Siguen los ecos por el incendio de la catedral de París. Como sucede con otros
acontecimientos luctuosos, tras el impacto inicial, comienzan las reflexiones
de todo tipo. Algunos periódicos se prodigan en explicar los detalles técnicos
del derrumbe y de la futura reconstrucción. Otros ponen el acento en que ya se
han alcanzado unos 700 millones de euros en donaciones. Otros, en fin, se
extrañan de la ola mundial de conmoción y solidaridad. Se preguntan por qué la
opinión pública no reacciona de igual modo ante catástrofes en las que se ven
afectadas muchas personas. Si somos capaces de donar 700 millones en un solo día
para reconstruir un edificio, por hermoso y simbólico que sea, ¿por qué no
somos capaces de una reacción parecida para ayudar a los emigrantes que surcan
las aguas del Mediterráneo o se acercan desde México a la frontera de los
Estados Unidos? Pareciera que los humanos tenemos distintas varas de medir. Resulta más espectacular informar sobre el incendio de Notre Dame
que sobre el naufragio de una barcaza junto a las costas de Lampedusa o de Cádiz.
Estoy a punto de
embarcarme para Bariloche después de un par de días en Buenos Aires, ciudad que
está siendo mi centro de operaciones durante la gira por el Cono Sur. Antes,
quiero escribir sobre un hecho que me sucedió ayer en el encuentro con un grupo
de personas en la parroquia Corazón de María de la plaza Constitución. Después de la
misa de las siete de la tarde, me reuní con algunos de los participantes para conocer
con detalle la vida de la comunidad parroquial. Me sorprendió ver entre ellos a
un buen grupo de venezolanos de todas las edades. Algunos habían llegado hacía
solo dos días huyendo de la penuria de su país. Estaban muy agradecidos a la
parroquia por haber encontrado en ella un espacio de acogida, encuentro y ayuda
fraterna. Se notaba que algunos tenían un buen nivel formativo. Se expresaban
con gratitud y contundencia. Estaban abriéndose paso como podían en un país –Argentina–
que atraviesa una grave crisis económica y social. La inflación
sigue creciendo. En torno a la parroquia ha crecido la prostitución, el
consumo de droga y la gente que mendiga por las calles. Para ellos, no tiene
ninguna importancia que se queme Notre Dame o que los bomberos de París hayan salvado la
estructura del templo. Buscan comida, ropa y medicinas.
Al final del
encuentro, se me acercó una señora de más de 80 años. Tenía el pelo blanco y una
sonrisa suave. Había nacido en Galicia. Mientras me saludaba, se cruzó una
chica venezolana. Sin preguntarle nada, me confesó: “Estoy muy agradecida a esta
señora porque hace unos días me dio unas mantas. Mi hijo y yo estábamos pasando
frío”. Cuando la chica venezolana se retiró, la anciana gallega me dijo: “¿Cómo
no voy a ayudar a esta pobre gente si yo padecí lo mismo en carne propia?
Llegué a la Argentina en 1947 huyendo de la postguerra española. Entiendo muy
bien lo que significa pasar hambre y frío”. La señora de más de 80 años no es
rica. Vive con una pensión muy ajustada. Tendría muchos motivos para decir que
este asunto de los inmigrantes venezolanos no va con ella, que bastante tiene
con salir adelante en la grave coyuntura por la que atraviesa Argentina, que corresponde al Estado o a la Iglesia ocuparse de estas personas. Sin
embargo, la compasión fue más fuerte que su deseo de seguridad. Hizo suyas las
palabras de Jesús: “Fui forastero y me acogisteis”.
¿Cómo no emocionarse ante actitudes así? Está bien que alguno multimillonarios franceses donen millones de euros para la reconstrucción de Notre Dame, pero está mejor que una pobre anciana regale unas cuantas mantas a una joven inmigrante venezolana y a su hijito.
¿Cómo no emocionarse ante actitudes así? Está bien que alguno multimillonarios franceses donen millones de euros para la reconstrucción de Notre Dame, pero está mejor que una pobre anciana regale unas cuantas mantas a una joven inmigrante venezolana y a su hijito.
Actúo como la pobre viuda, dió más de corazón. Dios nos conceda tener ese corazón desprendido y audáz ante la necesidad de otro.
ResponderEliminarBuenos días amigo Gonzalo.
ResponderEliminarEsta entrada recoge una reflexión muy bonita. Los pequeños gestos de bondad hacia los demás son los que más cuentan, son los que mueven el mundo.
La ayuda no debe ser algo simbólico o mediático sino una rueda continúa.
Pablo Melero Vallejo