domingo, 15 de julio de 2018

Pobres, libres y abiertos

Doce horas de avión acaban haciéndose pesadas. Es casi lo que tardé ayer en cubrir los 9.500 kilómetros que separan Roma de Sao Paulo. Tuve tiempo de ver cuatro películas y levantarme de mi asiento una decena de veces, cada vez que la anciana de al lado necesitaba ir al servicio. Llegué a Brasil cerca de la medianoche europea. Me sorprendió la temperatura agradable (en torno a 20 grados) y el tráfico fluido de la ciudad. Me fui a la cama rumiando el evangelio de este XV Domingo del Tiempo Ordinario. Hoy me he despertado con el corazón lleno de historias. A las 11 de la mañana (hora japonesa) de mañana, 16 de julio, será ordenado obispo en Osaka Josep Maria Abella, otro claretiano que fue superior general de mi Congregación durante doce años (2003-2015) y con quien tuve el gusto de colaborar todo ese tiempo. De origen catalán, fue enviado a Japón apenas concluida la formación inicial. Tras 24 años de servicio en el Gobierno General (doce como consultor y doce como general), regresó al país del sol naciente. Para mí es un ejemplo de misionero que se ha tomado en serio las instrucciones que Jesús da a sus discìpulos en el Evangelio de hoy. Le pido al Señor, que lo ha llamado a este nuevo servicio, que lo acompañe con su gracia. Ser pastor en una Iglesia minoritaria como la japonesa exige una actitud y unas destrezas que distan mucho de las que se estilan en otros lugares donde la Iglesia es un fenómeno imponente. La capacidad de escucha y de diálogo es esencial.

Y, por supuesto, no me olvido de que hoy Croacia va a derrotar a Francia en la final del Mundial de Fútbol (¿o ha sido solo una pesadilla?). Dentro de unas horas sabremos el desenlace.

De todos modos, como suelo hacer cada domingo, no quiero alejarme demasiado del Evangelio del día. Lo siento muy dirigido a mí. Son las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía en misión. La primera es que vayan “de dos en dos”. Hay razones claras: solo el testimonio de dos es creíble y, además, la experiencia cristiana es siempre comunitaria. No se trata de un camino individual de perfección que uno puede hacer a la manera de los budistas. Aquí empiezo a fallar. Yo he venido a Brasil solo, así que tendré que acordarme del himno litúrgico que dice: “Allí donde va un cristiano / no hay soledad, sino amor, / pues lleva toda la Iglesia / dentro de su corazón. / Y dice siempre nosotros, / incluso si dice yo”. En realidad, un cristiano nunca va solo. Somos Iglesia allí donde estemos, pero conviene expresarlo con claridad para que no se preste a melentendidos.

Vienen luego algunas instrucciones sobre el ligero equipaje que el misionero necesita. Según el evangelio de Marcos, se puede llevar un bastón y un par de sandalias, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. De nuevo reconozco que estoy a años luz de estas instrucciones. Es verdad que he viajado a Brasil solo con el equipaje de mano, pero tengo más que suficiente. Casi todo se me da resuelto. Por último, no faltan algunos consejos sobre el hospedaje: conviene no andar mariposeando de casa en casa, sino quedarse en aquella en la que el misionero es acogido. En caso de que en algún lugar no se lo reciba ni se lo escuche, hay que sacudirse el polvo de los pies y largarse. No se puede perder el tiempo con quien no está dispuesto a acoger la Buena Nueva, Hay otros muchos lugares y personas que la esperan. 

Es evidente que no se trata de reproducir a la letra las palabras de Jesús en un contexto como el actual, tan diferente del de los primeros discípulos. Pero el mensaje central es claro: sin anuncio comunitario en condiciones de sencillez y libertad, el Evangelio se asfixia. Todo lo que vaya en esta dirección nos acerca a Jesús. Todo lo que favorezca el individualismo y la acumulación innecesaria de medios bloquea un anuncio que debe ser sencillo y transformador. Admiro a los misioneros que, con pocos medios, son capaces de llegar al corazón de las personas porque su vida misma es el medio privilegiado. No necesitan de muchos instrumentos. Desconfío de quienes, antes de empezar un proyecto, lo primero que hacen es presentar un presupuesto abultado “porque hoy no podemos trabajar de cualquier manera”. Recuerdo un compañero que, en plan de broma, siempre pedía un despacho nuevo, un coche y una secretaria.

Es verdad que ciertas instituciones evangelizadoras requieren un gran despliegue de medios (pienso en algunas universidades o cadenas de televisión), pero, en realidad, la evangelización que más llega al corazón de las personas es la que acontece cuando un creyente, desnudo de todo poder, se atreve a compartir su fe con otra persona. Si en ella hay un corazón sencillo se produce el milagro de la fe. De esto soy testigo. Creo que Jesús imagina a sus discípulos como un grupo de hombres y mujeres pobres, libres y abiertos. Lo demás vendrá por añadidura.

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