Hacía mucho tiempo que un libro no me sacudía tanto como El mundo de ayer de Stefan Zweig.
Admiro tanto el contenido como la forma. Incluso la traducción castellana me
parece óptima. Comparto al cien por cien lo que el mismo Zweig escribe acerca
de cómo tiene que ser un libro para que resulte interesante: “En una novela, una biografía o un debate
intelectual me irrita lo prolijo, lo ampuloso y todo lo vago y exaltado, poco
claro e indefinido, todo lo que es superficial y retarda la lectura. Sólo un
libro que no cese de mantener su nivel página tras página y me arrastre hasta
el final de un tirón y sin dejarme tomar aliento me produce un placer completo.
Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro llenos de
descripciones superfluas, de diálogos plagados de cháchara y de personajes
secundarios innecesarios; resultan demasiado extensos y, por lo tanto,
demasiado poco interesantes, demasiado poco dinámicos”. Zweig consigue
mantener el interés en cada frase. Mientras leo, tengo la impresión de que no
sobra nada. Aspiro a escribir así. Mi origen castellano me empuja a ser sobrio.
No he olvidado una anécdota que solía contar la escritora Carmen Martín Gaite,
a quien también admiro. Decía que había aprendido a decir mucho con poco (non multa sed multum) escuchando a los pastores y campesinos de Castilla. Una vez, siendo niña,
salió a dar un paseo por el campo con su padre. Sin saber cómo, perdió a su
padre de vista. Se sintió acongojada. Al toparse con un pastor que cuidaba a su
rebaño, le preguntó si había visto por casualidad a su padre. Con el paso del
tiempo, la respuesta que el pastor le dio a la niña Carmen le parecía a la adulta Martín
Gaite un ejemplo soberbio de precisión y brevedad. La frase estaba formada por nueve monosílabos
y una palabra bisílaba: “Si pasó no lo
sé, mas yo no lo vi”. No se podía
ofrecer más información con tan pocos vocablos.
Tengo un amigo periodista
que siempre se queja de la verborrea que observa en muchas homilías dominicales.
Su juicio es implacable. ¿Por qué hay sacerdotes que hablan durante veinte
minutos cuando todo se podría resumir en cinco y resultaría más incisivo? Vivo
en un país, Italia, en el que se cultiva el arte de la palabra. Desde los niños
a los adultos, todos hablan mucho y bien, aunque a veces se tenga la sensación
de que la abundancia de palabras es una forma de ocultar la ausencia de pensamiento:
“Il pensiero può mancare, la parola mai”
(“puede faltar el pensamiento, pero nunca la palabra”). Cuando por curiosidad
escucho durante algunos minutos algunos programas radiofónicos o televisivos en
los que se habla, se habla, se habla… enseguida tengo que abandonarlos porque
me producen tal saturación que hasta me cambia el humor. ¿No podríamos hablar
menos y pensar y hacer más? ¿No podríamos hablar menos y gozar del silencio? En el caso
de la liturgia cristiana me parece evidente. Aborrezco las celebraciones en las
que todo se explica y se comenta, en las que no hay tiempo para “escuchar” el
silencio.
Escribo estas cosas en el
día en el que, coincidiendo con la fiesta
de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra también la Jornada
Mundial de la Vida Consagrada. Los Misioneros Claretianos tenemos cuatro
Institutos dedicados a profundizar en la teología de esta forma de vida en la
Iglesia: Madrid (España), Roma (Italia), Manila (Filipinas), Bangalore (India). Próximamente abriremos el
quinto en Abuja (Nigeria). Estamos comprometidos con la formación de los
hombres y mujeres que han recibido el don de vivir hoy el mismo estilo de vida
de Jesús mediante la profesión de los votos de castidad, pobreza y obediencia,
la vida en común y una misión al servicio de la Iglesia y del mundo. En
realidad, los religiosos somos una pequeñísima minoría en la Iglesia. Creo que
no llegamos al 0,01% de todos los cristianos. Hemos recibido infinidad de
carismas, pero hay un rasgo en común: quisiéramos
que nuestra vida fuera nuestra palabra. O, dicho en cristiano: que nuestra
vida consagrada a Dios fuera más elocuente que cualquier otra palabra que
podamos pronunciar. En un mundo saturado de palabras, enfermo de verborrea, es
necesario que unos cuantos miles de personas se esfuercen en hablar, sobre todo, con
los hechos. Y algunos de ellos, quienes han recibido el don de la
vida contemplativa, con el silencio hecho forma de vida.
Con un poco de retraso me uno a vuestra celebración y acción de gracias por el don de la Vida Consagrada.
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