jueves, 11 de noviembre de 2021

Historias que dan vida


Hoy celebramos la memoria de san Martín de Tours. El año pasado conté su historia. Me pregunto si vidas como la suya (o como la de san León Magno, a quien recordamos ayer) pueden interesar algo a quienes están pendientes de los personajes que participan en La Isla de las Tentaciones o MasterChef Celebrity, por poner un par de ejemplos televisivos. A lo largo de la historia la fe cristiana se ha ido alimentando de “vidas ejemplares”. Es verdad que a menudo la hagiografía clásica ha deshumanizado algo la vida de los santos rodeándolos de un halo de perfección que los hacía admirables pero no imitables. Hoy, por el contrario, nos esforzamos en subrayar su humanidad. De esta manera, viéndolos como hombres y mujeres semejantes a nosotros, comprendemos que es posible dar un rumbo distinto a la propia vida. 

A algunas personas que me piden consejo para progresar en su camino espiritual suelo recomendarles que lean biografías de personas que han vivido con intensidad, no necesariamente de santos canonizados. La vida contagia vida. Si hoy atravesamos una época de languidez y quizá de mediocridad se debe, en parte, a que los modelos que se nos proponen carecen de vigor. No tengo nada en contra de los deportistas, cantantes o actores. Entre ellos hay gente extraordinaria, pero creo que sus actuaciones son sobreestimadas en detrimento de otros testimonios que podrían ser más estimulantes.

¿Qué vidas resultan hoy atractivas para los niños y los jóvenes? ¿En qué espejos pueden mirarse para saber cómo conducirse? En el pasado, los maestros y sacerdotes constituían puntos de referencia, aunque solo fuera por su cercanía. Hoy, por desgracia, tanto unos como otros (sobre todo, los segundos) atraviesan una profunda crisis, en parte debida a los escándalos provocados por historias de abusos sexuales, económicos y espirituales. En lugar de estas figuras cercanas y queridas, hoy los jóvenes apuntan a figuras lejanas (deportistas y artistas, principalmente) que los medios de comunicación recrean hasta convertirlas en mitos. Su “lejanía” impide el necesario control de calidad que supone el contacto diario. Es probable que muchos de estos mitos lleven una vida personal desequilibrada y nada ejemplar, pero eso no suele aparecer en su perfil público. Corremos el riesgo de identificarnos con modelos irreales, incapaces de ayudarnos a vivir la vida de cada día. 

Por eso, necesitamos conocer historias de personas cercanas que vivan con autenticidad su condición humana y, si es posible, también su vocación de creyentes. En los últimos días se ha hecho viral la carta de los padres de la niña atropellada en un colegio de Madrid. Donde la mayoría hubiera pedido justicia contra la responsable de la muerte de su pequeña, ellos piden clemencia y comprensión con unas palabras que a más de uno hasta pueden desconcertarle: “Sé que lo estáis haciendo pero os ruego muchas oraciones por las otras dos familias y por María, la madre que le ha tocado, a nuestro parecer, el peor trago del accidente y una vez más le repetimos que se abandone en el Señor para darse cuenta que no tiene culpa alguna y que aunque sea incomprensible Nuestro Dios lo ha permitido para sacar bienes mayores”.

Si, a pesar de todas las incertidumbres que nos rodean, seguimos viviendo con serenidad y esperanza es porque hay personas a nuestro lado que no tiran la toalla, que son un ejemplo de autenticidad y bondad. Sin historias reales no podríamos seguir adelante. Es verdad que las vidas de Martín de Tours y León Magno son luminosas y nos estimulan, pero nos quedan demasiado lejanas en el tiempo. Necesitamos también historias del siglo XXI. ¿Cómo se puede ser cristianos en tiempos del coronavirus y de otras pandemias como el cambio climático, la crisis de la Iglesia o la sociedad globalizada? ¿Dónde se nutren las personas que, sin perder un ápice de lucidez, se mantienen frescas y mantienen viva la esperanza? ¿A quién mirar para no dejarnos dominar por modelos superficiales que solo nos transmiten el brillo del dinero y de la fama? Es muy probable que tengamos cerca de nosotros a personas solares que transmiten luz y calor, pero no sepamos percibir y apreciar su testimonio. Atrevámonos a conocer y contar sus historias.



1 comentario:

  1. Siempre que hay abundancia de dinero, la actuación de las personas se convierte en inimitable, excepto cuando se dan gestos de humanidad que estén al alcance de todos… Todos podemos “partir la capa y dar la mitad”.
    Si buscamos de verdad, nos damos cuenta que a nuestro alrededor tenemos estas personas que “transmiten luz”, que saben vivir los acontecimientos de la vida con serenidad y entrega acogiéndose a la fuerza que les depara María y el Dios de la vida. En estos momentos, en mi entorno, lo encuentro en personas que soportan el peso de la soledad, de la enfermedad y de las/los cuidadores de estos colectivos.
    Actualmente yo diría que, a los niños y jóvenes, no es el personaje el que atrae, sino la aureola de gloria que le rodea, imposible de lograr en el día a día y ello conlleva a la desilusión, al desánimo… Como tu dices: “Corremos el riesgo de identificarnos con modelos irreales, incapaces de ayudarnos a vivir la vida de cada día”.
    Es admirable la carta de los padres de la niña atropellada, pero veo admirable el camino recorrido hasta llegar aquí, lo que supone de vida espiritual profunda y de acompañamiento.
    Un personaje no muy lejano a nuestro tiempo, poco conocido y que ahora se va nombrando por su próxima canonizacion. es Charles de Foucauld. Su vida nos lleva a vivir la conversión, la pobreza y la entrega total.
    Gracias Gonzalo, con tu reflexión nos ayudas a “mirar a nuestro alrededor” y darnos cuenta que además de muchos problemas y ejemplos que pueden alejarnos de Dios, también tenemos muchos “destellos de santidad”.

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