jueves, 18 de enero de 2018

La batalla del Mediterráneo

Hace un par de meses escribí desde Kenia sobre la tumba mediterránea. Se me hacía duro comprobar que un día tras otro, decenas, centenares de africanos morían ahogados en las aguas del Mediterráneo. El idílico mar cantado por Joan Manuel Serrat se estaba convirtiendo en un inmenso cementerio. No es la primera vez que sucede. A lo largo de la historia, este Mare Nostrum se ha tragado a miles de personas: pescadores, soldados, bañistas, aventureros, peregrinos... Se han producido naufragios de embarcaciones endebles, de petroleros, de cruceros de lujo, guerras sin fin… Pero ahora se está librando una batalla más inhumana si cabe. No es la batalla por el dominio de sus aguas y sus costas −como sucedió en tiempos remotos (fenicios, griegos, cartagineses, romanos, turcos, cristianos…) o más actuales (alemanes, ingleses, norteamericanos…)− sino la batalla por la supervivencia. Miles de personas siguen huyendo de África, acosadas por la guerra, el hambre, los desastres naturales, la falta de trabajo, los conflictos étnicos y tribales, la persecución política y religiosa, la esclavitud, etc. Es imposible acostumbrarse a la sucesión de imágenes y noticias. En España, unas 16.000 personas alcanzaron las costas en los diez primeros meses de 2017, que se suman a las cerca de 5.000 que cruzaron la frontera en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, muchas de ellas saltando las respectivas vallas. Aquí en Italia la situación es mucho más alarmante. A lo largo de 2017 desembarcaron 119.247 personas, el 74% hombres, pero también un 14% de menores. Las estadísticas ofrecen datos concretos, pero las cifras no son suficientes para hacernos cargo de este desafío y, sobre todo, para propiciar un cambio de mentalidad: pasar de la indiferencia a la preocupación, de la preocupación a la solidaridad y de la solidaridad a un nuevo estilo de vida más justo y responsable.

El pasado domingo celebramos la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Es verdad que la proliferación de jornadas mundiales y días internacionales puede acabar anestesiándonos. Pero también es verdad que no podemos poner a la misma altura el drama de los migrantes y refugiados y el día internacional del gato. En su mensaje de este año, el papa Francisco nos recuerda que “cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43)”. Para que este encuentro se traduzca en actitudes y conductas concretas, el Papa nos propone conjugar cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Cada uno de ellos constituye una etapa de un itinerario de humanización: 
  • Acoger significa “ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino”. Cuando las vías legales se complican en exceso, cuando apenas se consiguen visados por motivos humanitarios y por reunificación familiar, entonces las mafias encuentran un terreno abonado para, en connivencia con algunas autoridades corruptas de los países receptores, explotar a los inmigrantes y lucrarse a costa de su indigencia.
  • Proteger implica también acciones muy concretas. La protección “comienza en su patria y consiste en dar informaciones veraces y ciertas antes de dejar el país, así como en la defensa ante las prácticas de reclutamiento ilegal. En la medida de lo posible, debería continuar en el país de inmigración, asegurando a los emigrantes una adecuada asistencia consular, el derecho a tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital”. Estamos hablando de personas humanas. Aun cuando en muchos casos su entrada sea ilegal, según las normas vigentes, nunca deben ser tratadas como objetos.
  • Promover quiere decir esencialmente “trabajar con el fin de que a todos los emigrantes y refugiados, así como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida por el Creador”. Promover, en definitiva, significa brindar oportunidades y ofrecer los medios que permiten a las personas crecer y desarrollarse con autonomía. No se trata de ejercer un constante paternalismo, sino de proporcionar las herramientas que permite el propio desarrollo.
  • Integrar significa ofrecer “oportunidades de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los emigrantes y refugiados”. Pero no hay que olvidar que la integración no es “una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su secreto, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno. Es un proceso largo, encaminado a formar sociedades y culturas, haciendo que sean cada vez más reflejo de los multiformes dones de Dios a los hombres”. El mundo está pasando de sociedades homogéneas, replegadas sobre sí mismas, a sociedades heterogéneas, abiertas, en contante transformación.

Europa vivió momentos de mayor capacidad integradora. En los últimos años, ante la avalancha de inmigrantes y refugiados, está creciendo el sentimiento xenófobo y etnocéntrico. Hay incluso algún partido político en Italia que, en vista de las próximas elecciones generales, dice que “hay que preservar la raza blanca”, como si esta raza −que los norteamericanos suelen llamar caucásica, aunque no son expresiones sinónimas− fuera una especie en peligro de extinción o el mestizaje no condujese a nuevas formas de desarrollo humano. Lo que tendemos a olvidar, porque no nos interesa asumirlo, es que muchos de los problemas que están produciendo el éxodo masivo de africanos hacia Europa han sido causados, directa o indirectamente, por los mismos europeos. Fallidos procesos de descolonización, explotación de los recursos naturales de los países africanos en connivencia con las élites corruptas locales, falta de inversiones que promuevan el desarrollo integral, etc. están detrás de lo que ahora vivimos. Naturalmente, hay muchos otros factores, que tienen que ver con catástrofes naturales, intereses geoestratégicos, falta de formación, etc. Al mismo tiempo, como gotas de agua solidaria en un desierto de miseria, muchas instituciones y organizaciones (incluyendo la Iglesia católica), tanto en África como en Europa y otros lugares del mundo, están trabajando para revertir la situación. Hay un rostro samaritano (que atiende a las necesidades en el lugar en el que se producen) y un cerebro que trata de influir en las políticas globales y locales para África. Las semillas de humanidad acabarán produciendo su fruto.




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