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domingo, 18 de febrero de 2018

Arcoíris, desierto y lago

La naturaleza es nuestra primera maestra. Cualquier niño que contemple el arcoíris tras una tarde de lluvia intuye que Dios no puede ser un tirano. El arcoíris es un símbolo demasiado hermoso como para indicar rencor y venganza. Basta adentrarse en un desierto, por pequeño que sea, para sentir lo esencial de la vida, el anhelo del Misterio. El desierto nos hace comprender que necesitamos poco para vivir y que “lo esencial es invisible a los ojos”. Un lago nos habla en seguida de paz, vida y abundancia. Pues si al magisterio de la naturaleza –el primer libro divino– añadimos la iluminación de la Biblia –el segundo libro de Dios– entonces todo resulta más claro e inteligible. Esto es lo que sucede precisamente en este Primer Domingo de Cuaresma. Es como si la naturaleza y la Biblia se hubieran puesto de acuerdo para regalarnos algunos mensajes que hagan más serena, clara y feliz nuestra vida. ¿Qué pasa cuando un hombre o una mujer del asfalto no aprenden a leer ninguno de estos dos libros y se dejan seducir por sucedáneos artificiales? ¡Que su vida se hace cada vez más insignificante y gris! Es como si la contaminación urbana acabara contaminando también las verdades más claras de la existencia. Escribo estas notas en Ciudad de México, una megalópolis en la que la gran contaminación me irrita los ojos. ¿Cómo se puede ver la vida con claridad en un lugar como éste?

El arco es símbolo de guerra. El arcoíris es un símbolo de paz. Es verdad que en el Antiguo Testamento Dios aparece a veces como un guerrero que tensa su arco contra los enemigos (cf. Sal 7), pero su verdadero arco, el que simboliza la alianza con su pueblo, el final de todo diluvio, es el arcoíris. Hoy muchos grupos utilizan también este símbolo, desde algunos movimientos pacifistas y ecologistas hasta el colectivo LGTB. Más allá de usos partidarios, algunos muy discutibles, su significado cósmico y bíblico es claro: Dios no quiere la violencia y la destrucción sino la paz y la vida. Vengar o asesinar no son verbos divinos sino escandalosamente humanos. No estoy seguro de que hayamos avanzado mucho con respecto a los pueblos del Antiguo Testamento. Los seres humanos nos seguimos matando en guerras organizadas o en venganzas de diverso tipo. Hemos hecho del arcoíris un inocuo elemento poético, no un símbolo revolucionario. Ayer, sin ir más lejos, me levanté con la noticia de que en la parroquia claretiana de Nuestra Señora de Fátima, en Kinshasa, el ataque de un grupo de bandidos se saldó con varios muertos. El arco de guerra sigue estan tenso. Nl quiero pensar en un temido enfrentamiento entre Estados Unidos y Corea del Norte o entre Rusia y la Unión Europea.

Hablar de desierto en México no es nada extraño. La zona norte del país es desértica, así que aquí no se piensa –como en Europa– en el desierto del Sahara sino en los desiertos de Chihuahua o Sonora.  El evangelio de Marcos sitúa a Jesús en el desierto antes de comenzar su ministerio público. No va allí para hacer senderismo o someterse a una dieta de adelgazamiento. Según el texto de Marcos, va al desierto “empujado por el Espíritu” para “ser tentado por Satanás”. Ir al desierto equivale a hacer su noviciado de 40 días antes de anunciar el Evangelio. Es un tiempo de prueba para calibrar la autenticidad de sus motivaciones y la verdad de sus experiencias. La Biblia está repleta de alusiones simbólicas al número 40. Quizás en el contexto de Marcos esta cifra se refiere a la duración media de una vida humana, de una generación. Es una manera simbólica de decir que Jesús pasa toda la vida en el desierto; o sea, que toda su vida fue una prueba constante, una tensión entre un mesianismo reducido a poder o un mesianismo planteado como servicio y entrega. Satanás es el símbolo de todos los males a los que Jesús tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida para no malograr el proyecto del Padre. Para cada uno de nosotros, “ir al desierto” puede significar poner a prueba la profundidad de nuestras convicciones, averiguar si lo que nos nueve en la vida es la búsqueda de Dios o esa serie de objetivos penúltimos que la cultura consumista se empeña en presentar como últimos e imprescindibles para ser felices. Se nos va la vida entera en separar el oro de la ganga.

Jesús no anuncia el Reino de Dios en el desierto (como hacía Juan con su bautismo de penitencia). Tampoco se dirige, en primer lugar, a la ciudad de Jerusalén (donde el Templo polariza la religiosidad del pueblo). Se va a la región fronteriza y pagana de Galilea. Salta del desierto (lugar de la prueba) al lago de Tiberíades (lugar de la vida) con la esperanza de que en el bullicio de la vida cotidiana se despierte el sueño dormido del Reino de Dios. Su buena noticia –su evangelio– no consiste en anunciar la restauración de la monarquía davídica, como muchos esperaban, sino el señorío de Dios en el mundo; es decir, el triunfo del amor sobre los ídolos que hacen este mundo irrespirable: la codicia, el engaño, la injusticia y la violencia. Quienes sufren las consecuencias de un mundo inhumano (los pobres, los enfermos, los que no encuentran su sitio, los excluidos), enseguida sintonizan con la predicación de Jesús. Quienes, por el contrario, están medrando mediante el engaño y la extorsión, sienten que Jesús de Nazaret representa una grave amenaza para su vida de dominio y comodidad. Serán éstos (sumos sacerdotes, algunos fariseos, gente bien) quienes se apunten la primera victoria. Conseguirán quitarse de en medio a Jesús en un plazo de tiempo muy breve: entre uno o tres años. Pero serán los pobres quienes ganen la batalla final porque “a ellos pertenece el Reino de los cielos”. ¿Quién se acuerda hoy de aquellos gerifaltes satisfechos? Su miserable y estrecha ambición ha caído en el olvido. Sin embargo, el nombre de Jesús sigue resonando por todo el mundo como memoria de un Evangelio que siempre es alternativa a todos los sistemas que los seres humanos inventamos: a los de derecha y a los de izquierda; a los autoritarios y a los democráticos; a los capitalistas y a los comunistas. El Reinado de Dios echa raíces en nuestros logros, pero siempre los desborda. Por eso, es un sueño más que una conquista, un don más que una tarea.

Creo que la Cuaresma empieza este año a buen ritmo. Si tenéis ganas y tiempo para profundizar más, no os perdáis el vídeo de Fernando Armellini, con audio en español. Feliz domingo a todos desde Ciudad de México.


1 comentario:

  1. Hola Gonzalo, ¿estás bien? ¿ha habido réplicas?
    Muchísimas gracias por tu reflexión y por aconsejar el video de Armellini que me ha aportado mucha claridad.
    Unidos en la oración. Un abrazo

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