miércoles, 15 de marzo de 2023

La historia del gato


No sé por qué esta mañana, escuchando el evangelio del día, me ha venido a la memoria la famosa historia del gato del gurú que el jesuita indio Tony de Mello contaba en su libro El canto del pájaro. Merece la pena recordarla tal como él la escribe:
“Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto de la tarde. Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido”.

¿Cuántos “gatos” se nos han colado en nuestras tradiciones cristianas?
Cosas que hoy nos parecen sacrosantas -y por las cuales discutimos acaloradamente- muchas veces tuvieron un origen puramente funcional. Lo que ocurre es que con el paso del tiempo se han ido revistiendo de una aureola que las convierte en intocables. Por eso, nos hace bien que algunos atrevidos -por lo general, jóvenes- se arriesguen a preguntarse el porqué de muchas de nuestras prácticas. Es la única manera de saber si lo que hacemos huele a evangelio o es solo el residuo histórico de creencias y prácticas que tuvieron sentido en su origen, pero que hoy son completamente obsoletas. 

Podemos encontrar ejemplos en el campo moral y litúrgico y también en ciertos cánones caducos. Cuando alguna persona muy atada a las tradiciones se escandaliza por algún cambio que ella considera como una traición, casi siempre le pregunto con delicadeza si sabe cómo surgió esa tradición en la Iglesia, a qué necesidad o problema pretendía responder. Pocas veces encuentro una respuesta sensata. La mayoría de las veces nos atamos a las tradiciones “porque sí”, porque eso es lo que hemos visto desde niños, sin cuestionarnos lo más mínimo su sentido o plausibilidad.


En el fondo de estas ataduras, que a menudo son casi adictivas, se da una necesidad imperiosa de seguridad. Los seres humanos preferimos que nos digan sin vacilaciones “lo que hay que hacer” antes que emprender la ardua tarea del discernimiento. En vez de preguntarnos qué es lo que Dios nos pide en cada momento, preferimos llevar otro gato al ashram y luego escribir doctos tratados sobre la importancia del gato (más aún, su necesidad) para poder realizar una oración devota.

Esto puede aplicarse a muchas cosas que hoy están siendo cuestionadas: la misión de la mujer en la Iglesia, el celibato obligatorio para los sacerdotes del rito latino, la forma de afrontar la homosexualidad, el concepto territorial de parroquia, el procedimiento para designar a los obispos, el papel de los cardenales, etc. Creo que Jesús nos invita a poner el acento en lo esencial, aunque sin descuidar las pequeñas cosas. Lo que importa es que descubramos por qué las hacemos y les demos sentido. Si no, acabaremos convirtiéndonos en cuidadores de “gatos”. No me parece que sea esta nuestra vocación, por adorables que puedan ser los felinos.

1 comentario:

  1. Con mucha frecuencia actuamos “porque se ha hecho siempre así”, tanto en la espiritualidad como en el quehacer diario y no nos lo preguntamos ni buscamos otras soluciones porque normalmente nos complican la vida y nos lleva a muchas inseguridades. Si exploramos, cuántas cosas podemos aprender a través de las rutinas de nuestra vida.
    Gracias Gonzalo por la historia del gato y sus consecuencias.

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