Aunque aquellos días de octubre la agenda estaba repleta de compromisos, tuve tiempo para escribir algunas notas el
día después. Hoy vuelvo a recordar la beatificación de 109 mártires
claretianos que tuvo lugar en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona el 21 de octubre. No es un asunto pasado sino actual. Precisamente hoy, 1
de febrero, celebramos la memoria litúrgica de los beatos Mateu Casals (sacerdote), Teófilo Casajús (estudiante), Ferran Saperas (hermano) y sus 106 compañeros mártires. Es la
primera vez que lo hacemos. A cien
días de su beatificación, libre ya de las tensiones propias de aquellas jornadas de
octubre, me pregunto qué significa celebrar un martirio. Para muchas personas
se trata de un merecido homenaje a unas decenas de personas que fueron fieles a
sus convicciones. Así se expresan algunas de las autoridades civiles que hablan
en el vídeo que he colgado al final de la entrada de hoy. Aprecian la
coherencia de unos cuantos jóvenes y adultos en tiempos revueltos, como los que
se dieron durante la persecución religiosa que tuvo lugar en la guerra civil
española (1936-1939). Otras personas subrayan la solidez de sus creencias y
actitudes, que contrastan mucho con la liquidez de las nuestras ochenta años
después. No faltan quienes insisten en un rasgo que ha sido común a todos los mártires
cristianos desde el principio: el perdón. Es como si todos se hubieran puesto
de acuerdo para hacer suyas las palabras de Jesús en la cruz: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que
hacen” (Lc 23,34). Creo que, siendo realistas, no faltarán tampoco personas
a las que estos testimonios no les digan nada.
Un martirio es una
realidad tan exuberante y tan “fuera de lugar”, si se me permite esta
expresión, que no hay forma de despacharlo con cuatro palabras. Los mártires
son, ante todo, testigos. Confiesan, con palabras y con gestos, que hay una realidad que los supera y por
la que merece la pena dar la vida. Esa realidad es tan valiosa, tan absorbente,
que ninguna otra (libertad, seguridad, honor, placer) se la puede comparar. Para
los mártires cristianos esa realidad es Dios. En condiciones normales, los
mártires expresan su fe mediante un amor hecho de gestos cotidianos: orar,
servir a los demás, cumplir el propio deber, etc. Pero a veces se dan
circunstancias en las que la normalidad, y hasta la rutina, son sustituidas por
la anormalidad de la persecución y
las amenazas. Llegados a ese extremo, los mártires no hacen sino llevar también
al extremo su fe, su esperanza y su amor. Así que, en pocas palabras, los
mártires son creyentes que creen, esperan y aman “hasta el extremo”. Condensan
en pocas horas o minutos la carrera de la vida, aceleran su llegada a la meta. Esta
aceleración no es el resultado de una anomalía psíquica o de meras
circunstancias externas. Es el fruto de la acción del Espíritu Santo en ellos.
Solo movidos por el Espíritu de Jesús pueden configurar con él incluso en una
muerte violenta.
Hay días en los que me
dejo llevar por algunos temas deliciosamente frívolos. Si las entradas del Rincón de Gundisalvus abordaran siempre cuestiones
trascendentales, me quedaría sin lectores en una semana. Pero hay días −hoy es uno de ellos− en los que
cualquier frivolidad resulta insultante. En los 109 mártires no veo solo a un
grupo grande de hermanos míos. Veo a los millones de hombres y mujeres que, a
lo largo de la historia, han sido víctimas de la violencia y de los que nadie
hace memoria porque han sido sepultados por una capa de olvido. Leyendo la
trilogía sobre el cónsul Publio Cornelio Escipión o la autobiografía de Stefan
Zweig, por citar solo un par de libros recientes, caigo en la cuenta de que la historia
humana está regada con sangre, tanto en el siglo III antes de Cristo como en el
siglo XX e incluso en nuestros días. ¿Quién enjuga tantas lágrimas? ¿Adónde van
a parar tantas vidas masacradas por otros seres humanos? ¿Quién va a hacer
justicia? La beatificación de unos pocos mártires me recuerda que para Dios no
hay ni una sola vida despreciable, que ninguna se pierde para siempre. Me
vienen a la memoria las palabras del Apocalipsis: “(Dios) les enjugará las lágrimas de los ojos. Ya no habrá muerte ni
pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado” (21,4). Mirando a mis
109 hermanos beatos veo a todos los millones de hombres y mujeres que, muertos
a manos de otros seres humanos, viven en Dios. La memoria de los mártires nos
hace mirar al futuro porque “todo lo
antiguo ha pasado”. Los mártires son adelantados de los tiempos nuevos.
Os invito a ver este vídeo de media hora que recuerda lo celebrado el pasado día 21 de octubre de 2017.
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