La primera lectura de hoy se abre con una bendición que transcribo: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz” (Num 6,24-26). Es una bendición breve y enjundiosa. La luz que emana el rostro invisible de Dios es la fuente de nuestra paz. En esto consiste la verdadera bendición. ¡Ojalá a lo largo del 2021 sintamos que Dios nos mira! ¡Ojalá no tengamos miedo de la mirada de Dios! ¡Ojalá descienda sobre nosotros el don de la paz (shalom) que resume todos los bienes que un ser humano necesita y puede desear!
Partiendo de la experiencia de la pandemia, este año el papa Francisco nos regala en esta 54 Jornada Mundial de la Paz un mensaje titulado La cultura del cuidado como camino de paz. Concluye con estas palabras: “En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida”.
En el evangelio de hoy (cf. Lc 2,16-21) se narra la visita de los pastores a un lugar de Belén donde “encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre”. El hallazgo fue para ellos una fuente de bendición, hasta el punto de que “se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto”. Sabemos que los pastores de aquel tiempo solían tener mala fama. Eran descreídos y poco fiables. No pertenecían ni a las clases pudientes ni a los grupos religiosos. No es difícil reconocernos en ellos. Lo que llama la atención es que sea a ellos precisamente a quienes se les revela este Misterio. Se ponen en camino y encuentran el tesoro. El fruto de ese encuentro es una inmensa alegría y una fe recobrada en Dios.
¡Cómo me gustaría que este fuera el itinerario de muchos de mis amigos y conocidos en este 2021, especialmente de aquellos que, inmersos en sus ocupaciones, parecen no tener nunca tiempo para Dios! Oro para que encuentren a ese “niño acostado en el pesebre” y experimenten la paz y la alegría profunda que anhelan y que no acaban de experimentar ni en su trabajo, ni en sus relaciones personales, ni en sus aficiones. Quizá para llegar a esa sabiduría se necesita una actitud contemplativa como la de María. De ella, el Evangelio de hoy dice que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Solo esta actitud contemplativa permite atar los cabos sueltos de tantas experiencias como vivimos, encontrar el sentido oculto de la vida, entrever el revés del tapiz de nuestra existencia.
Pongamos en manos de María
este nuevo año que hoy comenzamos. Ella sabrá conducirnos a Dios porque es su
madre. Como dice el estribillo de una conocida canción: “Estrella y camino,
prodigio de amor, de tu mano, Madre, hallamos a Dios”.
A todos los lectores y amigos de este Rincón de
Gundisalvus,
mis mejores deseos de paz para este nuevo año
2021
Gracias Gonzalo por estar desde tan de mañana con la intención de mostrarnos a quienes te leemos, la necesaria presencia de María nuestra madre, de Jesús nuestro maestro, la luz de la mañana que renueva con eficacia nuestros corazones, a veces, muchas veces, cansados. Feliz año 2021. A vivirlo día a día con Dios siempre cerca de todo lo que nos toque hacer. Gracias.
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