Me gusta la canción de Joan Manuel Serrat, pero no voy a comentarla. Me sirvo solo del título
para escribir algo sobre las dificultades de entendimiento que experimentamos
hoy en la vida familiar y social. A veces tengo la impresión de que nos hemos
vuelto expertos en un interminable “diálogo de sordos”. Cada uno de nosotros va
por la vida con “su tema”; es decir, con sus ideas, convicciones, prejuicios,
temores, inseguridades, manías, deseos y anhelos. De tal manera nos atrapa
nuestro “tema” (sea éste afectivo, filosófico, político, económico o religioso)
que apenas estamos en condiciones de percibir el “tema” de los demás. Es como si
la sociedad se hubiera convertido en un inmenso manicomio en el que cada uno de
nosotros –los “locos” que lo habitan– nos pasásemos el día entero dando vueltas
a “lo nuestro” en un triste y repetitivo monólogo. ¿Cuál es ese “tema” que
absorbe nuestra atención y polariza nuestros afectos y palabras? Para algunas
personas, es siempre un asunto político. Pareciera que no saben hablar de otra
cosa que de elecciones, independencia, impuestos, partidos, corrupción, etc. Se
empiece por donde se empiece, siempre acaban aterrizando en el mismo y
aburrido aeropuerto. Otras personas se obsesionan con el deporte, una persona, e incluso una causa (feminismo, ecologismo, pacifismo). Son
hombres y mujeres que han perdido la capacidad de conversar. Sus intercambios
lingüísticos más parecen un mitin político o una promoción comercial que
un verdadero diálogo. No les interesa escuchar sino imponer.
Me temo que
también sucede esto en el campo de la experiencia religiosa. Hay obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que
nos están siempre sermoneando. No escuchan lo que nosotros pensamos, sentimos o
necesitamos con relación a Dios y a la fe. No les interesan nuestras necesidades e inquietudes. Se limitan a espetarnos un consejo piadoso, una advertencia o una reconvención. Junto a esta falta completa de empatía, se ha hecho también normal la fórmula “Lo que habría que hacer” para expresar el descontento
con una situación dada, la confianza ciega en una promesa de tipo mesiánico y la falta completa de
compromiso personal. No se formulan propuestas nacidas de un diálogo sincero y de un discernimiento compartido, sino solo quimeras que expresan desahogos emocionales pero no verdaderos compromisos. ¿Quién de nosotros no oye con frecuencia expresiones como “Lo
que habría que hacer es no votarles”, “Lo que habría que hacer es dejar de
pagar impuestos”, “Lo que habría que hacer es cambiar la curia de arriba abajo”,
“Lo que habría que hacer es pedir el divorcio y santaspascuas”? Siempre hay un
anónimo e impersonal lo que habría que
hacer. Desaparece el sujeto (¿quién tendría que hacerlo?) y se acentúa
hasta el paroxismo el “tema”. Si algo me encanta de Jesús es su capacidad de no
imponer “temas”, sino de escuchar y preguntar, de explorar el fondo de cada
persona: ¿Qué quieres que haga por ti? Todavía hoy hay algunos funcionarios y empleados de diversas instituciones que, aunque sea
de manera un poco mecánica, suelen dirigirse a los usuarios y clientes con esta
pregunta: ¿En qué puedo servirle? Me
gusta mucho la fórmula. Cuando es sincera, indica un desplazamiento del “tema”
a la “persona”, del objeto al sujeto. Jesús no es un loco obsesionado de su “tema”
sino alguien que nos pregunta siempre qué puede hacer por nosotros, en qué
puede servirnos.
Imaginemos un
parlamento político o un consejo pastoral de una parroquia en el que los
miembros no estuvieran obsesionados con su “tema” sino que se dirigieran a sus
respectivas asambleas con la pregunta de Jesús: ¿En qué podemos servirles? ¿Qué
podemos hacer por ustedes? ¿Cómo podemos contribuir desde nuestra experiencia a
hacer la convivencia social más justa y solidaria, la vida de esta parroquia más
dinámica y comprometida? Eso significaría cambiar de cabo a rabo nuestra manera de entender
las relaciones sociales. Ya no se trata de que “cada loco vaya con su tema”
hasta degenerar en una absurda cacofonía. Lo que de verdad importa es preguntar qué
necesitan las personas con las que vivimos, escuchar con mucha atención su
respuesta y ver de qué manera podemos contribuir a satisfacer sus legítimas
necesidades. Creo que eso mismo tendría que hacer yo, de manera explícita, en
este Rincón de Gundisalvus. No se
trata de que cada día os aburra con “mis temas” (es decir, con lo que a mí me
parece interesante), sino que escuche vuestros intereses y trate de responder a
ellos. Es verdad que lo hago de manera indirecta (la mayoría de las entradas
diarias responden a conversaciones que he tenido con diversas personas), pero
sería deseable un diálogo más explícito y abierto. ¡Ojalá podamos conseguirlo!
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