Ayer, al filo de
las nueve de la noche, viví uno de esos momentos que se repiten pocas veces.
Solo, cubierto con un gorro de lana y guarecido con guantes impermeables, me
dediqué a pasear por los caminos del Eremitorio Camaldulense de Nápoles pisando
la nieve helada. Arriba lucía una luna oronda, casi llena, que permitía ver con
más claridad los finísimos copos que todavía seguían cayendo. Abajo se divisaba
la hermosa bahía de Nápoles salpicada de infinidad de lucecitas urbanas. Al
fondo, como señor de esta tierra campana, se erguía el majestuoso cono del
Vesubio cubierto de nieve. Tuve que caminar deprisa porque me atería de frío.
Debíamos de estar a cuatro o cinco grados bajo cero. No era el mejor momento
para salir, pero quise gozar de una extraña noche napolitana. No sabía si
estaba al borde del Mediterráneo o en Siberia. Caminé deprisa por entre los
cipreses de las ermitas para que mi sangre, ya templada por el vino tinto de la
cena, circulara con más velocidad y calentara todo mi cuerpo. Nunca hubiera
imaginado que mi visita a Nápoles fuera a coincidir con la nevada más grande
que se recuerda por estas tierras en las últimas décadas. El silencio era tan
intenso que parecía imposible que abajo bullera una ciudad tan viva como
Nápoles.
Faltan pocos días
para las elecciones generales italianas del 4 de marzo. Los partidos están
ultimando sus campañas. Nadie sabe qué va a suceder. El sistema electoral facilita
las sorpresas. Mientras los políticos apuran los últimos días para prodigar
promesas que con toda probabilidad no cumplirán, yo me he venido a un antiguo
eremitorio camaldulense para escuchar el silencio, con la esperanza de que tal
vez pueda distinguir un poco mejor las voces de los ecos, como diría mi admirado
Antonio Machado. ¡Cómo desearía que algunos de mis amigos tuvieran una
oportunidad como ésta en medio de su ritmo agitado! Hay lecciones que nunca se
pueden aprender a base de palabras, por sabias y atinadas que parezcan. Solo el
silencio nos permite escuchar la “música callada” que suena en nuestro
interior. Si al silencio del lugar se añaden el manto de nieve que cubre todo y
la luna llena que ilumina la noche, no se puede desear más para poner en calma
los demonios interiores y gozar de la belleza de la vida. Supe que, a esa misma
hora, en la bahía de Nápoles, se estaban representando dramas casi inevitables.
Es probable que algún sicario estuviera asesinando o extorsionando a alguien. Con
toda seguridad, la camorra estaría cerrando negocios y los sin techo habrían
empezado su sueño bajo los soportales de alguna plaza o en los alrededores de
la estación del tren.
Hoy, a las ocho
de la mañana, si el tiempo lo permite, saldré en barco hacia la isla de Ischia.
Hace tiempo que no navego por este Mediterráneo tan nuestro. Todavía recuerdo
la travesía de Génova a Roma en el verano de 1982. Hoy será un trayecto breve.
Mientras me preparo para ese momento, no puedo olvidar que anoche, mientras
pisaba con fuerza la nieve congelada, pensé que todos necesitamos de vez en
cuando salir del valle de la vida cotidiana y buscar el silencio y la vista
amplia de las cumbres. Ambos lugares son necesarios. Sin valle, corremos el
riesgo de andarnos por las nubes, de perdernos en falsos idealismos que no nos
permiten afrontar el día a día. Pero sin cumbres, corremos un riesgo todavía
mayor: el de vivir sin otear el horizonte, sin ver más allá de nuestras
narices, enfrascados en los negocios cotidianos. Valle y cumbre, cumbre y
valle, son imprescindibles para conducirnos con realismo y esperanza. La noche
napolitana tuvo más secretos, pero no conviene decirlo todo. El Misterio se
insinúa, no se describe. Feliz último día de febrero, amigos del Rincón. Oré por todos vosotros
contemplando la bahía napolitana desde la cumbre camaldulense.
Me viene muy bien hoy tu reflexión sobre el valle y la cumbre.
ResponderEliminarFeliz día también para ti, Gonzalo… disfruta del silencio y de la cumbre, para luego volver a bajar al valle y acompañarnos a todos.
Gracias por la oración… Yo, al igual que supongo que muchos, también oro a diario por ti.