En Italia hemos entrado hoy en la fase 2 del proceso de normalización de la vida ciudadana. Eso
no significa –como nos recuerdan a menudo las autoridades– que haya terminado
la pandemia. Se van reduciendo las cifras de contagiados y fallecidos, pero el
virus sigue presente entre nosotros. Para los expertos, esta es una de las
fases más peligrosas. Corremos el riesgo de bajar la guardia y
malgastar el capital de contención acumulado en los casi dos meses de
cuarentena. Con algo de temor o con un exceso de confianza, poco a poco
volvemos a las actividades suspendidas. Todo el mundo quiere regresar cuanto
antes a la vida normal. Bueno, en realidad, yo no quisiera regresar al pasado
sino –si se me permite jugar con las palabras– regresar al futuro. Ya sé que abusamos mucho del título de la famosa película
de ciencia ficción estrenada en 1985, pero es que su título –Back to the future– da mucho juego. Solo se puede regresar al futuro si previamente se ha soñado. Todo sueño anticipa lo que vendrá. Yo desearía
que la cacareada “nueva normalidad” no fuera una vuelta a lo mismo de siempre, aunque
en mi comunidad hoy todo ha vuelto a ser casi
igual que antes. Han regresado a sus puestos de trabajo los empleados externos
y hemos recuperado el horario habitual. Los únicos que no hacen lo mismo son
los estudiantes de especialización que viven con nosotros. Ellos tienen sus clases on line porque las universidades romanas
siguen cerradas. Es probable que ya no abran hasta septiembre.
A mí me gustaría “regresar”
a un futuro menos acelerado, con más tiempo para las relaciones y menos para
trabajos que se pueden repartir entre más personas. Me gustaría “regresar” a un
futuro en el que el progreso fuera consecuencia de la preocupación por el bien
de la humanidad y no de los meros intereses económicos. Me gustaría “regresar” a
un futuro en el que las tecnologías de la comunicación siguieran desarrollándose,
pero sin obligarnos a estar todo el santo día conectados. Me gustaría “regresar”
a un futuro en el que muchas personas redescubrieran la presencia de Dios en
sus vidas después de los intensos “ejercicios espirituales” que hemos hecho
durante los dos meses pasados. Los muchos gestos de solidaridad que estamos
observando muestran que el
Espíritu de Dios está muy activo en nuestro mundo por más que no
siempre sepamos reconocer y agradecer su presencia. Me gustaría, en fin, “regresar”
a un futuro en el que hiciéramos nuestra la opción por una “ecología integral”
como la que presenta el papa Francisco en la encíclica Laudato Si’. De esta manera, podríamos hacer frente de manera sistémica a problemas como el hambre, el calentamiento global, las migraciones, la violencia, la desaparición de especies animales y vegetales, etc., antes de que seamos víctimas
de la sexta extinción masiva por nuestra falta de responsabilidad.
El escéptico que
llevo dentro (y que es muy fuerte) me dice que este “regreso” se parece más a
una quimera que a un verdadero sueño. Me recuerda que los seres humanos somos
olvidadizos y que, superado el pico de la crisis, volveremos muy pronto a
nuestro viejo estilo de vida. El soñador que también llevo dentro (y que no
muere a pesar de la edad) me sugiere no tirar la toalla, confiar en las sorpresas
de la historia y en la capacidad humana de superación. Me anima a ver semillas
de vida donde por el momento solo veo el pecio de un enorme naufragio colectivo.
El soñador pasa el testigo al creyente. Este espera en la acción misteriosa de Dios en la
historia a través de un conjunto de factores cuyo control se nos escapa. Si
esta pandemia es un “signo de los tiempos”, tenemos que aprender a interpretarlo.
¿Qué nos quiere decir Dios a través de la experiencia que estamos viviendo? Por
último, el “hombre de la calle” que también soy renuncia a especulaciones teóricas
y se conforma solo con volver a su trabajo, pagar sus deudas, tomarse una
cerveza en una terraza dejándose acariciar por el sol de primavera y poder
charlar con las personas a las que quiere. Después de todo, quizás sea este el “regreso”
más deseado y más realista.
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