Ayer por la mañana me di un paseo por las rectilíneas y solitarias calles de Ingeniero Jacobacci, una pequeña ciudad en la provincia argentina de Río Negro. Aunque amanecimos con una temperatura de un grado bajo cero, a
esa hora teníamos ya alrededor de diez. Lucía un sol espléndido, pascual.
Apenas vi unas cuantas personas que iban a pie o en destartalados vehículos de
un sitio para otro. Caminé en paralelo a las vías del antiguo ferrocarril. A mi
izquierda tenía la vieja estación. Me parecía estar en uno de esos pueblos de
finales del siglo XIX o principios del siglo XX que aparecen en algunos westerns. Imaginaba a hombres a caballo,
con el revólver atado a la cintura, y mujeres con sombreros y cestas de mimbre.
Todo tenía un aire como de otra época, entre melancólico y decadente. Acostumbrado
a la algarabía y al color de los pueblos italianos, casi parecía un pueblo
fantasma. Mientras deambulaba sin rumbo fijo, dejando que reposaran las muchas
experiencias vividas a lo largo de las últimas tres semanas, fui pensando en
escribiros a todos los amigos del Rincón
esta
CARTA DE PASCUA 2019
Queridos amigos:
Este año me toca celebrar la Pascua en un remoto lugar del sur de
Argentina, a más de 12.000 kilómetros de Roma. Aquí es otoño. Por la noche, la
temperatura baja a cero grados. Toda la simbología pascual asociada a la primavera del hemisferio norte carece aquí de sentido. Nos vamos acercando poco a poco a un invierno seco y
muy frío, no a un verano de luz y calor. La comunidad católica es pequeña. Aquí
no se estilan las grandes manifestaciones de fe, aunque el Viernes Santo por la
tarde celebramos un Viacrucis bastante concurrido por las calles del pueblo. Duró más de dos horas. Las personas que lo habían
preparado supieron unir muy bien las cruces de la gente del lugar con la cruz de
Jesús. En algún momento llegué a emocionarme, como, por ejemplo, cuando un
hombre con muletas me pidió que lleváramos juntos la gran cruz que abría la
marcha. Me pareció asumir el papel de un cirineo moderno. Mientras transitábamos
de una estación a otra por una calle polvorienta, pensé en las muchas veces que he escurrido el bulto, que no he querido cargar con las cruces que otros
me proponían. Sentí vergüenza.
Anoche celebramos la vigilia pascual en la iglesia de la Exaltación de la Santa Cruz, la sede
principal de una parroquia que se extiende por un territorio de más de 30.000 kilómetros
cuadrados y que consta de 22 parajes;
es decir, pequeñas aldeas en las que suele haber una capilla a modo de sucursal
de la iglesia madre. Seríamos unas 150 personas y un par de perros. Sentí que si el Evangelio había llegado desde la lejana
Palestina hasta este remoto lugar austral y había entrado en diálogo (no
siempre respetuoso) con las culturas originarias, no es imposible que llegue también hoy a esos millones
de jóvenes que, por diversas razones, no creen en Jesús y su
resurrección.
Hay cristianos que se resignan a este hecho. Lo consideran un “signo de los tiempos”. Les da igual que las personas crean o no. Consideran que, del mismo modo que “todos los caminos llevan a Roma”, hay múltiples vías para llegar a Dios, incluso a través de la senda del agnosticismo y ateísmo. Creo entender lo que quieren decir con esto, comparto esta visión abierta de Dios, pero no me resigno a poner entre paréntesis el gozo de haber encontrado a Jesús y de compartirlo. Si la Iglesia primitiva hubiera procedido como algunos proponen que procedamos hoy, no hubiéramos descubierto a Jesús y no disfrutaríamos de la alegría del Evangelio. Jesús no es un camino más entre otros muchos. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). La teología sigue explorando el alcance y significado de estas palabras. La fe las acoge con humildad y gratitud.
