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viernes, 12 de abril de 2019

Viernes de Dolores en Uruguay

Hacía casi veinte años que no viajaba a Uruguay, un pequeño país de poco más de tres millones y medio de habitantes y fuerte tradición laica. Llegué ayer a Montevideo a las cinco de la tarde. Desde el avión vi el agua terrosa del anchísimo Río de la Plata y los campos verdes en torno a la capital, como si el otoño quisiera emular a la primavera. Los acontecimientos se precipitan. En España ha arrancado ya la campaña electoral que conducirá a las elecciones generales del próximo día 28. Se prevé una contienda reñida. Los cinco cabezas de las listas con más posibilidades parecen caballeros dispuestos para un torneo. Las encuestas hacen ya sus vaticinios, pero nunca se sabe bien si pretenden sondear la intención de voto o, más bien, orientarla descaradamente. Parece que hay en torno a un 40% de indecisos. Al final, la verdadera encuesta es la que se hace el día en que la gente vota y asume su responsabilidad. El Brexit se retrasa hasta el 31 de octubre. No me gustaría estar en la piel de los británicos. El divorcio se está convirtiendo en una pesadilla. El papa emérito Benedicto XVI escribe un polémico texto en el que relaciona el mayo francés del 68 y la crisis de los abusos sexuales a menores. El debate está servido. 

Hoy celebraré en la iglesia de Montevideo-Inca la conmemoración mensual de san Pancracio, un acontecimiento cargado de simbolismo religioso y social. Mañana contaré de qué se trata. Prefiero centrarme ahora en el significado de este Viernes de Dolores que precede a la Semana Santa. 

El Viernes de Dolores tiene, en la tradición cristiana, un sentido mariano, si bien, para evitar duplicidades, la fiesta litúrgica de la Virgen de los Dolores no se celebra hoy, sino el 15 de septiembre. Más allá de su carácter popular, me gusta imaginar a María, la madre de Jesús, en los días previos a la pasión de su hijo. Con intuición de madre, probablemente imaginó lo que iba a suceder. No perdió los papeles. Aceptó su misión y se preparó para ella. Hay una forma “mariana” de afrontar la vida que me parece imprescindible hoy. A menudo sabemos qué queremos hacer con nuestra existencia. Buscamos los cómos, cuándos y dóndes, pero nos cuesta saber los porqués. ¿Por qué nos enamoramos? ¿Por qué trabajamos? ¿Por qué nos levantamos cada mañana? ¿Por qué seguimos soñando con alcanzar algunas metas? Hay motivaciones inmediatas (ganar un salario, mantener a la familia, realizar una afición, tener éxito, etc.), pero, a menudo, no son suficientes para justificar la entrega de la propia vida. Explican algo, pero dejan en penumbra una vasta zona. ¿Por qué amar en vez de odiar? Y, sobre todo, ¿por qué sufrir cuando podríamos evitar el sufrimiento? Es verdad que hay muchos intentos de encontrar respuestas a estas preguntas. La filosofía lo lleva haciendo desde hace muchos siglos. En la actualidad, la psicología se esfuerza por proporcionarnos “herramientas” para manejar nuestros conflictos y ansiedades, pero todo se queda como a medio camino.

María nos enseña dos claves imprescindibles para afrontar los porqués profundos de la vida sin necesidad de tenerlo todo claro: guardar todo en el corazón y permanecer junto a la cruz. La primera es una actitud mariana subrayada por el evangelio de Lucas. La segunda nos viene del evangelio de Juan. Guardar todo (las cosas de Dios) en el corazón significa rumiar con serenidad y paciencia lo que vamos viviendo para permitir que Dios sea Dios en nuestra vida, para encontrar su sentido sin necesidad de profanar su misterio. Permanecer junto a la cruz implica sostener con serenidad la batalla del dolor sabiendo que no constituye el final de la existencia, confiando en que Dios es siempre un Dios de vida y no de muerte. No es fácil encontrar a muchas personas con estas actitudes marianas. La acelerada vida moderna no facilita “guardar todo en el corazón”. Una experiencia se superpone a otra; las noticias de hoy hacen viejas las de ayer; lo nuevo se erige en categoría definitiva. Más difícil todavía es “permanecer junto a la cruz” de los sufrientes cuando todo nos empuja a buscar respuestas indoloras, olvidando que a veces el sufrimiento aceptado es la única puerta que nos conduce a la sabiduría y a la madurez.

Virgen de los Dolores, no permitas que nuestra inconsciencia nos aleje del misterio de Dios. Ayúdanos a afrontar la vida con la profundidad y esperanza con que tú la afrontaste. Que ninguna prueba nos haga renegar del amor de Dios. Que ninguna noche nos impida esperar el alba. Que ninguna pregunta turbe una respuesta generosa.

2 comentarios:

  1. Hola Gonzalo, me uno a tu oración a la Virgen de los Dolores... Gracias por los mensajes que nos llegan a través de tus escritos... Un abrazo

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  2. Gracias padre Gonzalo por sus reflexiones diarias. Aceptar y asumir el sufrimiento y dolor como redentor, cuando aparecen enfermedades degenerativas, cuando nos quedamos sin trabajo y pensión, cuesta un triunfo. Sólo la fe nos puede sostener ante tales circunstancias, para tener paciencia y serenidad como lo hizo nuestra Santísima Madre Dolorosa.

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