En una sociedad
tan cambiante, vivimos pendientes de las novedades en todos los campos. La
publicidad nos mete por los ojos el último modelo de teléfono Apple o Samsung, los libros recién editados, los ordenadores de última
generación y los coches híbridos más atractivos. Los periódicos digitales, por
su parte, nos inundan de urgent news. La
moda quiere que estemos a la última. Nos sugiere formas, colores y texturas que
rompen lo conocido. Pero todas estas novedades se vuelven viejas al poco
tiempo. Se marchitan como flores cortadas. “Nada
hay más viejo que el diario de ayer” se dice con sorna en la jerga periodística. Las "novedades" enseguida son sustituidas por otras en una escalada interminable que acaba asfixiándonos.
El exceso de novedades nos hace paradójicamente
viejos porque nos obliga a vivir con
la lengua fuera, nos proyecta lejos de nosotros mismos, sitúa la felicidad en
la consecución de algo que no nos pertenece y que no puede colmarnos: un
trabajo, una casa, un coche, un teléfono, una relación… El viejo Agustín de Hipona lo expresó muy bien porque lo había vivido en carne propia: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que no repose en ti".
Inmersos en este
mar cultural, ¿cómo entender el bellísimo mensaje que nos ofrece la liturgia de
este quinto domingo de Pascua? En el capítulo 21 del Apocalipsis, Jesús
resucitado, sentado en el trono, dice: “Todo
lo hago nuevo”. En su visión, Juan confiesa: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. No se trata de simples
retoques cosméticos a este mundo viejo “porque
el primer cielo y la primera tierra han pasado”. En el evangelio de Juan, Jesús
nos da un mandamiento nuevo: “que os améis unos a otros; como yo os he
amado”. Y añade algo que hoy quisiera colocar en primer plano: “La señal por la que conocerán todos que
sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”.
Muchas personas
ansiosas de novedades perciben el mensaje de Jesús como algo viejo, pasado de
moda: “Consumir preferentemente antes del siglo XXI”. La Iglesia les parece, en
el mejor de los casos, una hermosa reliquia del pasado. Ni Jesús ni la Iglesia
parecen encajar en un mundo que habla de campos gravitacionales, sociedad de la
información, polimorfismo sexual, códigos genéticos, robótica y nanotecnología.
Esto sí suena a nuevo y suscita curiosidad.
Poco antes de morir,
el testamento que Jesús deja a sus discípulos de todas las épocas es
desconcertante. No les dice: “Todos querrán hacerse cristianos si organizáis
muy bien la curia romana, si aceleráis la ordenación de las mujeres y el
reconocimiento de las parejas homosexuales, si os hacéis presentes en los
medios de comunicación, si entráis en las universidades,
si os dedicáis a la ciencia, si encontráis una vacuna contra la malaria, si
conseguís llegar a Marte, si resolvéis el problema del hambre…”.
No, lo que Jesús les dice es: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. No puede pedirles algo más simple y, al mismo tiempo, más novedoso: que se amen unos a otros. Es decir, que expresen en su vida cotidiana lo que Dios mismo es: amor, entrega, donación. Eso es lo que hace la tierra nueva y anticipa el cielo nuevo. El amor, a diferencia del Samsung Galaxy 7 o del Windows 10, no pasa nunca de moda: contiene en sí mismo el principio de la continua regeneración. Quien ama ya ha llegado al final, ya está viviendo el cielo en la tierra.
No, lo que Jesús les dice es: “La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. No puede pedirles algo más simple y, al mismo tiempo, más novedoso: que se amen unos a otros. Es decir, que expresen en su vida cotidiana lo que Dios mismo es: amor, entrega, donación. Eso es lo que hace la tierra nueva y anticipa el cielo nuevo. El amor, a diferencia del Samsung Galaxy 7 o del Windows 10, no pasa nunca de moda: contiene en sí mismo el principio de la continua regeneración. Quien ama ya ha llegado al final, ya está viviendo el cielo en la tierra.
Mientras escribo
estas notas, me pregunto cuánto tarda una persona normal en llegar a esta
convicción. El testimonio de muchos moribundos es concluyente. En el lecho de
muerte, no se arrepienten de no haber escalado el Everest o de no haber ganado
un millón de euros. Casi siempre el gran pesar de los seres humanos en la hora
decisiva es no haber amado lo suficiente, haber perdido el tiempo en batallas
inútiles, en metas secundarias.
¿Será necesario esperar a la hora postrera para caer en la cuenta de esta novedad que Jesús nos revela? Las personas que se ejercitan cada día en "el arte de amar" no temen la muerte, porque ya están viviendo la novedad de la vida nueva. Y esto es precisamente lo que hace del cristianismo algo diferente, una propuesta de vida que conecta con la necesidad más profunda del ser humano. Puede que el mensaje esté recubierto de mil adherencias culturales, que haya sido tergiversado, pero no puede ser más nítido y más nuevo. Por eso, es siempre contagioso. Es el lenguaje más universal. Se entiende en todas las lenguas y culturas. No pasa de moda. San Pablo se encargó de describirlo en su famoso "himno al amor".
¿Será necesario esperar a la hora postrera para caer en la cuenta de esta novedad que Jesús nos revela? Las personas que se ejercitan cada día en "el arte de amar" no temen la muerte, porque ya están viviendo la novedad de la vida nueva. Y esto es precisamente lo que hace del cristianismo algo diferente, una propuesta de vida que conecta con la necesidad más profunda del ser humano. Puede que el mensaje esté recubierto de mil adherencias culturales, que haya sido tergiversado, pero no puede ser más nítido y más nuevo. Por eso, es siempre contagioso. Es el lenguaje más universal. Se entiende en todas las lenguas y culturas. No pasa de moda. San Pablo se encargó de describirlo en su famoso "himno al amor".
Os dejo con una canción que puede alegraros el domingo: "Una ventana abierta", del cantautor español Migueli.
Muchas gracias por tocar el tema del amor desde diferentes perspectivas. Abres nuevos horizontes
ResponderEliminarGracias por las músicas. Va bien poder escuchar el himno del amor, musicado, además de leerlo. Entra por más sentidos.