ITALIANO |
ESPAÑOL |
Padre, se anche tu non fossi il
mio padre, se anche fossi a me un
estraneo, per te stesso egualmente
t’amerei. Ché mi ricordo d’un mattin
d’inverno che la prima viola sull’opposto muro scopristi dalla tua
finestra e ce ne desti la novella
allegro. Poi la scala di legno tolta in
spalla di casa uscisti e l’appoggiasti
al muro. Noi piccoli stavamo alla
finestra. E di quell’altra volta mi
ricordo che la sorella mia piccola
ancora per la casa inseguivi
minacciando (la caparbia aveva fatto non so
che). Ma raggiuntala che strillava
forte dalla paura ti mancava il cuore: ché avevi visto te inseguir la
tua piccola figlia, e tutta
spaventata tu vacillante l’attiravi al
petto, e con carezze dentro le tue
braccia l’avviluppavi come per
difenderla da quel cattivo ch’era il tu di
prima. Padre, se anche tu non fossi il
mio padre, se anche fossi a me un
estraneo, fra tutti quanti gli uomini già
tanto pel tuo cuore fanciullo
t’amerei. |
Padre,
aunque no fueras mi padre,
aunque fueras un extraño para mí, seguiría
queriéndote por ti mismo. Porque
recuerdo una mañana de invierno cuando
la primera violeta sobre la pared de
enfrente descubriste desde tu ventana y
nos diste alegre la noticia. Luego,
con la escalera al hombro, saliste
de casa y la apoyaste contra la pared. Los
pequeños estábamos en la ventana. Y
de aquella otra vez recuerdo que
a mi hermanita, aún pequeña, la
perseguías por casa amenazando (la
testaruda había hecho no sé qué). Pero
cuando la alcanzaste mientras gritaba de
miedo, se te salía el corazón: porque te
viste persiguiendo a tu hija
pequeña, toda asustada, tú,
vacilante, la atrajiste a tu seno, y
con caricias entre tus brazos la
envolviste, como para defenderla de
ese villano que era el tú de antes. Padre,
si no fueras mi padre,
si fueras un extraño para mí, entre
todos los hombres, mucho te
amaría por tu corazón infantil. |
martes, 26 de enero de 2021
Aunque no fueras mi padre
Dicen que es el
poema italiano más hermoso dedicado a la figura del padre. Por lo menos, entre
los publicados en los últimos tiempos. Lo escribió el poeta Camillo Sbarbaro (1888-1967)
hace poco más de un siglo. Es un poeta poco conocido en el ámbito hispanohablante.
No soy muy dado a incluir poemas en mis entradas, pero es bueno dejarse
sorprender de vez en cuando. Creo que no hay ninguna traducción oficial al
español. Por lo menos, yo no la he encontrado. Me he permitido hacer una
versión rápida, lo más literal posible, sin dejarme seducir por la tentación de
hacer un poema con sonoridad española. Si toda traducción es siempre un riesgo,
traducir una poesía puede llegar a ser una masacre. Pero de alguna manera hay
que hacer comprensible el texto para los lectores de este Rincón que no
entienden el italiano.
En este poema de 26 versos el poeta recuerda dos
historias relacionadas con su padre a quien ama “aunque no fueras mi padre”.
Conviene anotar que el pequeño Camillo perdió a su madre a la edad de cinco
años. Se comprende entonces que la figura del padre cobrara una gran
importancia en su vida en una cultura como la italiana en la que la mamma es todo. A él le dedicó la obra Pianissimo,
publicada en Florencia en 1914, en la que incluye este hermoso poema a su padre.
Por si el
lenguaje resulta demasiado críptico, aclaro que Sbarbaro evoca dos historias de su infancia. Conviene visualizarlas
para captar su desnuda belleza. La primera sucede una mañana de invierno. Afuera
hace frío. El padre de Camillo se asoma a la ventana y descubre − ¡oh sorpresa! − que en la pared de enfrente
ha crecido de manera prematura una violeta. Es tal la emoción que le produce
este hecho, que despierta a sus hijos pequeños para que también ellos puedan contemplar
el milagro. Luego, sale a la calle, coge una escalera de mano (el poema aclara que es de madera, no de hierro), la apoya
contra la pared y trepa por ella para poder ver de cerca una violeta (símbolo de la primavera) en el corazón del invierno. Los
niños observan atónitos la escena desde la ventana de su cuarto. No se necesitan palabras para introducir a alguien en el misterio de la belleza. Basta una discreta indicación. No sé si hay muchos padres con una sensibilidad tan a flor de piel.
La segunda historia es aún más conmovedora. La
hermana pequeña de Camillo, que debía de ser muy testaruda, consigue enojar a su
paciente padre con alguna de sus rabietas. Este la persigue por la casa con intención de darle el castigo
merecido. Ella, al verse acorralada, piensa que el mejor refugio posible es… el
pecho de su propio padre, así que, sin dudarlo, se arroja zalamera en sus brazos. El “perseguidor” se convierte de repente en “acogedor” por la sutil artimaña
de su hijita. Los últimos versos no tienen desperdicio: “La envolviste, como
para defenderla / de ese villano que eras tú antes”. El padre se descubre
al mismo tiempo como malvado y como padre amoroso. El amor de la hijita hace que el segundo papel se imponga sobre el primero, que su
rabia inicial se transforme en amor definitivo.
No hay que hacer
malabarismos para ver en este poema una hermosa metáfora del único que merece
ser llamado padre: nuestro Abbá, el Dios que Jesús nos ha revelado, su
Padre y nuestro Padre. Como la figura paterna del poema de Sbarbaro, también Dios tiene una
sensibilidad a flor de piel para despertarnos cada mañana y mostrarnos las
bellezas escondidas y diminutas de este mundo. No es necesario que nos
sorprenda con una vista majestuosa del Himalaya o de los Andes nevados. La belleza del
mundo se puede esconder en una humilde violeta colgada en una pared, en los
infinitos gestos de amor que nos prodigamos los seres humanos como reflejos del
amor de Dios.
Por si esto no fuera suficiente, la segunda historia nos ayuda a
comprender que con un poco de osadía nosotros podemos “derrotar” a Dios, que
él, por más travesuras que hagamos en nuestra vida, está siempre dispuesto a
acogernos entre sus brazos. Jesús lo dijo con rotundidad: “Os digo que así también habrá más
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,7). Explicar demasiado un
poema es destriparlo. Dejemos que las palabras, aunque sea a través de una torpe
traducción, nos introduzcan en la belleza de la realidad que cantan.
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