Hoy, último día
del año 2017, celebramos la fiesta
de la Sagrada Familia. La Iglesia nos propone fijar nuestros ojos en el
icono de Jesús, María y José. Entre ellos hay una corriente de amor que no es
fácil interpretar. La suya, reconozcámoslo, es una familia muy atípica. En
tiempos en los que las parejas tenían muchos hijos, María y José tienen solo
uno, como sucede con muchas familias modernas. Viven en un contexto patriarcal
y, sin embargo, parecen una familia nuclear. En su época, los niños, como
propiedad de los padres, estaban sometidos a su autoridad. Jesús aparece como
un “rebelde” antes de tiempo. Hay muchas cosas que no parecen encajar en el
modelo familiar de la época y tampoco en los múltiples modelos actuales. ¿Qué
podemos aprender entonces? ¿Podemos reproducir el modelo de la Sagrada Familia
tal como cándidamente lo representaba el pintor barroco Murillo? Hace años era
un cuadro que figuraba en muchas casas. María aparece hilando mientras sigue
con la mirada las evoluciones del niño, protegido por los brazos fuertes de un
sonriente José. El niño sostiene un pajarito en la mano derecha. Un perrito
blanco levanta su patita como queriendo intervenir en el juego. Es una estampa
tierna, entrañable, pacífica. ¿Son así las familias que conocemos?
Ayer, viajando en
el Metro de Madrid, entró un rapero con una caja de música en sus manos. Antes
de ponerse a cantar, hizo su perorata introductoria. Nos dijo que era de Cali,
Colombia, que nos deseaba lo mejor para el año 2018, que no quería molestarnos
y –esta fue mi sorpresa– que no nos engañáramos, que “la familia es lo más
importante en esta vida”. Después se lanzó a encadenar algunos ripios típicos
de los raperos. Cualquiera hubiera dicho que se trataba de una persona desarraigada,
sin oficio ni beneficio, quizás hijo de una familia “desestructurada”, como
dicen los psicólogos para evitar decir una familia problemática. Pues bien,
este muchacho alto, desgarbado, mestizo y rapero, hizo una loa de la familia tradicional en
medio del vagón atestado de gente. Yo pensaba: ¿De qué familia está hablando?
¿Qué queremos decir hoy cuando pronunciamos la palabra “familia”, sabiendo que
existen innumerables modelos? ¿Estaremos pensando en la “familia del pajarito”
(es decir, en un papá, una mamá, uno o varios hijos, viviendo juntos en paz y
armonía)? ¿Estaremos pensando en una agrupación formada por un marido, una
esposa que viven juntos con algunos hijos de relaciones anteriores, más los que
ellos mismos han tenido? ¿O quizás estamos hablando de una mujer que vive sola
con su hijo tenido como fruto de una inseminación artificial? ¿Qué sucede
cuando las figuras de los progenitores son dos varones o dos mujeres? Hoy se
habla sin ningún pudor de “nuevos modelos de familia”.
¿Cuál es el “modelo”
de la Sagrada Familia de Nazaret? ¿Coincide con el modelo pequeñoburgués que
hemos vivido en Occidente en los últimos siglos? ¿Se parece más al modelo
patriarcal que aún predomina en algunas culturas? ¿Va en la línea de alguno de
los llamados “nuevos modelos”? No es fácil responder esta retahíla de preguntas.
Por una parte, la familia de Jesús seguía los patrones culturales de su
contexto; por otra, los desborda. Es una familia sin modelo. O más allá de todo
modelo. Hay un texto en el evangelio de Marcos que nos ofrece la clave más
profunda y revolucionaria: “Llegaron
entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En
torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: «Ahí fuera están tu
madre y tus hermanos, que te buscan». Él les respondió: «¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su
alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la
voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Mc 3,34-35).
Es verdad que los lazos de sangre son importantes: constituyen la base de una
relación que tiene fundamentos genéticos. Es verdad que el mismo Jesús, haciéndose
eco del libro del Génesis, dijo: “Pero al
principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un
hombre a su padre y a su madre, [se une a su mujer] y los dos se hacen una sola
carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne” (Mc 10,6-8). La
relación natural es la base la familia. Pero Jesús va más allá. La auténtica
familia no se basa (solo) en la carne y en la sangre sino en el cumplimiento
conjunto de la voluntad de Dios. La carne y la sangre no bastan para asegurar el verdadero amor, para no enredarse en rencillas, celos, suspicacias, para no disputarse las herencias o buscar la mejor tajada. La familia es mucho más que un campo de batalla, un banco de emociones o un refugio de intereses. Siempre me ha llamado la atención que la mafia acude mucho al concepto de familia para defender un sistema envenenado.
Esta es una novedad
revolucionaria de la que apenas nos damos cuenta. Una familia llega a su
madurez cuando es capaz de convertirse en “escuela de escucha de la Palabra de
Dios” y, a partir de esa escucha, desencadena un estilo de vida basado en la
libertad, el respeto mutuo, la preocupación por el otro, la apertura a Dios; en
definitiva, cuando vive el amor como proyecto de vida. Estas familias, que van “más allá de la sangre”,
pueden darse incluso sin ningún vínculo biológico entre sus miembros,
como sucede en el caso de las comunidades religiosas. Jesús es un hombre de su tiempo, pero trasciende el rígido esquema familiar del pueblo judío como trasciende todos los modelos familiares que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo. Pone el acento en lo esencial. Toda familia es un reflejo de la familia de Dios. Por eso, debe vivir una dinámica de amor que no se cierra sobre sí mismo sino que es expansivo: alcanza en oleadas sucesivas a todos y a todo. ¡Esta es la verdadera revolución familiar!
Aprovecho este último
día del año para dar gracias a Dios por nuestras familias y para desearos a
todos una clausura serena y agradecida del año 2017. Lo mejor es “entregar
el año que termina” al Único que puede darle sentido y plenitud.
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