sábado, 16 de enero de 2021

Elogio de la rutina

Ya sé que “vivir es cambiar” (John H. Newman) y que es mucho más interesante la compleja Italia renacentista que la plácida Suiza del siglo XVI, rodeada de cumbres nevadas y llena de prados verdes y vacas lustrosas, en la que nunca pasaba nada o casi nada. Pero, como dice el chiste, mientras Suiza se limitó a vivir tranquila y popularizar el reloj de cuco y, siglos más tarde, el chocolate y el secreto bancario, en esa Italia convulsa, llena de intrigas, pasiones y crímenes, solo surgieron algunos genios como Leonardo da Vinci, Miguel Angel, Rafael, Galileo, Monteverdi y otros muchos que han cambiado la historia de la humanidad. ¡Qué le vamos a hacer! Ya sé que la vida suele ser más excitante y creativa cuando cada día sucede algo nuevo que nos saca un poco de muestras casillas, incluso cuando hay algo che ci rompe le palle (me ahorro la traducción). Ya sé que a los escritores y cineastas les gustan las historias de malos que parecen buenos, de pasiones extremas y de continuos quiebros en la trama. Sí, todo eso ya lo sé y, en condiciones normales, me gusta. 

Pero es que llevamos unos meses que no ganamos para sustos. Hemos malgastado  ya nuestra capacidad de sorpresa. La pandemia nos lleva de sobresalto en sobresalto. No sabemos si nos van a contagiar o seremos nosotros los transmisores asintomáticos del virus, si nos van a confinar o si entraremos en zona gialla, arancione o rossa (que son las categorías que se usan en Italia), si el toque de queda será a medianoche, a las 11, a las 10 o a las 8.  Cuando parecía que empezábamos a levantar cabeza, viene la “tercera ola” con toda su fuerza y vuelve a tirarnos contra la lona. Por si no fuera suficiente, hordas republicanas asaltan el Capitolio de Washington, una gran nevada paraliza Madrid más allá de lo razonable, se produce un fuerte terremoto en Indonesia y, para más inri,  Matteo Renzi, tan florentino él, vuelve a poner patas arriba el parlamento italiano, en un ejercicio de malabarismo (¿he dicho maquiavelismo?) político que es muy común en Italia. Total, que todos los días nos levantamos con el alma en vilo. Parece que ya no está permitido respirar a fondo, dormir a pierna suelta y confiar en que mañana volverá a salir el sol por Antequera.

Cuando se multiplican las alarmas, echo de menos siquiera por un tiempo breve la vieja normalidad, la dulce rutina de otros tiempos, si es que han existido de verdad “otros tiempos”. Extraño los días en los que aparentemente no pasaba nada, excepto una sucesión pacífica de prácticas cotidianas: levantarse, asearse, rezar, desayunar, trabajar, comer, hablar con algunos conocidos, pasear, leer, volver a rezar y dormir. Lo que en algún momento me pudo parecer monótono y aburrido (hablar, saludar, tocar, abrazar, etc.) ahora lo añoro como se añora la infancia idealizada, a sabiendas de que no todo fue bello y perfecto. No sé si esta añoranza es un sentimiento colectivo o, más bien, una enfermedad mía. ¿Cuánto tiempo podremos vivir en continuo sobresalto sin padecer algún desequilibrio mental? 

Es verdad que siempre han pasado muchas cosas, pero ahora somos casi 8.000 millones de seres humanos en el planeta Tierra, estamos todo el santo día conectados a Internet y recibimos un bombardeo continuo de información. O sea, que nos enteramos de más cosas en un día que las que conocía un aldeano de hace cien años en toda su vida. No sé si nuestro cerebro está preparado para procesar tanta información y, sobre todo, dudo de que los seres humanos dispongamos de claves suficientes para interpretar lo que está pasando y “ajustar las coordenadas”.

Es bueno que haya períodos disruptivos y excitantes en nuestra vida, como en música hay tiempos acelerados. Pero ¿qué pasaría si una pieza musical (una sonata o una sinfonía, por ejemplo) se ejecutase de principio a fin en un tempo prestissimo (rapidísimo)? ¡Acabaríamos exhaustos! Las buenas obras musicales dosifican artísticamente los largo, adagio, andante, moderato, allegro, presto y sus diversas modulaciones. De esta manera, provocan en nosotros sentimientos variados de tranquilidad, tristeza, alegría, velocidad, admiración… es decir, una gama amplia de emociones que reflejan la riqueza cromática de la paleta humana. Me da la impresión de que la “sinfonía inacabada” que estamos viviendo en los últimos meses solo registra una indicación de tempo. Todo se ejecuta prestissimo, a uña de caballo. No es que añore las semanas de confinamiento de la pasada primavera, pero, al menos, en esa etapa teníamos nuestros movimientos adagio, andante y moderato. 

En fin, que nunca llueve a gusto de todos. Pero, por una vez, sin que sirva de precedente, desearía más vivir en la plácida Suiza, rodeado de nieve y de vacas, con una taza de chocolate caliente en la mano, que en la emocionante Italia, rodeado de belleza por todas partes, pero sometido a un sinvivir permanente. Aunque, en honor a la verdad, no es que la situación actual de Suiza en relación con el coronavirus sea tan idílica. No están los tiempos para muchos idealismos. 

[Por cierto, ayer y anteayer estuve tan ocupado que no tuve tiempo de escribir las entradas correspondientes. Mi dispiace].




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