Entre Ciudad de
México y Morelia hay unos
330 kilómetros. Los recorrí ayer en coche en compañía de cuatro claretianos
mexicanos. Llegamos a la antigua Valladolid a media tarde. La temperatura era
muy agradable, en torno a 20 grados. Es la tercera vez que visito esta ciudad
de casi 800.000 habitantes. Su actual nombre deriva del apellido de uno de los “padres
de la patria”, el sacerdote y militar insurgente José María Morelos y Pavón (1765-1815), nacido en esta ciudad. Aprovecho la ocasión para conocer un
poco la fascinante y compleja historia de este país norteamericano por el
que siento un especial afecto. El sábado por la tarde me acerqué a la Plaza
de la Constitución de Ciudad de México, más conocida como El Zócalo. Me dicen que
es la segunda plaza más grande del mundo, después de la de Tiananmen
en Beijing. No tengo tiempo para verificar estos datos, aunque es cierto que impresionan sus enormes dimensiones. Además de orar en la
antigua catedral y recorrer la exposición de artesanía y productos típicos de
los distintos estados de México, pude participar en un recital de boleros a cargo de
un cuarteto de cuerda y de la cantante Olga María Touzet, hija de la célebre
cantante cubana Olga Guillot
(1922-2010). Fue una delicia escuchar los viejos temas como Bésame,
mucho en la voz poderosa de esta contralto, mientras la enorme bandera
mexicana ondeaba en el centro de la plaza.
He recibido
varios mensajes de amigos interesándose por las consecuencias del terremoto del
pasado viernes. La verdad es que todo se quedó en un susto, aunque uno de los
efectos colaterales fue el accidente del helicóptero que trasladaba al ministro
de la Gobernación y al gobernador del estado de Oaxaca a la zona del epicentro.
Al precipitarse sobre algunos vehículos estacionados en la calle, produjo
catorce víctimas. Compruebo que la gente de México está entrenada para
reaccionar ante los temblores de la tierra. Desde niños, hacen simulacros en las
escuelas y colegios. Es difícil describir lo que uno siente cuando experimenta la
sacudida de los cimientos. Es una sensación de mareo, pérdida del
equilibrio, desorientación. Quizá los terremotos físicos son también un símbolo
de los terremotos culturales y espirituales que experimentamos continuamente, hasta el punto
de que ya no sabemos bien qué significa vivir en calma. Todo se está agitando y
moviendo sin que nos sea posible ajustarnos a los cambios tan rápidos. Cuando
parece que vamos acostumbrándonos, viene una nueva sacudida que nos obliga a
nuevas adaptaciones. Quizá necesitamos acostumbrarnos desde niños, como los
mexicanos o los japoneses, a convivir con los temblores y a vivir una
espiritualidad de la agitación. Vivir en paz en medio de la agitación. Este es
uno de los desafíos de hoy.
Dentro de unas
horas comenzaremos la asamblea de la Provincia claretiana de México. Será una oportunidad
óptima para ver cómo estamos percibiendo los temblores de esta sociedad en cambio y cómo estamos respondiendo
como misioneros. Han venido los misioneros que trabajan en distintos lugares de este gran país: desde las misiones con indígenas y
afroamericanos en el estado de Oaxaca hasta los que viven los problemas de la
inmigración y la violencia en Ciudad Juárez, en el confín con los Estados
Unidos. Traerán la experiencia fresca de una misión que, en medio de su fragilidad,
quiere acompañar a las personas más vulnerables, entre las que se incluyen también
los sordomudos a través de una institución de apoyo llamada “Centro Clotet”. Me
siento orgulloso de contar con hermanos que, día a día, sin aspavientos, se van
entregando en distintas misiones. Quizá necesitamos todavía un nuevo impulso
para ir más lejos, para “salir” hacia nuevas fronteras y periferias. No se
trata de ser esclavos de las modas, sino de estar atentos a lo que Dios nos
pide. México es, después de Brasil, el país con más católicos en el mundo.
¿Cómo hacer de la fe cristiana una experiencia de transformación en un país que
crece económicamente pero que tiene todavía enormes bolsas de pobreza y en el
que la corrupción y la violencia parecen consustanciales a la manera de ser de
muchas personas? El país cuenta con muchos recursos naturales y, sobre todo,
humanos y espirituales para hacer frente a estos desafíos. Esperemos que se sigan dando pasos y que nosotros podamos hacer nuestra parte.
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