Acabados los tiempos
fuertes de Adviento y Navidad, hoy comenzamos el Tiempo
Ordinario. Más allá de los tiempos litúrgicos, la vida sigue su ritmo. Tras
la nevada intensa en Madrid y en otras partes de España, ahora mis compatriotas se enfrentan a
una ola
de frío. Lo sucedido el pasado día 6 en el Capitolio de Washington sigue
trayendo cola. La “tercera ola” del Covid parece que ya está
aquí. Se diría que se han acumulado los ingredientes necesarios para una “tormenta
perfecta”, pero si algo aprendemos con el paso del tiempo es que, cualesquiera
que sean las circunstancias, tenemos que aprender a vivir la espiritualidad del
tiempo ordinario, de lo cotidiano. Cada día tiene su propia batalla. A veces,
cuando el contexto social parece muy problemático, hay personas que viven momentos
serenos. Y al revés. Cuando parece que por fuera toda marcha bien, uno puede estar
librando una fuerte batalla interior. Nuestros tiempos personales no siempre coinciden
con los momentos sociales y con los tiempos litúrgicos. Por eso, uno de los
objetivos de la espiritualidad es ayudarnos a ajustar las coordenadas, a
situarnos bien en el espacio y en el tiempo para no sucumbir a la impresión de
que estamos fuera de lugar, zombis que deambulan perdidos.
En Roma ha
amanecido un día frío de invierno. El cielo está cubierto, pero no se prevén
lluvias. Muchas empresas e instituciones reanudan hoy sus actividades, aunque
con las limitaciones impuestas por la pandemia. Sigue a buen ritmo la campaña
de vacunación. Con todo, el número de contagios y de fallecidos es todavía muy
alto. En el Reino Unido y Alemania se ha disparado. No se puede bajar la guardia.
En el Evangelio
de este lunes escuchamos la frase de Jesús: “Se ha cumplido el tiempo y está
cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Estas
palabras que llevamos oyendo siglos conservan todo su vigor. Para nuestra
generación, para cada uno de nosotros, el encuentro con Jesús nos introduce en
la plenitud de los tiempos. No hay nada que esperar más allá de Jesús. Quien
creen en él ha llegado ya al final. Esto elimina toda ansiedad. Pero, por otra
parte, esa llegada no es nunca completa. Por eso, debemos convertirnos. Esta dinámica
puede resultar desconcertante. Por una parte, afirmamos que quien cree en Jesús
ha llegado a la meta; por otra, subrayamos la necesidad de convertirnos cada
día. El aparente desconcierto no es sino un reflejo de la tensión de la vida. Es
verdad que el reino de Dios ya está entre nosotros porque Jesús ha regalado su
Espíritu al mundo. Por todas partes vemos signos de esta presencia. En estos días
de la ola de frío, por ejemplo, muchos voluntarios en Madrid trasladan
a los enfermos en sus vehículos todoterreno. Millones de personas en
todo el mundo multiplican los gestos de verdad, bondad y belleza. Sí, el reino
ya está presente y hay que celebrarlo.
Pero también es verdad
que, junto al trigo del bien, crece la cizaña del mal. Lo que sucede en el
mundo lo vemos reflejado en nuestro propio interior. Nunca acabamos de ser lo
que ya somos: criaturas nuevas. Por eso, con la fuerza del Espíritu, estamos
llamados a creer con más hondura en el Evangelio de modo que nuestra vida se
vaya ajustando a él, vaya cambiando. El tiempo ordinario es la oportunidad de
vivir lo que algunos llaman “la profecía de la vida ordinaria”. Es hermoso
comprobar que cada día es una nueva oportunidad que se nos regala para seguir caminando,
por cansados y desanimados que estemos. En el fondo, esto es lo que nos permite
levantarnos cada mañana con un mínimo de esperanza. Hoy, 11 de enero de 2021, puedo
vivir algo original, único. No es necesario que haga grandes cosas, pero sí que
ponga amor en cada pequeño gesto. Siempre puedo ser un poco más amable,
servicial, generoso, trabajador, alegre, sensible… No se me pide comportarme
como un héroe, sino como alguien que va detrás de Jesús y que se fía de su
palabra; por tanto, como alguien que cree que el reino de Dios ya está en medio
de nosotros, que la batalla decisiva ha sido ganada. Se trata de vivir de
acuerdo a esta profunda convicción, sin la ansiedad de quien cree que nada está
decidido y sin la autocomplacencia de quien se abandona a una vida muelle e
insignificante. ¡Bienvenidos al tiempo ordinario!
Después de la lectura de esta entrada y reflexionar sobre ella, me da la sensación de que buscando el Reino de Dios muchas veces equivocamos el camino. Nos hemos creado unas expectativas que no coinciden con la realidad… Todo requiere su esfuerzo…
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