Hay cristianos que se resignan a este hecho. Lo consideran un “signo de los tiempos”. Les da igual que las personas crean o no. Consideran que, del mismo modo que “todos los caminos llevan a Roma”, hay múltiples vías para llegar a Dios, incluso a través de la senda del agnosticismo y ateísmo. Creo entender lo que quieren decir con esto, comparto esta visión abierta de Dios, pero no me resigno a poner entre paréntesis el gozo de haber encontrado a Jesús y de compartirlo. Si la Iglesia primitiva hubiera procedido como algunos proponen que procedamos hoy, no hubiéramos descubierto a Jesús y no disfrutaríamos de la alegría del Evangelio. Jesús no es un camino más entre otros muchos. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). La teología sigue explorando el alcance y significado de estas palabras. La fe las acoge con humildad y gratitud.
La Pascua nos invita a dar testimonio de Jesús con presteza. El relato del capítulo
20 de Juan que leemos en el Evangelio de este Domingo de Pascua parece una prueba atlética. Todos corren. Corre María de
Magdala, corre Pedro y corre a más velocidad “el discípulo a quien Jesús amaba”, un discípulo anónimo (la
identificación con el apóstol Juan se producirá muchos años después) que, en
realidad, es una figura simbólica que representa al verdadero discípulo, a cada
uno de nosotros. Podemos poner nuestro propio nombre en el lugar donde el Evangelio de Juan se refiere al discípulo amado. Como
ese discípulo simbólico, también nosotros estamos llamados a “ver y creer” cuando, ante nuestros ojos,
solo se presentan signos de muerte: un sepulcro, unas vendas y un sudario. La
experiencia de la resurrección no es un acontecimiento lleno de luz y
maravilla, incuestionable, sino una experiencia de fe en medio de realidades que invitan a no
creer. ¿No ilumina este relato lo que estamos viviendo hoy? ¿No nos resulta arduo descubrir que Cristo está vivo cuando solo vemos las vendas y sudarios de los abusos, incoherencias y mezquindades de su comunidad? ¿No anhelamos con frecuencia signos claros, espectaculares y eficaces?
Al final, Pedro y el otro discípulo “regresan
a casa”. Parece que todo sigue igual que antes, pero, en el fondo, aunque
las cosas no hayan cambiado por fuera,
ellos son muy distintos por dentro.
Han empezado a entender lo que Jesús les había anunciado. Han vivido un
itinerario de fe que todavía incluirá más etapas. Reconocen su presencia misteriosa
y eficaz en la trama de la vida cotidiana y en las mediaciones que él ha querido
regalar a su comunidad: la Palabra, la Eucaristía, la Madre, el mandamiento del
amor, etc. Por eso, sin más dilaciones, comienzan a testimoniarlo. Pero
¡atención!, testimoniar –como nos recuerda Fernando Armellini– “no equivale a dar buen ejemplo. Esto es
ciertamente útil, pero el testimonio es otra cosa. Lo puede dar solamente quien
ha pasado de la muerte a la vida, quien puede afirmar que su existencia ha
cambiado y adquirido un nuevo sentido desde el momento que fue iluminada por la
luz de la Pascua; quien ha experimentado que la fe en Cristo da sentido a las
alegrías y a los sufrimientos e ilumina tanto los momentos felices como los
tristes”.
Hoy es 21 de abril de 2019. Entre los lectores del Rincón hay personas muy jóvenes –muchas de ellas en búsqueda– y un buen
número de adultos y ancianos que han hecho ya un camino en la vida. Cada uno de
nosotros tenemos una experiencia única e irrepetible de encuentro con el Jesús
resucitado. Aunque la fe va más allá de nuestro temperamento, nuestra edad y nuestra
formación, es indudable que estos factores influyen a la hora de expresar “lo que nos ha pasado”. Las personas muy
emotivas suelen hablar de su fe en términos también emotivos. Acentúan lo que
sienten: alegría, paz, entusiasmo, serenidad, valentía, etc. Y, en ocasiones,
también tristeza, confusión, amargura, inquietud, etc. Las personas más
racionales se inclinan por expresiones más sobrias que tienen que ver con la
plausibilidad de la fe: reconocen que creer no es absurdo.
