jueves, 14 de mayo de 2020

Oremos todos juntos

El papa Francisco nos ha pedido que hoy nos adhiramos a la Jornada de Oración, Ayuno y Caridad promovida por el Alto Comité para la Hermandad Humana. En ella participarán creyentes de todas las religiones del mundo. El Comité convocante fue establecido el pasado mes de agosto con el fin de lograr los objetivos del “Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común” firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu-Dabi por el papa Francisco y el gran Imán de Al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb. Si el virus se ha expandido tan velozmente aprovechando las múltiples vías de este mundo globalizado, justo es que globalicemos también la oración y que tejamos redes con todos aquellos que aspiramos a un mundo más unido en el que las religiones no se interpongan como barreras, sino que contribuyan a la paz y la fraternidad. No sé si todavía nos quedan fuerzas para una iniciativa más, pero vamos a intentarlo. Desde que empezó la pandemia, el manantial de propuestas de todo tipo (sanitarias, artísticas, litúrgicas, solidarias, etc.) ha crecido de tal manera que se ha convertido en un caudaloso río de creatividad. No sé dónde acabará desembocando, pero nada que sea fruto del amor se pierde. Pasarán las canciones (quizás acabemos aborreciendo el célebre Resistiré), pasarán las videconferencias compulsivas, pasarán las misas on line, la gimnasia doméstica y las recetas de pan casero. El amor no pasa nunca.

Hoy, 14 de mayo, la Iglesia universal celebra la fiesta de san Matías, un apóstol de rebote podríamos decir. No pertenecía al grupo de los doce, pero fue llamado para sustituir a Judas. Admiro a las personas que tienen la humildad de sustituir a otras con alegría, no pensando en su éxito personal, sino en el fruto de la misión.

Los claretianos, por nuestra parte, recordamos al venerable P. Mariano Avellana (1844-1904), fallecido tal día como hoy en Carrizal Alto (Chile) en 1904. Fue un misionero español que gastó su vida en Chile en el último tercio del siglo XIX. Murió con fama de santidad. Está introducida su causa de beatificación. Él tenía muy claro que el amor no pasa nunca. Procuró expresarlo de la manera más concreta posible: “Trataré de imitar a Jesucristo que no hacía separación de personas. Para mí todos y todas serán hijos de Dios; lo mismo el Papa de Roma, un niño, una muchacha, un mendigo o un preso de la cárcel”. En su funeral, don Luis Santiago Díaz, sacerdote secular chileno, pronunció estas palabras:
“¡Qué triste es, amigos, dar el último adiós al hermano! ¡Compartió con nosotros la vida! Fue un infatigable apóstol en sus treinta años de servicios a Chile. No hubo cárcel que no visitara consolando a los presos, llevándoles ayuda de ropas y alimentos. Visitaba los hospitales consolando a los enfermos y calmando sus dolores. Quizá no haya en Chile otro religioso que conociese mejor que él al pobre y al indigente; sabía identificarse con los débiles y entraba con mayor gusto en el tugurio y la choza del pobre que en las casas de los adinerados… Su potente voz era signo de consuelo para todos”.

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