Hoy regreso a Buenos Aires vía Bariloche. Atrás quedan seis días en la pequeña ciudad patagónica de Ingeniero Jacobacci. El día de Pascua no celebré la misa en la iglesia principal de la
población, sino en una capillita en la aldea de Clemente
Onelli, a 50 kilómetros de distancia. Contando los dos que me acompañaban en el coche, nos juntamos
nueve personas, en su mayoría mujeres. Antes de empezar, me pregunté si merecía la pena hacer 100 kilómetros (entre ida y vuelta), por carreteras de tierra, para celebrar una misa con tan
pocas personas. Si aplicamos criterios empresariales, la respuesta es un no
rotundo. Pero las cosas se pueden ver desde otro punto de vista. ¿No merece la
pena hacer un esfuerzo –por otra parte, no demasiado grande– para acompañar a
un grupo de cristianos aislados el día de Pascua? Si aplicamos criterios
pastorales, la respuesta es un sí rotundo. Así que disfruté de la Eucaristía más
que si la estuviera celebrando en una catedral repleta de fieles, con música de órgano y un coro polifónico.
De regreso a Jacobacci, dejamos en su casita a una anciana que vive sola en el
campo yerto. Durante las dos horas que pasamos juntos se sintió querida y
acompañada. Bastaba ver sus ojillos chispeantes y aceptar sus abrazos agradecidos. Por un momento sentí que la aldea Onelli era, en realidad, Emaús, y
que Jesús había salido a nuestro encuentro por el camino.
Me siguen
llegando noticias muy preocupantes de Sri Lanka. Hay temor a nuevos atentados.
De hecho, algunas de nuestras comunidades claretianas están bajo protección
policial las 24 horas del día y de la noche. Después de la masacre del domingo
de Pascua, ya nada será igual en este pequeño y acogedor país asiático. No me extrañaría
que pronto se implantara un sistema de control a la entrada de las iglesias y
que se quebrara el equilibrio entre los tres grupos religiosos mayoritarios. Lo
peor del terrorismo no es solo el asesinato indiscriminado de inocentes, sino
también la creación de un clima social de inseguridad y recelo, una alteración
de las costumbres y, en definitiva, una pérdida de la confianza, imprescindible
para la vida libre en sociedad. Ha sucedido ya en otras ocasiones. El 11-S, por
ejemplo, cambió muchos hábitos de los estadounidenses, sometió a un control más
riguroso el tráfico aéreo y, sobre todo, disparó una escalada bélica. Pero no se trata solo de seguridad, sino de tolerancia
religiosa. ¿Por qué está creciendo el odio hacia los cristianos en diversas
regiones del mundo? ¿Por qué hay grupos musulmanes que quieren imponer a toda
costa el islam?
Con este telón de
fondo, leo en los periódicos digitales que se ha producido ya el
primer debate entre cuatro candidatos de los que aspiran a ganar las próximas
elecciones generales en España. No he tenido oportunidad de seguirlo en directo,
pero he visto algunos clips en la web
de RTVE. Me ahorro comentarios. En general, no me ha gustado el tono. Me
recuerda siempre a una pelea de chicos en un patio de colegio. Echo de menos un
debate más sereno, educado y con argumentos. Puede resultar menos televisivo,
pero seguramente sería más instructivo. Me niego a que una imagen estudiada o una
ocurrencia puedan determinar el voto de una persona. Por otra parte, para arañar
algunos votos no vale colar bulos como si fueran verdades de a puño. Un periódico
se ha dedicado a analizar
algunas mentiras y medias verdades usadas por los debatientes. Siguiendo la tradición, los medios se
han apresurado a abrir encuestas sobre el vencedor y a publicar comentarios de urgencia de sus colaboradores. El domingo 28 se despejarán las dudas. No merece
la pena perderse ahora en conjeturas.
Estamos en la
octava de Pascua. La luz de la resurrección de Jesús ilumina todo lo que
vivimos, no solo los acontecimientos relevantes, sino también la microhistoria
de cada uno de nosotros. La Pascua nos impulsa a descubrir signos de vida nueva
en nosotros y en nuestro entorno, a mirar con otros ojos lo que siempre hemos
considerado despreciable o anodino. Solo así podremos caer en la cuenta de que
el Resucitado nos está esperando donde menos sospechábamos.
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