Desde anoche se percibe un
silencio especial en las calles de Roma. Es como si todo se detuviera un poco,
aunque muchos no saben por qué. No hay nieve, ni trineos tirados por renos, ni
gordos coca-coleros encaramados en los balcones. Hay personas reunidas en
familia, comunidades que se congregan para celebrar en las iglesias. También yo he disfrutado de la cena con mi comunidad y hemos cantado villancicos en italiano, español, inglés, portugués, francés, tamil y yoruba. Sí,
también hay solitarios, desamparados y vagabundos que -como pastores urbanos- duermen
al raso en las inmediaciones de la estación Termini. La temperatura ronda los 3 grados. Quizás a ellos los visiten algunos ángeles en medio de la noche llevándoles un termo de leche caliente y un buen bocadillo.
Se escucha el silencio que hace audible la Palabra. Una noche, un día al año, el silencio es más fuerte que el ruido. A mí se me hace más fácil escribir así. Solo tengo que escuchar lo que me dice el corazón y teclearlo con calma. Al hacerlo, pienso en vosotros, amigos de este Rincón, dispersos por varios lugares del mundo. Hay muchos amigos en España, pero también, por número de visitas, en Estados Unidos, Italia, Colombia, Rusia, Argentina, Guatemala, Canadá, México, Alemania… A todos vosotros, con quienes no puedo comunicarme personalmente, os dirijo esta
Se escucha el silencio que hace audible la Palabra. Una noche, un día al año, el silencio es más fuerte que el ruido. A mí se me hace más fácil escribir así. Solo tengo que escuchar lo que me dice el corazón y teclearlo con calma. Al hacerlo, pienso en vosotros, amigos de este Rincón, dispersos por varios lugares del mundo. Hay muchos amigos en España, pero también, por número de visitas, en Estados Unidos, Italia, Colombia, Rusia, Argentina, Guatemala, Canadá, México, Alemania… A todos vosotros, con quienes no puedo comunicarme personalmente, os dirijo esta
CARTA DE NAVIDAD
Roma, 25 de diciembre de 2017
Queridos amigos:
Hoy es Navidad. Esta
palabra no resuena de igual modo en todas las personas. Para muchos, es sinónimo
de alegría, encuentro y paz. Para otros, es un agudo recordatorio de la
injusticia, el dolor y la soledad que acompañan la vida humana y que parecen campar
a sus anchas en nuestro mundo convulso. Si es verdad que nunca llueve a gusto
de todos, también es verdad que el nacimiento de Jesús no es celebrado por
todos. Y, sin embargo, tiene un alcance universal. No es un hecho reservado a una inmensa minoría, sino la clave para entender la historia del ser humano y
del universo entero. Dios se hace cercano, se convierte en el Enmanuel. ¡Hasta el anuncio navideño de
Coca-Cola de este año codifica a su manera la Navidad como experiencia de cercanía
en tiempos de individualismo rampante!
A través de estas líneas, tal como hice el año pasado, quisiera compartir con los amigos de El Rincón de Gundisalvus algunas reflexiones sobre este hermoso e inquietante tiempo de Navidad.
A través de estas líneas, tal como hice el año pasado, quisiera compartir con los amigos de El Rincón de Gundisalvus algunas reflexiones sobre este hermoso e inquietante tiempo de Navidad.
De joven me rebelé un tanto
contra esta Navidad tradicional. Recuerdo que, en mi etapa de estudiante de
teología, algunos de mis compañeros y yo queríamos sustituir los belenes
clásicos por belenes “alternativos”, como se decía entonces, en los que María y
José ya no estaban hospedados en un establo de corcho sino refugiados en una casucha de la
periferia madrileña, rodeados de ladrillos, pancartas reivindicativas y símbolos poco
bucólicos como carretillas, palas y sierras. Eran los tiempos del Cristo ya nació en Palacagüina y del Godspell de Stephen Schwartz y John Michael Tebelak. El Noche de paz, lejos de ser un villancico meloso, era, en realidad, un canto de protesta salpicado de diapositivas de guerra, hambre e injusticia. No obstante, aquella Navidad “alternativa”, que se traducía en una sensibilidad
especial hacia las personas marginadas y hacia la teología de la liberación, convivía con la Navidad clásica hecha de
ensayos polifónicos de villancicos populares y de adaptaciones de temas como “I Heard the Voice of Jesus”. Quizás se volvió un poco menos familiar y algo más social. Dios también habla a través de la indignación y los excesos juveniles.
Durante varios años,
entrado ya en la madurez, volví al esquema más-menos: la Navidad tuvo una connotación más litúrgica y menos
sentimental. Se trataba, sobre todo, de celebrar el Misterio de la encarnación
(¡difícil, extraña palabra!) de Dios. El Cur Deus
homo (¿Por qué Dios se ha hecho hombre?) de san Anselmo
se convirtió en mi frase favorita. Los ropajes externos me interesaban poco. ¡Hasta
dejé de enviar postales y decorar los espacios domésticos! Me parecían
concesiones a la comercialización invasiva, un ejemplo más de superficialidad. Aspiraba a algo más íntimo y profundo. O, al menos, eso me parecía a mí. Antes de la cena de Nochebuena,
buscaba un tiempo de silencio, leía con calma el evangelio de la infancia de Jesús tal como lo cuenta Lucas y oraba por todas las personas queridas, esforzándome por no dejar a nadie en el tintero. A veces, hacía alguna llamada telefónica a
personas que imaginaba solas y tristes. Me acordaba, sobre todo, de mis familiares y amigos, de los que me separaban muchos kilómetros. Dios habla en las muchas mediaciones que ha puesto a nuestro alcance.
