La progresiva salida del confinamiento por fases podría haber significado la entrada en una situación de reencuentro con las personas queridas, de alegría y esperanza. Sin embargo, en muchos casos no está siendo así. Cada día
que pasa aumentan los signos de crispación, tanto en la calle como en los medios y en los parlamentos. Es como si la frustración y
la rabia acumuladas durante meses buscasen ahora vías de escape. Para ser más preciso, percibo un
doble movimiento. Algunas personas, acostumbradas al encierro forzoso, son
renuentes a salir a la calle. Se sienten más cómodas y seguras en casa. En ella han
creado un pequeño mundo a la medida de sus necesidades. No ven la urgencia de recomenzar o de ingresar en la nueva normalidad. Prefieren prolongar la etapa de crisálida. Otras, por el contrario, se han echado a la calle con prisa, como deseosas de
recuperar el tiempo perdido.
Menudean ya las protestas en varios lugares e incluso han comenzado las demandas judiciales por daños y perjuicios. En algunos lugares se preparan grandes manifestaciones para las próximas semanas. Los partidos políticos aprovechan que el río baja revuelto para hacer sus maniobras, algunas con nocturnidad y alevosía. Corremos el riesgo de un estallido social si no somos capaces de templar los ánimos, identificar con claridad las prioridades y ponernos manos a la obra todos juntos. Lo que veo en Italia, en España y en la Unión Europea me decepciona. Aunque hay algunos signos de cooperación, parece imponerse el “sálvese quien pueda”, lo que en la práctica significa “sálvese el más fuerte”.
Menudean ya las protestas en varios lugares e incluso han comenzado las demandas judiciales por daños y perjuicios. En algunos lugares se preparan grandes manifestaciones para las próximas semanas. Los partidos políticos aprovechan que el río baja revuelto para hacer sus maniobras, algunas con nocturnidad y alevosía. Corremos el riesgo de un estallido social si no somos capaces de templar los ánimos, identificar con claridad las prioridades y ponernos manos a la obra todos juntos. Lo que veo en Italia, en España y en la Unión Europea me decepciona. Aunque hay algunos signos de cooperación, parece imponerse el “sálvese quien pueda”, lo que en la práctica significa “sálvese el más fuerte”.
Creo que, aunque uno
pudiera tener motivos razonables para la rabia y la protesta, no es este el
momento de exteriorizarlos y menos de convertirlos en batallas. Lo que ahora importa es comprometernos en un gran
proyecto de reconstrucción nacional dejando fuera intereses particulares y,
sobre todo, aspiraciones mezquinas. Aprovecharse de los gobiernos en minoría
para hacer chantajes sobre asuntos laborales, nacionalistas, educativos o de
otro tipo me parece de una bajeza moral despreciable. Los grandes líderes no actúan
así. Saben renunciar a sus legítimos intereses en pro de un interés más grande. Saben dosificar y atemperar sus intervenciones. No hay empresa común que no exija algunas renuncias individuales. Pretender
ganar todo sin renunciar a nada es un imposible que paraliza la vida de los
grupos e instituciones. Ya sé que estas llamadas a la sensatez apenas tienen
eco en las clases dirigentes, pero quisiera creer que expresan lo que piensan y
sienten la mayoría de los ciudadanos. Admiro a los países (pocos) que, en
situaciones de desgracia colectiva, saben orillar las diferencias y arremangarse
para remar todos en la misma dirección. Además de una mística colectiva, se
requiere un liderazgo inteligente, respetuoso, entusiasta y sinérgico. Por
desgracia, no es fácil encontrarlo. Parece que en estos tiempos de pandemia los
países liderados por mujeres (Nueva Zelanda, Alemania, Islandia, Taiwán, Noruega,
Dinamarca, Finlandia, etc.) han sabido gestionar
mejor la crisis. Hay algunas excepciones (como Bélgica), pero, en
general, las mujeres han adoptado desde el principio una actitud humilde y pragmática
frente a la ineptitud y arrogancia de muchos líderes masculinos (empezando por
Trump, Bolsonaro y Johnson).
Antes de que sea
demasiado tarde y avancemos hacia enfrentamientos civiles que compliquen todavía
más la difícil situación en la que nos encontramos, es preciso que se oigan fuerte las voces de quienes buscamos un camino de integración y solidaridad. Me parece
que esta debería ser la opción de la Iglesia, sin arrojarse en los brazos de
aquellos que quieren instrumentalizarla al servicio de otros objetivos. Colaboración,
toda la posible. Instrumentalización, nada de nada. Como siempre, nos tocará
ponernos de parte de los últimos, sin caer en la tentación victimista y mucho
menos publicitaria. El principio de Jesús –“que
no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” (Mt 6,3)– sigue siendo válido en
tiempos de hiperinflación publicitaria. El bien se hace porque las personas lo
necesitan, no para ser vistos y aplaudidos. Ni el aplauso ni la crítica deben
frenar la preocupación sincera y eficaz por aliviar la situación de quienes, además
de padecer la emergencia sanitaria, están ya padeciendo la crisis laboral y económica
que se deriva. La colaboración que se está viendo en muchos barrios, asociaciones
y parroquias, ¿no se podría extender a los partidos políticos para que, junto
a verdaderos expertos en las diversas materias, lideraran un gran proyecto de reconstrucción
nacional? Visto el cariz que está tomando la desescalada, parece casi una “misión
imposible”, pero no hay que renunciar a ello.
La situación es muy complicada. Todavía hay muchos miedos, pánicos y es gente que prefiere quedarse en casa. Otras personas que son "bombas" que han acumulado tanta rabia y no aceptación de la situación que pueden explotar en cualquier momento... La gente ha estaddo sumisa sin elección. Hemos estado expuestos a inseguridades, discusiones entre los dirigentes... A pie de calle hay un ambiente muy cargado. Es difícil imaginarnos los problemas que han vivido gente con alguna minusvalía. Las pérdidas de lugares de trabajo... ayudas prometidas y que no se han visto por ningún lado... y tantos problemas que se pueden ir enumerando a parte de todo el dolor vivido, a solas.
ResponderEliminarMe da miedo la sociedad que va surgiendo: el "otro" es un peligro para mí... marcar distancias... la falta de contacto físico... Y me pregunto ¿cómo vivirán los niños a la vuelta a los colegios? Les separan de amigos en la clase porque el grupo ha de ser más pequeño, se ven y no se pueden acercar, no se pueden tocar, no se pueden abrazar, las mesas distanciadas, total que vuelve a ser el "otro" es un peligro para mi...
No sé, Gonzalo, estoy un poco pesimista preveyendo el futuro... Ojalá como tu dices fuéramos capaces de juntos luchar... Creo que la cooperación siempre estará presente, en más o menos grado y en el grado que todo en conjunto lo haga posible.
Gracias por tu aportación, Gonzalo.