Hacía casi veinte años que no viajaba a Uruguay, un pequeño país de poco más de tres millones y medio de habitantes y fuerte tradición laica. Llegué ayer a Montevideo a
las cinco de la tarde. Desde el avión vi
el agua terrosa del anchísimo Río de la Plata y los campos verdes en torno a la capital, como si el
otoño quisiera emular a la primavera. Los acontecimientos se precipitan. En España ha arrancado ya la
campaña electoral que conducirá a las elecciones generales del próximo
día 28. Se prevé una contienda reñida. Los cinco cabezas de las listas con más
posibilidades parecen caballeros dispuestos para un torneo. Las encuestas hacen
ya sus vaticinios, pero nunca se sabe bien si pretenden sondear la intención de
voto o, más bien, orientarla descaradamente. Parece que hay en torno a un 40%
de indecisos. Al final, la verdadera encuesta es la que se hace el día
en que la gente vota y asume su responsabilidad. El Brexit se retrasa hasta el 31 de octubre.
No me gustaría estar en la piel de los británicos. El divorcio se está
convirtiendo en una pesadilla. El papa emérito Benedicto XVI escribe un polémico
texto en el que relaciona el mayo francés del 68 y la crisis de los
abusos sexuales a menores. El debate está servido.
Hoy celebraré en la iglesia de Montevideo-Inca la conmemoración mensual de san Pancracio, un acontecimiento cargado de simbolismo religioso y social. Mañana contaré de qué se trata. Prefiero centrarme ahora en el significado de este Viernes de Dolores que precede a la Semana Santa.
El Viernes de
Dolores tiene, en la tradición cristiana, un sentido mariano, si bien,
para evitar duplicidades, la fiesta litúrgica de la Virgen de los Dolores no se celebra hoy, sino el 15 de septiembre.
Más allá de su carácter popular, me gusta imaginar a María, la madre de Jesús,
en los días previos a la pasión de su hijo. Con intuición de madre, probablemente
imaginó lo que iba a suceder. No perdió los papeles. Aceptó su misión y se
preparó para ella. Hay una forma “mariana” de afrontar la vida que me parece
imprescindible hoy. A menudo sabemos qué
queremos hacer con nuestra existencia. Buscamos los cómos,
cuándos y dóndes, pero nos cuesta saber los porqués. ¿Por qué nos enamoramos? ¿Por qué trabajamos? ¿Por qué nos
levantamos cada mañana? ¿Por qué seguimos soñando con alcanzar algunas metas? Hay
motivaciones inmediatas (ganar un salario, mantener a la familia, realizar una
afición, tener éxito, etc.), pero, a menudo, no son suficientes para justificar
la entrega de la propia vida. Explican algo, pero dejan en penumbra una vasta
zona. ¿Por qué amar en vez de odiar? Y, sobre todo, ¿por qué sufrir cuando podríamos
evitar el sufrimiento? Es verdad que hay muchos intentos de encontrar
respuestas a estas preguntas. La filosofía lo lleva haciendo desde hace muchos
siglos. En la actualidad, la psicología se esfuerza por proporcionarnos “herramientas”
para manejar nuestros conflictos y ansiedades, pero todo se queda como a medio
camino.
María nos enseña
dos claves imprescindibles para afrontar los porqués profundos de la vida sin necesidad de tenerlo todo claro:
guardar todo en el corazón y permanecer junto a la cruz. La primera es una
actitud mariana subrayada por el evangelio de Lucas. La segunda nos viene del
evangelio de Juan. Guardar todo (las cosas de Dios) en el corazón significa
rumiar con serenidad y paciencia lo que vamos viviendo para permitir que Dios
sea Dios en nuestra vida, para encontrar su sentido sin necesidad de profanar
su misterio. Permanecer junto a la cruz implica sostener con serenidad la
batalla del dolor sabiendo que no constituye el final de la existencia,
confiando en que Dios es siempre un Dios de vida y no de muerte. No es fácil
encontrar a muchas personas con estas actitudes marianas. La acelerada vida
moderna no facilita “guardar todo en el corazón”. Una experiencia se superpone
a otra; las noticias de hoy hacen viejas las de ayer; lo nuevo se erige en categoría
definitiva. Más difícil todavía es “permanecer junto a la cruz” de los
sufrientes cuando todo nos empuja a buscar respuestas indoloras, olvidando que a veces el sufrimiento aceptado es la única puerta que nos conduce a la sabiduría
y a la madurez.
Virgen de los
Dolores, no permitas que nuestra inconsciencia nos aleje del misterio de Dios.
Ayúdanos a afrontar la vida con la profundidad y esperanza con que tú la
afrontaste. Que ninguna prueba nos haga renegar del amor de Dios. Que ninguna
noche nos impida esperar el alba. Que ninguna pregunta turbe una respuesta
generosa.
Hola Gonzalo, me uno a tu oración a la Virgen de los Dolores... Gracias por los mensajes que nos llegan a través de tus escritos... Un abrazo
ResponderEliminarGracias padre Gonzalo por sus reflexiones diarias. Aceptar y asumir el sufrimiento y dolor como redentor, cuando aparecen enfermedades degenerativas, cuando nos quedamos sin trabajo y pensión, cuesta un triunfo. Sólo la fe nos puede sostener ante tales circunstancias, para tener paciencia y serenidad como lo hizo nuestra Santísima Madre Dolorosa.
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