En este III
Domingo del Tiempo Ordinario celebramos el Domingo de la Palabra. El
tema de este año está tomado de la Carta de san Pablo a los Filipenses:
¡Mantengan
firme la Palabra de la Vida! (cf. Fil 2, 16). Es el segundo año que
se celebra por deseo del papa Francisco. Necesitaremos aún unos cuantos años más hasta que cale en el pueblo de Dios
y se convierta en una tradición. Precisamente Jesús en el evangelio de hoy (Mc
1,14-20) nos invita a convertirnos y creer en la palabra del Evangelio “porque se ha
cumplido el plazo: está cerca el reino de Dios”. Antes de que nosotros
demos un paso, Jesús se acerca a la Galilea donde nosotros vivimos, a esta
cultura nuestra que mezcla la fe con la idolatría moderna, la confianza en Dios
con el escepticismo, la solidaridad con la búsqueda del propio interés. En esta
Galilea contemporánea, en el seno de nuestros pueblos y ciudades, sigue sonando
el anuncio de Jesús: “El reino de Dios está cerca”.
Es una fórmula que
tal vez no tenga la fuerza que pudo tener en el siglo I, pero condensa todo lo
que nosotros buscamos y deseamos. Es como si Jesús nos dijera: “Donde yo
estoy, está el perdón, la paz, la justicia, la alegría, el amor; donde yo estoy,
está Dios porque Dios es amor”. ¿No es esto lo que los seres humanos buscamos
en el fondo de todos nuestros afanes? Jesús no nos exige esfuerzos titánicos ni
actos extraordinarios. Nos pide que nos fiemos de esta “buena noticia”; es
decir, que creamos en el Evangelio. No se trata de una “fake news” como las que
hoy se prodigan. Es auténtica palabra de Dios, viva y eficaz. ¿Seremos capaces
de fiarnos de ella?
Para dar el paso
de la desconfianza a la confianza, de la duda a la fe, necesitamos convertirnos;
o sea, cambiar de mentalidad, hacer el camino de
vuelta desde nuestra manera de ver las cosas a la manera de Dios. En lenguaje
moderno, necesitamos cambiar nuestro chip mental y cordial. No es una invitación
a un cambio moral (que, en todo caso, llegará como fruto de la conversión),
sino una llamada a resetear nuestro disco duro y a instalar una nueva
aplicación que nos permita entender la vida de otra manera. Hay una oración
franciscana que expresa bien este cambio: “Que allí donde haya odio, ponga
yo amor; / donde haya ofensa, ponga yo perdón; / donde haya discordia, ponga yo
unión; / donde haya error, ponga yo verdad; / donde haya duda, ponga yo fe; / donde
haya desesperación, ponga yo esperanza; / donde haya tinieblas, ponga yo luz; /
donde haya tristeza, ponga yo alegría”.
La historia nos demuestra que con frecuencia
están más abiertos a este tipo de conversión, de cambio de chip, las personas increyentes
que las muy religiosas. Las segundas están tan seguras en su posición que no
experimentan la necesidad de ningún cambio. Las primeras, a veces desorientadas
y confundidas, son capaces de dar un paso cuando la luz penetra en sus vidas. El
relato del libro de Jonás que se lee en la primera lectura de hoy (cf. Jon 3,1-5.10)
nos habla de la conversión de los habitantes de Nínive, megalópolis que
simboliza la humanidad entera: “Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron
el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su
conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe
con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.
Para seguir
anunciando esta “buena noticia” de que Dios quiere a los seres humanos, que no
nos abandona a nuestra suerte, Jesús necesita colaboradores que sigan pescando
en este inmenso mar del mundo. Necesita “pescadores de hombres”. El sintético relato
de Marcos nos habla de dos parejas de hermanos entre los primeros llamados: Simón
y Andrés, Juan y Santiago. Jesús no busca un perfil de excelencia ni hace una
clara job description. Cualquier persona puede ser llamada a colaborar con
él, más allá de su temperamento, nivel de instrucción, cualidades o defectos.
Lo único que se necesita es una confianza sin límites en Jesús y una respuesta
generosa.
Lo que nos cualifica para ser “pescadores de hombres” (todos los cristianos,
no solo los sacerdotes y religiosos) no es, pues, un currículo impecable, sino la
confianza en Jesús y la generosidad para entregarnos a su causa. Hay gente excelente
que nunca da el paso porque no se quiere arriesgar. Imitan la actitud del joven rico. Y gente humanamente limitada
que no tiene miedo a la hora de entregar la vida. se parecen al grupo de los doce. Jesús busca a los últimos.
¡Cómo cambiaría la pastoral de la Iglesia si en su “pastoral vocacional” se atuviera a la estrategia de Jesús
y no a los “perfiles profesionales” que manejan las empresas y los
cazatalentos! Bienvenidas las cualidades y competencias, pero lo que de verdad
se necesita para ser un mensajero de “buenas noticias” (evangelio) es cambiar el chip y
fiarnos a tope de Jesús.
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