Ayer me levanté más tarde de lo habitual, a pesar de que la Vigilia de la noche anterior acabó antes de medianoche. Por WhatsApp me llegó la
noticia de los atentados
en Sri Lanka, un país que he visitado en varias ocasiones; la última,
hace menos de un año. Me dolió que,
precisamente en la mañana de Pascua, la muerte se hubiera cebado contra
centenares de cristianos en un país que es bastante tolerante en materia
religiosa. Inmediatamente me acordé de la secuencia Victimae paschali
laudes que se canta en el tiempo pascual. Una de las estrofas, en
su versión litúrgica castellana, reza así: Lucharon
vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es la Vida, / triunfante
se levanta. Esa continua lucha entre la muerte y la vida (mors et vita duello) caracteriza nuestra
existencia. Cuando todo parece sonreír, sobreviene una tragedia inesperada. ¿Quién
les iba a decir a los cristianos esrilanqueses que en la mañana en la que
celebraban con alegría la resurrección de Jesús iban a ser objeto de un atentado terrorista? En el momento de escribir esta entrada, las víctimas mortales ascienden
a más de 290, a las que se añaden unos 500 heridos.
Durante el día intenté
comunicarme con los claretianos de Sri Lanka para conocer de primera mano la
situación, pero el gobierno había bloqueado las comunicaciones. A las 15,30
(hora argentina), 20,30 en Europa, recibí, por fin, un largo WhatsApp del superior claretiano de Sri
Lanka. En síntesis, me decía que uno de nuestros misioneros se encontraba por
casualidad presidiendo la misa matutina en la iglesia de san Antonio. Durante
la oración de los fieles estalló la bomba. Él salió ileso, pero murieron 58 personas. Los ataques se produjeron, entre las 8 y las 9 de la
mañana, en nueve sitios diferentes: tres iglesias, cuatro hoteles y dos
parques. Todos nuestros misioneros están a salvo, aunque han muerto algunos
conocidos suyos. A partir de las 9 se suspendieron todas las misas en el país. Fue una Pascua silenciada. No
se sabe quiénes están detrás de los atentados. Se teme que continúen. El
gobierno del país ha impuesto el toque de queda de 6 de la tarde a 6 de la
mañana. Las palabras finales del mensaje de mi compañero claretiano me dejaron
un sabor amargo: “No joy in celebrating
the resurrection” (No hay alegría a la hora de celebrar la resurrección).
Hace una semana
asistimos con estupor al incendio de la catedral de Notre Dame en París. Las reacciones no se hicieron esperar. Hubo
muchos que se
emocionaron con lo sucedido porque captaron enseguida el alto valor
simbólico de Notre Dame. No se trata,
como decían algunos, de un simple montón de piedras, sino de un hito de la cultura europea. Otros criticaron
duramente la rapidez con que se acumularon las donaciones para la
reconstrucción de la catedral mientras persisten situaciones más graves que no
concitan una respuesta tan veloz y eficaz. En medio de esta polémica abierta, iniciamos
la semana de Pascua con un hecho mucho más grave desde todos los puntos de vista. Se han segado muchas vidas humanas inocentes, se ha creado un clima de
terror y sospecha en el país, se ha masacrado a la minoría cristiana -víctima de un conflicto entre tres identidades mayoritarias- y, además,
se ha puesto en riesgo la paz que Sri Lanka venía disfrutando desde el año 2009, tras
más de 25 años de guerra civil. Está visto que los humanos nunca aprendemos la
lección. Es como si fuéramos incapaces de vivir en paz y respeto. Necesitamos la
violencia y la guerra para seguir justificando venganzas, venta de armas, operaciones
económicas, opresión e intolerancia. La vida y la muerte siguen peleando una batalla nunca concluida.
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