En la misma Carta se da la razón de fondo: “Se ha llegado en los últimos años a una elaboración doctrinal que ha puesto de relieve cómo determinados ministerios instituidos por la Iglesia tengan como fundamento la condición común de ser bautizados y el sacerdocio real recibido en el sacramento del Bautismo; éstos son esencialmente distintos del ministerio ordenado recibido en el sacramento del Orden”. La Carta ha causado cierta sorpresa, aunque, en realidad, no ha hecho sino convertir en derecho algo que ya se estaba dando en la práctica. O, dicho de manera más técnica, convertir un “de facto” en un “de iure”. Como sabemos, está también en marcha una comisión que estudia la posibilidad de instituir el diaconado femenino. Este será un asunto mucho más delicado.
Intuyo que la mayoría se sitúa en una posición intermedia. Aceptan de buen grado la decisión del Papa porque comprenden que los ministerios instituidos del lectorado y acolitado se fundamentan en el sacerdocio real que todos los cristianos recibimos en el Bautismo, no en el sacramento del Orden. Por otra parte, desde hace muchos años era práctica común que las mujeres leyeran la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y que algunas colaboraran en el servicio del altar y la distribución de la comunión, si bien ambas tareas no tenían el rango de “ministerios instituidos”, sino, más bien, de prácticas litúrgicas informales o encomendadas.
Personalmente, pienso que la decisión del Papa da carta de naturaleza
a unos servicios que dimanan de nuestra vocación bautismal y que visibilizan el hecho de que en la comunidad cristiana “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni
libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”
(Gal 3,28). Es obvio que, por diversas razones, la mujer no tiene en la Iglesia el reconocimiento oficial que haga justicia a su participación real. Por otra parte, desearía que la forma de ejercer estos ministerios por parte de las mujeres no fuera una fotocopia del modo masculino (y a menudo un poco clerical), sino que pudieran enriquecerlos con su genio femenino. Todos saldríamos ganando.
Para ello, habría que distinguir qué entendemos por la gran Tradición
(estable, pero en desarrollo) y por las pequeñas tradiciones (contingentes y
revisables) y, sobre todo, tendríamos que hacer un esfuerzo por ver qué ministerios
necesita la Iglesia de hoy en los diversos contextos para madurar como comunidad de seguidores de Jesús y
evangelizar un mundo en constante cambio. Obviamente, esto no significa que todos los ministerios que ya
existen (desde la enseñanza de la Teología a la catequesis, la música, la atención a los enfermos o la
ayuda social) deban ser “instituidos”, pero quizás algunos, por su especial
densidad y significado, podrían entrar en esta categoría. No se me escapa la última parte del
canon modificado: “Tal atribución no les da derecho al sustento ni a la
remuneración por parte de la Iglesia”. La cuestión económica sigue pesando
mucho en la articulación de los ministerios. También aquí debemos encontrar
nuevas formas. Sin desdeñar la importancia y necesidad del voluntariado, es
verdad que “el obrero es digno de su salario” (1 Tim 5,18).
A mí me sorprende muchísimo que, después de años que se ha abierto la puerta para lectoras y acólitas ahora lleve a una removida como lleva. Al final es aceptar oficialmente una realidad que ya está.
ResponderEliminarPor otro lado me pregunto si las mujeres nos hemos ganado lo que reclamamos… Realmente, ¿desempeñamos, en la Iglesia, todo el papel que podemos o se nos permite como mujer o bien estamos reclamando igualdad y poder como el hombre?
Jesús dio las llaves a Pedro, pero Dios, tuvo en cuenta a la mujer cuando la eligió para madre de Jesús, por lo que fue a una mujer, a quien eligió, para llevar a Jesús a la humanidad. ¿Somos conscientes de esta nuestra responsabilidad?
Jesús eligió a una mujer para que fuera testimonio de su resurrección… y podemos ir analizando varios aspectos que se nos han encomendado.
Creo que, demasiadas veces, como mujeres, nos quedamos en la protesta y no pasamos a la acción: “haría si….”