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lunes, 19 de febrero de 2018

Apuntes desde Morelia

Entre Ciudad de México y Morelia hay unos 330 kilómetros. Los recorrí ayer en coche en compañía de cuatro claretianos mexicanos. Llegamos a la antigua Valladolid a media tarde. La temperatura era muy agradable, en torno a 20 grados. Es la tercera vez que visito esta ciudad de casi 800.000 habitantes. Su actual nombre deriva del apellido de uno de los “padres de la patria”, el sacerdote y militar insurgente José María Morelos y Pavón (1765-1815), nacido en esta ciudad. Aprovecho la ocasión para conocer un poco la fascinante y compleja historia de este país norteamericano por el que siento un especial afecto. El sábado por la tarde me acerqué a la Plaza de la Constitución de Ciudad de México, más conocida como El Zócalo. Me dicen que es la segunda plaza más grande del mundo, después de la de Tiananmen en Beijing. No tengo tiempo para verificar estos datos, aunque es cierto que impresionan sus enormes dimensiones. Además de orar en la antigua catedral y recorrer la exposición de artesanía y productos típicos de los distintos estados de México, pude participar en un recital de boleros a cargo de un cuarteto de cuerda y de la cantante Olga María Touzet, hija de la célebre cantante cubana Olga Guillot (1922-2010). Fue una delicia escuchar los viejos temas como Bésame, mucho en la voz poderosa de esta contralto, mientras la enorme bandera mexicana ondeaba en el centro de la plaza.

He recibido varios mensajes de amigos interesándose por las consecuencias del terremoto del pasado viernes. La verdad es que todo se quedó en un susto, aunque uno de los efectos colaterales fue el accidente del helicóptero que trasladaba al ministro de la Gobernación y al gobernador del estado de Oaxaca a la zona del epicentro. Al precipitarse sobre algunos vehículos estacionados en la calle, produjo catorce víctimas. Compruebo que la gente de México está entrenada para reaccionar ante los temblores de la tierra. Desde niños, hacen simulacros en las escuelas y colegios. Es difícil describir lo que uno siente cuando experimenta la sacudida de los cimientos. Es una sensación de mareo, pérdida del equilibrio, desorientación. Quizá los terremotos físicos son también un símbolo de los terremotos culturales y espirituales que experimentamos continuamente, hasta el punto de que ya no sabemos bien qué significa vivir en calma. Todo se está agitando y moviendo sin que nos sea posible ajustarnos a los cambios tan rápidos. Cuando parece que vamos acostumbrándonos, viene una nueva sacudida que nos obliga a nuevas adaptaciones. Quizá necesitamos acostumbrarnos desde niños, como los mexicanos o los japoneses, a convivir con los temblores y a vivir una espiritualidad de la agitación. Vivir en paz en medio de la agitación. Este es uno de los desafíos de hoy.

Dentro de unas horas comenzaremos la asamblea de la Provincia claretiana de México. Será una oportunidad óptima para ver cómo estamos percibiendo los temblores de esta sociedad en cambio y cómo estamos respondiendo como misioneros. Han venido los misioneros que trabajan en distintos lugares de este gran país: desde las misiones con indígenas y afroamericanos en el estado de Oaxaca hasta los que viven los problemas de la inmigración y la violencia en Ciudad Juárez, en el confín con los Estados Unidos. Traerán la experiencia fresca de una misión que, en medio de su fragilidad, quiere acompañar a las personas más vulnerables, entre las que se incluyen también los sordomudos a través de una institución de apoyo llamada “Centro Clotet”. Me siento orgulloso de contar con hermanos que, día a día, sin aspavientos, se van entregando en distintas misiones. Quizá necesitamos todavía un nuevo impulso para ir más lejos, para “salir” hacia nuevas fronteras y periferias. No se trata de ser esclavos de las modas, sino de estar atentos a lo que Dios nos pide. México es, después de Brasil, el país con más católicos en el mundo. ¿Cómo hacer de la fe cristiana una experiencia de transformación en un país que crece económicamente pero que tiene todavía enormes bolsas de pobreza y en el que la corrupción y la violencia parecen consustanciales a la manera de ser de muchas personas? El país cuenta con muchos recursos naturales y, sobre todo, humanos y espirituales para hacer frente a estos desafíos. Esperemos que se sigan dando pasos y que nosotros podamos hacer nuestra parte.

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