En este Día Internacional del Libro se multiplican los artículos y reflexiones sobre las ventajas de la lectura. Por un día, todos nos volvemos ávidos lectores y hablamos de los libros que hemos leído, de los que no hemos leído y de los que nos gustaría leer. Mi biblioteca de libros no leídos es inmensa. Cada vez que participo en una reunión Zoom desde mi despacho, siempre hay algún cibernauta que me pregunta si he leído todos los libros que aparecen en la estantería que hay detrás de mi silla y que la cámara capta como fondo. Mi respuesta se ha vuelto ritual: “No, no los he leído todos, ni tengo intención de hacerlo”. Hace años sentí un cierto placer en coleccionar libros. Hoy quiero deshacerme de la mayoría para quedarme solo con los más imprescindibles. En la era de Internet, el concepto de biblioteca ha cambiado. No es muy práctico acumular obras en papel que son fácilmente accesibles en formato digital. Cuestan dinero, ocupan espacio, acumulan polvo y resulta más difícil la búsqueda de un texto.
Es verdad que leer un libro impreso tiene algunas ventajas. La primera es la propia materialidad del libro, que se convierte en una invitación a relacionarnos con él. A veces, una buena portada es ya una puerta entreabierta. Importa mucho el papel, el tipo de letra y hasta la distribución del texto. Hay personas que se sienten atraídas incluso por el olor de los libros. En mi rincón de lectura doméstico opto casi siempre por libros impresos. Me gusta tenerlos en las manos y ponerlos a dialogar con una taza de café. En los viajes y en otras circunstancias, prefiero los libros electrónicos. Más allá del formato, la lectura nos ayuda a trascender, a ir más allá del mundo en el que vivimos, incluso cuando desciende a los infiernos de algunos inframundos. Trascender significa ir siempre un poco más allá de lo que nos es dado, de la posición física y mental en la que nos encontramos, de nuestras convicciones y actitudes. Cada libro cuestiona lo que somos, nos confronta con la verdad o mentira de nosotros mismos. A veces, un buen libro acrecienta nuestra pasión por la verdad. Otras veces nos enseña a ser mejores. Y siempre, si es verdaderamente bueno, nos cura con el bálsamo de la belleza. Si nos fiamos de Dostoievski, “la belleza salvará al mundo”.
Imagino lo que tuvo que significar para la humanidad el paso de la tradición oral a la escrita. Este paso también se verificó en las comunidades cristianas. No es lo mismo transmitir los dichos de Jesús oralmente, a partir de los recuerdos de algunos testigos, que fijarlos por escrito en cartas y evangelios. La comunicación oral tiene la fuerza del testimonio; la escrita ayuda a no deformar los hechos y dichos y a enmarcarlos en un contexto. La primera corre el riesgo de acomodar los recuerdos a los intereses del hablante; la segunda, de esclerotizarlos. Durante siglos han convivido en la Iglesia las transmisiones orales (que facilitan la creatividad de quien habla) y las comunicaciones escritas (que aseguran la fidelidad a la tradición).
¿Qué va a pasar ahora que estamos entrando en una nueva era? La transición de la larga era de las obras impresas a la nueva era de las obras digitales está comportando cambios muy significativos que se irán acelerando con el paso del tiempo. Con un click podemos acceder desde nuestra casa a una inmensa biblioteca digital que ningún ser humano tuvo en la era de la imprenta. El proceso de ampliación y democratización es evidente. Puedo leer en línea desde la Ilíada hasta El Lazarillo de Tormes sin gastar un euro. Y millones de obras más. Si los libros impresos fueron cambiando la mentalidad de las personas, ¿qué cambios va a introducir la era digital? ¿Cómo va a afectar también esta nueva era a la transmisión de la fe cristiana?
Recuerdo que hace años un compañero mío dibujó una viñeta en la que un sabio decía el famoso dicho griego: “Solo sé que no sé nada”. Para acentuar la ironía de la célebre frase, añadió: “¡Y eso porque lo he leído en un libro!”. Sí, muchas de las cosas que sabemos, pensamos y decimos provienen de las lecturas que hemos hecho. A veces somos conscientes de esta conexión, pero la mayor parte de las veces somos deudores inconscientes. Una vez asimilado el alimento intelectual, se convierte en carne de nosotros mismos. Somos lo que hemos leído de Platón y Aristóteles, el impacto de Las confesiones de san Agustín y la lógica aprendida con la Suma teológica de santo Tomás. Utilizamos palabras que le hemos pedido prestadas a Francisco Umbral o a José Ortega y Gasset. Si somos lo que comemos, también podríamos decir que somos lo que leemos.
Es importante elegir un buen menú y digerirlo con calma, sin la voracidad a la que nos empuja la sociedad digital. Un buen libro es un instrumento que nos ayuda a lentificar el tiempo. Podemos leer despacio, subrayar palabras, volver sobre lo leído… Con un libro en las manos, el tiempo se densifica y se fecunda. Por eso, los grandes lectores suelen ser, por lo general, personas más reflexivas, calmadas y agudas que la media. A veces incluso son mejores, pero esto no viene dado automáticamente. Leo – no podía ser de otro modo – que en los meses de pandemia se ha incrementado el tiempo dedicado a la lectura. Me alegro. Es uno de los efectos colaterales positivos. Esperemos que se mantenga la tendencia. En fin, que el recuerdo de Cervantes y de Shakespeare en este día en el que se celebra por aproximación su muerte, nos estimule a practicar el noble arte de la lectura antes de que nos instalen microchips en el cerebro con toda la información requerida y nos priven del placer de adquirirla por nosotros mismos.
Me he sentido bien siempre con la lectura… Los libros son como los buenos amigos que te esperan siempre. He leído mucho, llevada por la búsqueda que ha sido mi motor para ello.
ResponderEliminarNo hemos vivido toda la evolución, pero sí que reconozco que, la transmisión escrita, es mucho más fiel que la oral, pero en el papel falta todo aquello que se transmite en la transmisión oral, la fuerza, la emoción… y que el papel no puede soportar. Hemos pasado, sin casi darnos cuenta, de pequeñas bibliotecas domésticas a bibliotecas que contienen un arsenal de libros.
Todavía necesito los libros en papel, actualmente soy incapaz de leer todo un libro en soporte electrónico, pero, poco a poco, será cuestión de irse acostumbrando… Los jóvenes de hoy ya pertenecen a la era de las obras digitales.
Gracias Gonzalo, por todas las veces que nos citas algún libro y nos llevas a su enlace.