Leo una frase de Charles Bokowski que me ayuda a entender este tiempo de Pascua. La escribe en su obra Escritos de un viejo indecente. Dice así: “Un intelectual es el que dice una cosa simple de modo complicado. Un artista es el que dice una cosa complicada de modo simple”. Los autores de los evangelios se parecen más a los artistas que a los intelectuales. No tratan de complicar las cosas, sino de mostrarlas con sencillez. Los relatos sobre la resurrección que leemos estos días en la liturgia son joyas de arte. Por eso, no es necesario ser un intelectual para captar su belleza. Basta dejarse tocar por ellos, abrir el corazón. Las personas sencillas tienen una enorme capacidad para dejarse fascinar por la belleza. Por esa puerta entreabierta, puede infiltrarse el Resucitado. ¿Cómo sabemos que Cristo sigue vive entre nosotros cuando, a primera vista, lo que sigue dominan en el mundo es el poder de la muerte? Un intelectual encuentra muchas dificultades para responder a esta pregunta. Naufraga a la hora de precisar qué entendemos por bien y por mal, amontona sutilezas, juega con frases paradójicas y, al final, se queda paralizado. Un artista – y todo creyente lo es de alguna manera – tiene la capacidad de ver destellos de luz donde otros solos ven sombras.
El tiempo de Pascua pertenece a los artistas. Los intelectuales se mueven a sus anchas en la Cuaresma. Les gusta explorar los bajos fondos del ser humano. Sin darse cuenta, acaban prisioneros de sus propios hallazgos. No remontan vuelo. Siempre dan vueltas en la noria de sus especulaciones. Los artistas, por el contrario, anticipan el cielo en la tierra. Por la escalera de la belleza ascienden hasta ese lugar en el que las cosas son claras y sencillas. No hay segundas o terceras intenciones. Un beso es una expresión de afecto, no una forma sutil de dominación o de traición. Una sonrisa refleja un alma pacificada, no es un arma de seducción masiva. Un abrazo indica reconocimiento, no afán de posesión. ¿No estaremos necesitando dar más importancia a la belleza que los artistas nos regalan? Sin belleza no hay fe. En estos tiempos de pandemia, los artistas no se consideran “trabajadores esenciales” (como los panaderos o los enterradores) y, sin embargo, nos está donando lo más esencial del ser humano: un sentido en medio del laberinto de la existencia. Sin artistas, es mucho más difícil creer que Cristo ha resucitado y sigue vivo entre nosotros porque no hay hombres y mujeres que nos ayuden a percibir sus huellas de luz.
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