miércoles, 28 de febrero de 2018

Una extraña noche napolitana

Ayer, al filo de las nueve de la noche, viví uno de esos momentos que se repiten pocas veces. Solo, cubierto con un gorro de lana y guarecido con guantes impermeables, me dediqué a pasear por los caminos del Eremitorio Camaldulense de Nápoles pisando la nieve helada. Arriba lucía una luna oronda, casi llena, que permitía ver con más claridad los finísimos copos que todavía seguían cayendo. Abajo se divisaba la hermosa bahía de Nápoles salpicada de infinidad de lucecitas urbanas. Al fondo, como señor de esta tierra campana, se erguía el majestuoso cono del Vesubio cubierto de nieve. Tuve que caminar deprisa porque me atería de frío. Debíamos de estar a cuatro o cinco grados bajo cero. No era el mejor momento para salir, pero quise gozar de una extraña noche napolitana. No sabía si estaba al borde del Mediterráneo o en Siberia. Caminé deprisa por entre los cipreses de las ermitas para que mi sangre, ya templada por el vino tinto de la cena, circulara con más velocidad y calentara todo mi cuerpo. Nunca hubiera imaginado que mi visita a Nápoles fuera a coincidir con la nevada más grande que se recuerda por estas tierras en las últimas décadas. El silencio era tan intenso que parecía imposible que abajo bullera una ciudad tan viva como Nápoles.

Faltan pocos días para las elecciones generales italianas del 4 de marzo. Los partidos están ultimando sus campañas. Nadie sabe qué va a suceder. El sistema electoral facilita las sorpresas. Mientras los políticos apuran los últimos días para prodigar promesas que con toda probabilidad no cumplirán, yo me he venido a un antiguo eremitorio camaldulense para escuchar el silencio, con la esperanza de que tal vez pueda distinguir un poco mejor las voces de los ecos, como diría mi admirado Antonio Machado. ¡Cómo desearía que algunos de mis amigos tuvieran una oportunidad como ésta en medio de su ritmo agitado! Hay lecciones que nunca se pueden aprender a base de palabras, por sabias y atinadas que parezcan. Solo el silencio nos permite escuchar la “música callada” que suena en nuestro interior. Si al silencio del lugar se añaden el manto de nieve que cubre todo y la luna llena que ilumina la noche, no se puede desear más para poner en calma los demonios interiores y gozar de la belleza de la vida. Supe que, a esa misma hora, en la bahía de Nápoles, se estaban representando dramas casi inevitables. Es probable que algún sicario estuviera asesinando o extorsionando a alguien. Con toda seguridad, la camorra estaría cerrando negocios y los sin techo habrían empezado su sueño bajo los soportales de alguna plaza o en los alrededores de la estación del tren.

Hoy, a las ocho de la mañana, si el tiempo lo permite, saldré en barco hacia la isla de Ischia. Hace tiempo que no navego por este Mediterráneo tan nuestro. Todavía recuerdo la travesía de Génova a Roma en el verano de 1982. Hoy será un trayecto breve. Mientras me preparo para ese momento, no puedo olvidar que anoche, mientras pisaba con fuerza la nieve congelada, pensé que todos necesitamos de vez en cuando salir del valle de la vida cotidiana y buscar el silencio y la vista amplia de las cumbres. Ambos lugares son necesarios. Sin valle, corremos el riesgo de andarnos por las nubes, de perdernos en falsos idealismos que no nos permiten afrontar el día a día. Pero sin cumbres, corremos un riesgo todavía mayor: el de vivir sin otear el horizonte, sin ver más allá de nuestras narices, enfrascados en los negocios cotidianos. Valle y cumbre, cumbre y valle, son imprescindibles para conducirnos con realismo y esperanza. La noche napolitana tuvo más secretos, pero no conviene decirlo todo. El Misterio se insinúa, no se describe. Feliz último día de febrero, amigos del Rincón. Oré por todos vosotros contemplando la bahía napolitana desde la cumbre camaldulense.


1 comentario:

  1. Me viene muy bien hoy tu reflexión sobre el valle y la cumbre.
    Feliz día también para ti, Gonzalo… disfruta del silencio y de la cumbre, para luego volver a bajar al valle y acompañarnos a todos.
    Gracias por la oración… Yo, al igual que supongo que muchos, también oro a diario por ti.

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