Pasada la octava de Navidad, empezado el nuevo año civil, poco a poco volvemos
a la normalidad, aunque
el ciclo natalicio no terminará hasta el domingo 10 con la fiesta
del Bautismo del Señor. Entre los santos que se celebran durante este tiempo,
hoy les toca el turno a
Basilio el Grande
(330-379) (padre del monaquismo oriental) y Gregorio Nacianceno
(329-389) (poeta y teólogo). Ambos fueron teólogos y obispos: Basilio de
Cesarea de Capadocia y Gregorio de Constantinopla. Forman parte de los llamados
“padres griegos”, junto a san Atanasio y san Juan Crisóstomo. Ambos fueron
declarados doctores de la Iglesia por san Pío V en 1568. Su historia es
fascinante. En los enlaces anteriores se pueden encontrar los datos
principales.
De todos modos, hoy quiero fijarme no tanto en sus posiciones
teológicas o en sus trabajos pastorales, sino en su profunda amistad. Al final
de la entrada, reproduzco un fragmento de uno de los sermones pronunciados por
Gregorio en memoria de su amigo Basilio, que falleció diez años antes que él. Se
propone hoy en el Oficio de lecturas de la Liturgia de las Horas. Merece la
pena meditarlo. De él extraigo la frase que da título a la entrada de
hoy: “Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos”.
No sé si los tiempos actuales son buenos para la amistad. Es verdad que las
redes sociales han multiplicado la posibilidad de conocer a muchas personas. Es
verdad también que algunas redes
−por ejemplo, Facebook− aplican la categoría “amigos”
(friends) a cuantos forman parte de nuestro grupo de conocidos, pero tengo
la impresión de que, en conjunto, la amistad auténtica no abunda;
al menos, la amistad como la entendían Basilio y Gregorio. A menudo, se busca
en los amigos ese complemento afectivo que necesitamos para no sentirnos solos,
las personas que nos aceptan como somos sin someternos a un
continuo escrutinio moral. En el contexto de individualismo que hoy vivimos, un
amigo casi parece más una “necesidad” del yo solitario que un verdadero “don”, un asidero en la dificultad que un compañero de camino hacia una meta compartida. ¿Se podría decir de algunos de nuestros amigos
que somos como un alma sola en dos cuerpos? ¿No se trata de una expresión exagerada,
que no hace justicia a lo que experimentamos en la mayor parte de los casos? Ya
Aristóteles distinguía con claridad entre la
amistad por placer, por utilidad y la amistad verdadera. La vida nos va
enseñando a hacer también esta sutil diferencia.
Internet está
lleno de aforismos sobre la amistad. Espigo algunos que me resultan
iluminadores:
“Un amigo es la persona que sabe todo de ti y aún le gustas”
(
Elbert Hubbard);
“Un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y
puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra” (
C.S. Lewis);
“Un
verdadero amigo es aquel que llega cuando todos se han ido” (
Albert Camus);
“En realidad, el único momento de la vida en que me siento ser yo mismo es
cuando estoy con mis amigos” (
Gabriel García Márquez);
“Mi mejor amigo
es el que saca lo mejor de mí mismo” (Henry Ford);
“Mi patria son los
amigos” (
Alfredo Bryce Echenique);
“Vamos, amigo, recordemos que los
ricos tienen camareros y no amigos” (
Ezra Pound);
“La verdadera amistad
es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido” (
Rabindranath
Tagore). Termino con una aguda observación de
Zygmunt
Bauman, el de la “sociedad líquida”:
“Un Facebook-dependiente me
dijo: He hecho 500 amistades y en un día: yo no las he hecho en 86 años. Pero ¿cuántos amigos puede realmente tener un ser humano? Respuesta: 150. No más.
Este es el número de Dunbar: es decir, la cantidad máxima de personas que
pueden formar parte de nuestro paisaje emocional. Ir más allá sería una
excedencia, un derroche de tiempo”.