En cualquier caso, creer en Jesús
significa que algo ha cambiado en nuestras vidas, que no seríamos los mismos con o sin él. Esto es lo más importante. Quizá lo que nos falta hoy es no
contentarnos con una experiencia íntima, personal, sino salir corriendo, compartir esta experiencia con quienes buscan, con
quienes creen a medias, con quienes creyeron pero se sienten timados e incluso
con quienes reniegan de una aventura como esta. Os animo a poneros en camino.
Desde ayer por la mañana me están llegando muchos mensajes pascuales a través
de WhatsApp, Facebook y el correo electrónico.
La mayoría son muy escuetos –se limitan a felicitarme las Pascuas– pero otros
contienen algunos toques personales. Los más madrugadores me llegaron de Corea
del Sur, Taiwán, Filipinas, Japón e Indonesia, cuando aquí, en Argentina, todavía
estábamos viviendo el silencio del Sábado Santo. Me asombro de la creatividad y
belleza con que algunas personas consiguen transmitir la alegría de la
resurrección.
En muchos casos se trata de felicitaciones intemporales; en otros, se hace alusión a acontecimientos recientes, como el incendio de la catedral de Notre Dame de París (Notre Dame-Notre drame, como titulaba el periódico francés Libération al día siguiente del incendio), los rescates en el Mediterráneo y la caravana de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos.
También yo, desde este rincón patagónico, quiero felicitaros a todos y a cada uno de los amigos del Rincón de Gundisalvus con la letra de un viejo canto de Pascua que me ha acompañado desde hace muchos años.
En muchos casos se trata de felicitaciones intemporales; en otros, se hace alusión a acontecimientos recientes, como el incendio de la catedral de Notre Dame de París (Notre Dame-Notre drame, como titulaba el periódico francés Libération al día siguiente del incendio), los rescates en el Mediterráneo y la caravana de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos.
También yo, desde este rincón patagónico, quiero felicitaros a todos y a cada uno de los amigos del Rincón de Gundisalvus con la letra de un viejo canto de Pascua que me ha acompañado desde hace muchos años.
Como el grano
de trigo que al morir da mil frutos,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
Como el ramo
de olivo que venció a la inclemencia,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
Como el sol
que se esconde y revive en el alba,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
Como pena que
muere y se vuelve alegría,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
El amor vence
al odio, y el sencillo al soberbio,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
La luz vence a
la sombra y la paz a la guerra,
RESUCITÓ EL
SEÑOR.
Resucitó el
Señor y vive en la palabra
de aquel que
lucha y muere gritando la verdad.
Resucitó el Señor
y vive en el empeño
de todos los
que empuñan las armas de la paz.
Resucitó el
Señor y está en la fortaleza
del triste que
se alegra, del pobre que da pan.
Resucitó el
Señor y vive en la esperanza
del hombre que
camina creyendo en los demás.
Resucitó el
Señor y vive en cada paso
del hombre que
se acerca sembrando libertad.
Resucitó el
Señor y vive en el que muere
surcando los
peligros que acechan a la paz.
Resucitó el
Señor y manda a los creyentes
crecerse ante
el acoso que sufre la verdad.
Resucitó el
Señor y vive en el esfuerzo
del hombre que
sin fuerza quedó por los demás.
Resucitó el
Señor y está en la encrucijada
de todos los
caminos que llevan a la paz.
Resucitó el
Señor y llama ante la puerta
de todos los
que olvidan lo urgente que es amar.
Resucitó el
Señor y vive en el que queda
cautivo por
lograrle al hombre libertad.
Resucitó el
Señor, su gloria está en la tierra
en todos los
que viven su fe de par en par.
FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN
a todos los amigos del Rincón de Gundisalvus
FELIZ PASCUA DE RESURRECCION también para ti, Gonzalo... Gracias por tus reflexiones... Un abrazo
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