sábado, 17 de abril de 2021

Escuchemos, hablemos, decidamos

En los Hechos de los Apóstoles, libro del Nuevo Testamento que estamos leyendo como primera lectura en este tiempo pascual, Lucas cuenta de manera concisa cómo abordó la primitiva comunidad cristiana una situación delicada. El relato comienza presentando con claridad el problema: “Los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas”. Se termina con una conclusión prometedora: “La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos”. ¿Qué ha sucedido entre medio? ¿Cómo se ha pasado de una situación problemática a otra esperanzadora? Ha habido un proceso de discernimiento y toma de decisiones que se puede articular en torno a tres verbos: escuchar, hablar y decidir.

Escuchar. Los responsables de la comunidad cristiana de Jerusalén (los apóstoles) no hacen oídos sordos a las quejas y críticas de la minoría de lengua griega. ¿Quiénes formaban parte de esta minoría? Eran cristianos que provenían de la diáspora, leían la Biblia en griego según la famosa versión de los LXX y tenían una mentalidad muy diferente a los cristianos oriundos de Palestina. Probablemente algunos habían sido antes judíos que decidieron vivir los últimos años de su vida en Jerusalén. Allí abrazaron la fe cristiana. Una vez fallecidos, sus viudas quedaban desamparadas. Parece que los cristianos de origen hebreo no les prestaban mucha atención. Lo que, de entrada, parece un problema económico, en realidad, revela también un problema de choque cultural. Los apóstoles podrían haber minimizado el asunto o haber dado largas. Sin embargo, lo toman en serio, escuchan pacientemente lo que las personas afectadas tienen que decir.

Hablar. Los apóstoles podrían haber tomado también una rápida decisión “de arriba abajo” apelando a su autoridad. Sin embargo, convocan a la asamblea de todos los discípulos para hablar sobre el asunto. En ella, después de haber escuchado los diferentes puntos de vista, exponen sus propios argumentos y conclusiones. Creen que ellos se tienen que dedicar, sobre todo, a la oración y al anuncio de la Palabra. Para subvenir a las necesidades de las viudas griegas, proponen escoger a siete varones (“diáconos”) de la minoría griega. Lucas concluye esta fase del discernimiento diciendo que “la propuesta les pareció bien a todos”.

Decidir. Y del dicho al hecho. Enseguida escogen a siete varones griegos, “hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría”, los presentan a los apóstoles y estos les imponen las manos y oran. El texto menciona sus nombres (Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás), lo que nos da idea de la importancia que tuvieron en la comunidad cristiana de JerusalénEn lenguaje actual, podríamos decir que los ordenan para que puedan realizar su cometido en nombre de Dios y de la Iglesia. En realidad, no se trata solo de una especie de personal de Caritas para atender algunas necesidades sociales (la indigencia de las viudas griegas), sino de un grupo de responsables de un sector de la comunidad cristiana de Jerusalén formado por la minoría lingüística y cultural griega. La decisión fue muy eficaz. No solo sirvió para pacificar la comunidad, sino que tuvo un gran efecto evangelizador. Lucas añade un detalle que no tiene desperdicio: “Incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe”.

¡Cómo cambiarían las cosas si en nuestras familias, grupos de vida cristiana, parroquias, asociaciones y comunidades religiosas adoptáramos una estrategia semejante a la que Lucas nos describe! Con frecuencia, en todos estos grupos humanos se dan expresiones de disgusto, críticas y hasta conflictos. No suele ser raro que los responsables no los tengan en cuenta o los vean siempre como un ataque a su gestión. Cuando estas reivindicaciones no encuentran el cauce adecuado, se pueden convertir en chismes, chantajes, descalificaciones y hasta persecuciones. Un buen dirigente tiene siempre que escuchar con atención a las personas para hacerse cargo de los problemas. La realidad debe prevalecer sobre los gustos o intereses personales.

Si hay indicadores claros de que se trata de un problema objetivo (económico, afectivo, pastoral o de otro tipo), lo lógico es convocar a todos los implicados para hablar abiertamente sobre él, ponderar los diversos puntos de vista, examinar los pros y los contras y luego tomar una decisión. Muchas veces las comunidades familiares y eclesiales se desangran porque los problemas se pudren sin que nadie tenga la valentía de abordarlos y de tomar las decisiones pertinentes. Lo que debilita a las comunidades (incluyendo a las familias) no es la existencia de problemas, sino la incapacidad de afrontarlos con transparencia, franqueza y honradez, sin esconder las cartas debajo de la mesa. Siempre es mejor tomar una decisión (aunque, a veces, sea equivocada) que dejar que los problemas se vuelvan crónicos y rompan la armonía comunitaria, produzcan tristeza y, sobre todo, frenen el testimonio evangelizador.


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