lunes, 13 de marzo de 2023

Un joven líder anciano


Hoy se cumplen diez años de la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como 266 sucesor de Pedro, el apóstol. Recuerdo muy bien aquella tarde lluviosa del 13 de marzo de 2013. Yo me encontraba en la plaza de San Pedro. Cuando el cardenal Tauran pronunció el nombre del cardenal Bergoglio como nuevo papa, una joven pareja italiana que estaba a mi lado reaccionó con extrañeza: “¿Quién es este hombre?”. Temiendo que se sintieran desilusionados por el hecho de que el elegido no era italiano, les dije: “El cardenal Bergoglio es el cardenal de Buenos Aires, pero sus padres eran italianos”. Para mi sorpresa, me respondieron: “Gracias, nosotros no queremos más papas de aquí”. 

No sé por qué, pero intuyo que eran muy conscientes de que hoy la Iglesia es más universal que nunca y de que, por tanto, había llegado la hora de que los papas representasen esa novedad más allá de Italia y de Europa (de hecho, Juan Pablo II y Benedicto XVI no eran italianos, pero sí europeos). En su primera alocución, Francisco remarcó su procedencia lejana: “Como sabéis, el deber de un cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo...pero estamos aquí”. Ese “fin del mundo” era Argentina, la tierra de promisión a la que llegaron sus padres. Francisco era, como se ha repetido infinidad de veces, el primer papa americano de la historia y también el primer papa jesuita.


Francisco ha aparecido numerosas veces en este Rincón. A partir de 2016 he procurado hacerme eco de lo que él decía y de lo que otros decían de él. Hoy, con motivo de los diez años de su pontificado, se multiplican los balances. No es fácil encontrar un análisis sereno y objetivo. Abundan las alabanzas por parte de aquellos que ven en el papa Francisco el adalid de la renovación eclesial y crecen las críticas de quienes lo consideran responsable de la confusión que, a juicio de algunos, parece reinar hoy en la Iglesia católica. Yo no me apunto ni a un extremo ni al otro. Y no por una imposible y cómoda equidistancia, sino porque solo el paso del tiempo nos dará la perspectiva justa para comprender lo que está sucediendo hoy. 

Creo que el papa Francisco ha sacado a la Iglesia de su “siesta europea”, la ha sacudido, la ha invitado a ver las cosas desde otra perspectiva. Quienes siempre han estado en los márgenes se sienten contentos porque ven que sus necesidades y sus preguntas se toman en serio. Quienes, por el contrario, siempre han estado en el centro se sienten desplazados, como fuera de juego, tienen que aprender una nueva forma de relacionarse con los demás. Veremos en qué acaba el Sínodo de 2023-2024, pero cualesquiera que sean sus resoluciones, se ha creado ya un fuerte sentido de urgencia. Este es el primer paso de todo proceso de cambio y transformación. Francisco lo sabe. No tiene prisa en recoger frutos, sino en iniciar procesos. Todo tiene su tiempo.


Si algo me sorprende de los extremistas de uno y otro signo es la “excesiva” importancia que otorgan a la figura del Papa. ¿No habíamos avanzado en el camino de una Iglesia comunión que valora todos los ministerios y carismas? ¿No existe, en el fondo, una especie de “papalismo” de izquierdas y de derechas, que no es más que otra variante del clericalismo? Creo que la mejor manera de valorar el ministerio de Pedro es no ponerlo siempre en el centro para luego practicar con él un continuo pim-pam-pum, sino, más bien, sintonizar con sus orientaciones y tratar de aplicarlas en cada contexto. Los liderazgos excesivos, aunque parezcan muy auténticos, no casan bien con una Iglesia madura que se esfuerza por poner el acento en la persona de Jesús, en la construcción de comunidades vivas y en la promoción de todos los ministerios y carismas. La excesiva exposición mediática acaba quemando todo. 

Me parece que la mejor forma de celebrar este décimo aniversario del pontificado de Francisco es rezar por él (como, por otra parte, él pide siempre), dejarse interpelar por su estilo de vida sencilla, leer algunos de sus últimos documentos y procurar sintonizar con el espíritu de la Iglesia de nuestro tiempo (“sentire cum ecclesia”), sin inútiles nostalgias y sin abandonarnos al señuelo de la teología ficción. Me cuesta entender por qué muchos extremistas sienten una especie de placer morboso en convertir en complicados problemas las necesarias polaridades de la vida eclesial. Pero también esto forma parte de la vida real. Hay que aprender a lidiar con ello sin perder los papeles y sin pagar con la misma moneda.



2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo💗👋😘

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  2. Gracias Gonzalo, por toda la información que nos proporcionas. Nos lleva a agradecer a "Francisco" toda su entrega y generosidad y a comprender, un poco sus mensajes. Nunca acabaremos de comprenderle del todo. Hemos de confiar que el Señor, junto a él, lleva el timón de su Iglesia.

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