Desde hace algún tiempo, creo
que mi Navidad es una síntesis de las tres etapas anteriores con algún rasgo
novedoso. He recuperado un cierto candor infantil (frente al exceso de
racionalidad de los adultos), reivindico su carácter rompedor (frente a la dulcificación
de un Misterio tremendo que se abre espacio entre los pobres) y me dejo guiar
por la fuerza de la liturgia (frente al esteticismo de la publicidad y una
cierta instrumentalización ideológica). Para que el folclore no se coma a la
historia, procuro atarme lo más posible a la Palabra de Dios que se proclama en
estos días. Sí, ya sé que los relatos de la infancia de Jesús cuentan una
historia hiper-teologizada, pero eso no significa que degeneren en meras leyendas. La historia más verdadera no es la narración forense de hechos y
dichos sino su interpretación profunda. A mí no me interesa demasiado la imposible
crónica de un nacimiento anónimo (en la soledad de Belén o quizás de Nazaret), sino
su significado salvífico universal.
El prólogo de Juan (cf. Jn
1,1-18) que se lee en la misa de este día de Navidad no tiene desperdicio. Es
más histórico, si se me permite la hipérbole, que las narraciones (solo
aparentemente candorosas) que nos ofrecen Mateo y Lucas. La afirmación del versículo
14 es rotunda: “La Palabra se hizo carne”
(“ho lógos sarx egéneto”). La Vulgata traduce “Verbum caro factum est”. A Erasmo de Rotterdam
no le gustaba esta traducción. Prefería traducir el logos griego por el sermo
latino. El resultado es un poco desconcertante, pero hermoso: “La conversación (de Dios) se hizo carne
(debilidad humana)”. En esta conversación
“había vida, y la vida era la luz de los hombres”. Vida (donde hay muerte) y
luz (donde hay oscuridad) son dos símbolos poderosos que orientan
nuestra búsqueda de Dios. Podemos imaginar lo que queramos, pero “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”
(Lc 20,38). No solo eso: “Dios es luz
y en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). ¿Cabe imaginar algo más bello y liberador en un día como hoy? Es el secreto escondido en el niñito de Belén. Sigue siendo
la oferta de Dios para todos los seres humanos, sin distinción de color, sexo o
edad.
Pero la Navidad tiene
también -como todas las realidades humanas- su cara B. El prólogo de Juan no se
hace ilusiones, porque no es un anuncio publicitario para vender productos sino el evangelio de la
verdad. Lo dice de manera desnuda: “Vino
a su casa, y los suyos no la recibieron” (Jn 1,11). El ser humano es la casa de la Palabra hecha
carne, pero nosotros andamos ocupados en nuestros negocios: “Mañana le abriremos para lo mismo responder
mañana”. La narración del rechazo de Dios atraviesa la gran historia humana
y la pequeña historia de cada uno de nosotros. No es cuestión de creer o de no
creer, sino de acoger o rechazar. La fe
no es una conquista sino un don. Contemplando el pesebre, uno percibe en la
sonrisa del Niño una pregunta que nos desarma: “¿Me acoges o no?”. El catálogo
de respuestas es tan variado como diversos somos los seres humanos. Lo que importa
es la promesa: “A cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre” (Jn 1,12). ¡El poder de
ser hijos! La sociedad nos trata como súbditos, ciudadanos, estudiantes, trabajadores, contribuyentes, pensionistas, consumidores, clientes, usuarios… Dios quiere hacernos hijos; es decir, personas amadas, dignas, libres, fraternas
y alegres. ¿Cabe imaginar un regalo mejor? No deberíamos conformarnos con
menos. Es lo que le pido a Él para mí y para todos nosotros.
Con mis mejores deseos,
Gundisalvus
Os dejo con este hermoso
canto navideño interpretado por el grupo norteamericano Pentatonix.
A los que preferís algo
más clásico, os gustará escuchar esta interpretación del Adeste fideles.
Y a los que queréis
desmelenaros un poco, os sugiero esta versión diferente del mismo canto natalicio. No es obligatorio tener los mismos gustos.
Feliz Navidad
Buon Natale
Merry Christmas
Joyeux Nöel
Froehliche Weihnachten
Feliz Navidad y gracias por la carta. Un abrazo! María
ResponderEliminarFeliz Navidad para ti y todos los tuyos. Me alegré de oír tu voz anoche.
EliminarMuchas gracias Gonzalo, por tu carta... Me quedo con la pregunta de Jesús: ¿me acoges o no?
ResponderEliminarFELIZ NAVIDAD para ti y para todos tus hermanos de Comunidad
Un fuerte abrazo
Dolors, Bon Nadal per a tu i tota la teva família.
EliminarGràcies Gonzalo
EliminarFeliz Navidad, Gonzalo. Gracias por estar ahí, interpelándome con tus cartas y comentarios. Gracias por recordarme que soy hijo de Dios. Un abrazo.
ResponderEliminarAntonio Montero
Gracias a ti, Antonio. Hay mucho que compartir.
EliminarMuchas gracias, Gonzalo. Sí, todo estriba en acoger o no acoger, en dar hospitalidad a la Palabra o no darla en el mesón personal y comunitario. En ese fondo hay un acorde perfecto entre el relato plástico de Lucas y el relato solemne de Juan. El drama es el mismo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Gonzalo, por tu carta navideña. Que el Señor te llene el corazón misionero con Su Luz, renueve tu asombro apostólico con el gozo profundo de contemplarle y tu vida sacerdotal se empape más, día a día, de Su Paz, Gracia y Amor.
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