Todas las frases
anteriores −y otras muchas del mismo tenor− me pueden resultar ingeniosas, sabias,
alentadoras, pero en ninguna encuentro la profundidad que destilan las
reflexiones de Gregorio sobre su amistad con Basilio. Creo que la razón es muy
sencilla: la belleza de la amistad está en relación directa con
la meta que se persigue juntos. Podemos ser amigos que hablan de fútbol, comparten
ciertas ideas políticas o pertenecen a la misma generación. En el caso de
Basilio y Gregorio hay algo más: “Tratábamos de dirigir nuestra vida y todas
nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato divino, acuciándonos
mutuamente en el empeño por la virtud”. ¿Hay mejor amistad que la que no se
limita a cubrir una carencia afectiva, sino que nos impulsa a ser virtuosos?
A
Kant o a algún otro pensador famoso se le atribuye una cínica frase que
transcribo de memoria: “Hay algo en la desgracia de nuestro mejor amigo que
no nos desagrada del todo”. Es una forma de referirse a las envidias y
celos que a veces pueden incrustarse en las relaciones de amistad. A este
respecto, Gregorio es muy claro: “Nos movía un mismo deseo de saber, actitud
que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de envidia;
en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación”.
¡Cómo cambia la vida
personal cuando Dios nos concede algunos amigos de esta categoría! Creo que
constituyen una rara avis en el horizonte cultural de nuestro tiempo,
pero sé por experiencia que existen. ¡Ojalá pudiéramos decir con Gregorio: “Para
nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre”!
DE LOS SERMONES DE SAN GREGORIO NACIANCENO,
OBISPO
(Sermón
43, en alabanza de Basilio Magno)
Nos habíamos
encontrado en Atenas, como la corriente de un mismo río que, desde el manantial
patrio, nos había dispersado por las diversas regiones, arrastrados por el afán
de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió
a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios.
En aquellas
circunstancias, no me contentaba yo sólo con venerar y seguir a mi gran amigo
Basilio, al advertir en él la gravedad de sus costumbres y la madurez y
seriedad de sus palabras, sino que trataba de persuadir a los demás, que
todavía no lo conocían, a que le tuviesen esta misma admiración. En seguida
empezó a ser tenido en gran estima por quienes conocían su fama y lo habían
oído.
En
consecuencia, ¿qué sucedió? Que fue casi el único, entre todos los estudiantes
que se encontraban en Atenas, que sobrepasaba el nivel común, y el único que
había conseguido un honor mayor que el que parece corresponder a un
principiante. Este fue el preludio de nuestra amistad; ésta la chispa de
nuestra intimidad, así fue como el mutuo amor prendió en nosotros.
Con el paso
del tiempo, nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones y que nuestro más
profundo deseo era alcanzar la filosofía, y, ya para entonces, éramos el uno
para el otro todo lo compañeros y amigos que nos era posible ser, de acuerdo
siempre, aspirando a idénticos bienes y cultivando cada día más ferviente y más
íntimamente nuestro recíproco deseo.
Nos movía un
mismo deseo de saber, actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin
embargo, carecíamos de envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la
emulación. Contendíamos entre nosotros, no para ver quién era el primero, sino
para averiguar quién cedía al otro la primacía; cada uno de nosotros
consideraba la gloria del otro como propia.
Parecía que
teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos. Y, si no hay que dar
crédito en absoluto a quienes dicen que todo se encuentra en todas las cosas, a
nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro
y junto al otro.
Una sola
tarea y afán había para ambos, y era la virtud, así como vivir para las esperanzas
futuras de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, pudiese decirse
que habíamos emigrado ya de ella. Ése fue el ideal que nos propusimos, y así tratábamos
de dirigir nuestra vida y todas nuestras acciones, dóciles a la dirección del mandato
divino, acuciándonos mutuamente en el empeño por la virtud; y, a no ser que decir
esto vaya a parecer arrogante en exceso, éramos el uno para el otro la norma y regla
con la que se discierne lo recto de lo torcido.
Y, así como
otros tienen sobrenombres, o bien recibidos de sus padres, o bien suyos propios,
o sea, adquiridos con los esfuerzos y orientación de su misma vida, para
nosotros era maravilloso ser cristianos, y glorioso recibir este nombre.
Hoy es un buen día para recordar uno de mis temas musicales favoritos:
You've got a friend, al que le dediqué una
entrada hace casi cinco años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.