escala de valores. Pertenezco a una generación que valoraba la intimidad y el pudor. La esfera más personal no se compartía con cualquiera. Estaba reservada a las personas más cercanas y siempre en un contexto de respeto y discreción. 

Todo esto ha hecho aguas con la irrupción de las redes sociales. De repente, nos hemos vuelto narcisistas, exhibicionistas, curiosos, impúdicos y hasta cotillas. No sé qué es peor: si exponerse mucho o no exponerse nada, pero espiar a los demás. Ya no es solo un problema de impostura (en las redes filtramos las imágenes para que todo parezca bonito y atractivo), sino de decencia. 

Si me expongo como si fuera un objeto a la espera de obtener muchos “likes”, estoy diciendo que también yo me cosifico hasta convertirme en un producto de mercado como los que publicitan las empresas siguiendo el imperio de los algoritmos. ¿Alguien se extraña de que la consecuencia sea en muchos casos el vacío interior y hasta la depresión? Lo que importa no es vivir experiencias enriquecedoras sino componer relatos estéticos que susciten admiración y hasta envidia. 

El esfuerzo se centra en hacer una buena foto, filmar un vídeo rompedor o usar filtros que llamen la atención en una escalada que no tiene fin. Lo justificamos diciendo que así nos comunicamos con nuestros amigos, que esta es la forma de decir que existimos (fuera de las redes no hay salvación), sin advertir que esa pretendida comunicación acaba creando un foso que no se puede colmar. Es, en el fondo -y tal vez sea esto lo más grave- una forma sutil y placentera de tenernos controlados y anestesiados


Si yo todavía mantengo mi vieja cuenta de Facebook (abierta en febrero de 2009) es porque bastantes lectores de este Rincón acceden a él a través del enlace diario que cuelgo en esa red social. Después de varios años insistiendo, todavía no he conseguido convencerles de que, si quieren leer este blog, no es necesario hacerlo a través del enlace de Facebook. 
Pueden entrar directamente archivando entre sus favoritos esta dirección: www.elrincondegundisalvus.blogspot.com

Si lo consiguiera, inmediatamente me daría de baja de Facebook. Se me hace agotador tener que contemplar los escaparates de miles de personas y recibir los anuncios que los algoritmos consideran útiles para mí, condicionando de esta forma mis propios gustos e intereses. 

Soy consciente de que esta crítica les resbala a quienes prácticamente viven colgados de TikTok o Instagram, pero creo haber vivido lo suficiente como para no embarcarme en una nueva forma de esclavitud. Demasiadas cosas me roban ya la libertad como para añadir unas cuantas más a la cesta de la compra. Los beneficios (que, sin duda, existen) son, a mi juicio, menores que los daños que producen. 

No me extrañaría que las actuales generaciones de adolescentes y jóvenes acabaran siendo adictas a esta “heroína del siglo XXI” y, por tanto, incapaces de hacer frente a la batalla de la vida sin el chute de dopamina que producen los continuos estímulos digitales.

Superado este (prescindible) desahogo personal, paso a otra cosa más gratificante. Como hoy celebramos la conmemoración del Dulce Nombre de María, aprovecho para felicitar a todas las lectoras del blog que llevan el precioso nombre de la madre de Jesús. Os dejo con un poema de Pedro Casaldáliga que glosa la fiesta.

Decir tu nombre, María,
es decir que la Pobreza
compra los ojos de Dios.

Decir tu nombre, María,
es decir que la Promesa
sabe a leche de mujer.

Decir tu nombre, María,
es decir que nuestra carne
viste el silencio del Verbo.

Decir tu nombre, María,
es decir que el Reino viene
caminando con la Historia.

Decir tu nombre, María,
es decir junto a la Cruz
y en las llamas del Espíritu.

Decir tu nombre, María,
es decir que todo nombre
puede estar lleno de Gracia.

Decir tu nombre, María,
es decir que toda suerte
puede ser también Su Pascua.

Decir tu nombre, María,
es decirte toda Suya,
Causa de Nuestra Alegría.

2 comentarios:

  1. Hola Gonzalo: no puedo estar más de acuerdo, publicar tu vida sin ningún pudor me resulta incomprensible, pero cotillear lo que cuelgan los demás, que además todos sabemos que es irreal lo entiendo menos. :) :):) De las cosas que más me sorprenden son las parejas que se felicitan el aniversario por las redes... cuando se supone que se han levantado en la misma casa ... ¿por qué quieren que lea todo el mundo algo tan íntimo? Se que tienen cosas buenas pero a mi me parece una herramienta peligrosa para niños, jóvenes y no tan jóvenes. Gracias por la felicitación. Un abrazo. María

    ResponderEliminar
  2. Gracias Gonzalo por la amplia reflexión que nos ayudas a hacer. Estoy de acuerdo contigo, además tengo la sensación de vivir todos estos cambios a una velocidad extrema.
    A través del Blog nos ayudas a ir contrarrestando y a vivir en profundidad, la profundidad que actualmente nos es difícil encontrar en el día a día.
    Gracias por el poema de Casaldáliga a María… En ella nos encontramos.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.